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La primera temporada no
pude ni terminarla. No me interesaba ninguna de sus historias entrecruzadas. El
que no era lerdo parecía un insustancial o hablaba por los codos. Ni siquiera la
belleza de Alexandra Daddario me mantuvo pegado al televisor. Será que me estoy
haciendo mayor y que el deseo catódico ya no es tan fuerte como antes, cuando bastaba
un bellezón metido con calzador para mantenerme a pie firme en la batalla.
En la segunda temporada
también hay una actriz de quitarme el hipo y dispararme la hipertensión, pero
ese no es el tema y tal, que diría Luis Aragonés. Escaldado de la primera
experiencia, yo era reacio a meterme de nuevo en el berenjenal plantado por
Mike White. Pero el amigo insistía, y los premios llovían, y los de la
Cultureta soltaban epítetos altisonantes... Así que poco a poco me fui animando.
“Salvo la gorda -me dijo el amigo- no repite ningún personaje de la primera”. Y
ahí ya di el paso definitivo.
Los títulos iniciales ya
dejan muy claro que esto va de parejas infieles y de acechos sexuales. De
hombres que anhelan y de mujeres que juguetean; de cabrones sin ética y de fulanas
sin escrúpulos. La crisis de la pareja moderna, que diría un sociólogo invitado
por José Luis Balbín. Cuando el conserje del hotel explica a los recién
llegados la leyenda de la cabeza cortada ya te descubres morboso perdido y
abducido sin remedio. ¿Qué cosa hay más interesante que los recovecos del
deseo? El otro día le preguntaron a Manuel Vilas que por qué
escribía siempre sobre el amor, a lo que él, un poco perplejo, contestó que no
se le ocurría un tema más humano y más excitante. En todo lo demás somos como
los animales, pero cuando los hombres y las mujeres se emparejan, sucede que la
complejidad de sus sentimientos, sus vaivenes, su ética a medias sagrada y a
medias inconsistente, nos convierte en unos seres la mar de interesantes.
En la serie nos recuerdan que los ricos también lloran
por amor. Es un consuelo... No es un consuelo, sin embargo, recordar que las personas en apariencia más superficiales y más bobas llevan dentro de sí la verdadera
sabiduría.
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