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La belleza interior la
hemos inventado los que no podemos presumir de belleza exterior. Consiste en decir
que somos más buenos que la gente que nos deslumbra con su físico envidiable. En asegurar,
por si alguien quiere escucharnos, que somos más generosos que ellos, más galantes, más ilustrados.
Con mejor sentido del humor. Superiores, en una palabra, a pesar de las
apariencias.
Ante las virtudes evidentes
de la anatomía, nosotros, los bellos interiores, oponemos las virtudes más
escurridizas del espíritu. Y más aún: defendemos -o más bien defienden, porque yo abandoné ese barco hace tiempo, de tal modo que ya no soy bello ni por dentro ni
por fuera- que la belleza interior es cultivable, producto del esfuerzo,
mientras que la belleza exterior es una dádiva de la naturaleza, una potra descomunal
sin mérito de su portador.
La belleza interior es,
obviamente, un consuelo para tontos. Un sesgo cognitivo. Nadie en su sano juicio se considera un “feo
interior”. También la gente guapa presume de tener cualidades en el
alma. Una cosa no quita la otra. Cuando les entrevistan en la tele, ellos, los
de la belleza exterior, también se declaran inquietos ante los hechos culturales y
tan inteligentes como la purria que los envidia. Faltaría más.
En “La apariencia”, Stacey, que es una mujer poco agraciada, alcanza de pronto la alta sabiduría que los griegos dejaron por escrito hace dos mil años. Una vez le preguntaron a Aristóteles por qué se alababa a los bellos durante más tiempo y con mayor frecuencia y este contestó: “Esta pregunta sólo corresponde que la formule un ciego”. Stacey, impulsada por tamaña verdad, se dejará el dinero y la cordura en la compra de una crema milagrosa que promete cambios deslumbrantes. Ella sí cree en una segunda oportunidad para la belleza. Confía en la dermoestética. En las pamplinas de los anuncios. Lo que es, por supuesto, otro engaño descomunal.
Aristóteles solo quería decir que si buscabas alabanzas era mejor ser bello. Nos ha jodido. No que recibir alabanzas -alimentar el ego- fuera el objetivo primordial de la vida. Ni que para ello hubiera que sacrificar todo lo demás...
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