Selftape

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Joana y Mireia Vilapuig son hermanas y residentes en Barcelona. Así las hubiera presentado Mayra Gómez Kemp de haber concursado en el “Un, dos tres” . Como son dos hermanas canónicas que discuten mucho y lo mismo se aman que se odian con vesania,Joana hubiera querido el coche para moverse por la jungla de Barcelona, mientras que Mireia hubiera deseado el apartamento en Torrevieja para descansar de tanto mamón y de tanta gilipollas como ronda por ahí. 

En la charleta distendida que venía antes las preguntas, ellas le habrían explicado a Mayra que son actrices y que se lo van currando de acá para allá en series medio ignotas para el gran público. Contarían que saltaron a la fama siendo unas adolescentes muy pizpiretas, pero que luego el prodigio se deshizo y la realidad se impuso con todas sus mamonadas. Con la edad, el desparpajo ante las cámaras se convirtió en insuficiente e incluso en innecesario: ahora, a los veintitantos años, Joana tiene un poderoso pechamen y Mireia es guapa de un modo extraño e irresistible. Es decir: que se convirtieron en objetos de deseo, lo que ofusca el criterio de los directores y el buen juicio de los cazatalentos. La belleza que sus cuerpos generaron se volvió contra ellas como sucede en los síndromes autoinmunes.

Esto es, al menos, lo que las hermanas Vilapuig cuentan en “Selftape”, que es una serie que intuimos muy personal, muy próxima a su realidad, aunque los legos en su biografía no sepamos exactamente lo que es real, lo que es ficción y lo que es ben trovato si non e vero. No es casualidad que sus personajes se llamen, sin disimulos, Joana y Mireia Vilapuig, y que ambas se dediquen a buscarse la vida por los castings y los rodajes.

En el último capítulo de “Selftape” me dio por pensar que esta serie es como el reverso tenebroso de “La maravillosa Mrs. Maisel”. Si en la serie american se contaba el ascenso a la fama de una mujer con mucho talento, en “Selftape” se cuenta el viaje muy triste de retorno. El descenso del puerto de montaña, entre lluvias torrenciales y caídas con raspones en cada curva. Un bajonazo con menos risas y menos colorines en la paleta.