El protegido

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“El protegido” parece una película sobre la forja y el autodescubrimiento de un superhéroe. Pero en el fondo es una película sobre aquella campana de Gauss que estudiábamos en el BUP. La película de Shyamalan podría incluirse en un ciclo titulado “Cine y matemáticas” organizado por la Universidad de León, compartiendo cartel con “Una mente maravillosa”, “La soledad de los números primos” y “π”, aquella locura de Aronofsky sobre la cábala judía . 

La campana de Gauss viene a decir que si usted figura en el extremo de una estadística, hay alguien, por cojones, que figura en el otro extremo para compensar. Si el esqueleto de Bruce Willis aguanta el choque de un tren, el de Samuel L. Jackson se quiebra con una brisa de primavera. Es una idea inquietante y poderosa. Desde que vi la película no paro de pensar en cómo serán mis polos opuestos, mis reversos positivos o negativos. Mis antipartículas exactas, que garantizan el equilibrio cuántico en el Universo. Si yo soy un positrón de virtud, él, o ella, viva donde viva, es el electrón que me anula con su pecado. Y viceversa. 

Si yo voto a la extrema izquierda, hay alguien que compensa mi voto confiando en Díaz Ayuso. Pero esto es solo el ejemplo más simplón... José María Arzak existe porque yo no sé freír un huevo frito sin dejar un resto de cáscara en la yema, que además se me desparrama por la sartén. Por no hablar de cómo queda la encimera de perdida con las salpicaduras... Alexander Skarsgard vino al mundo para follarse lo que yo nunca me follaré, y Drazen Petrovic se hizo baloncestista para meter las canastas que yo nunca metía ni bajo del aro. Magnus Carlsen, por poner otro ejemplo, emergió de una fluctuación en el vacío para clavar los movimientos de ajedrez que en mis dedos solo son mareos de perdiz. 

Sin embargo, en el otro lado de la campana, existe un funcionario absentista que coge todas las gripes que yo nunca cojo; un cafre medioambiental que no recicla los desperdicios de su vida miserable; un desalmado que abandonó a su perro justo cuando yo adoptaba a mi Eddie. Un tipo, también, que dobla mi media nacional para equilibrar la existencia de algún micropene entristecido.