El incidente

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En realidad los seres humanos ya lo estamos haciendo: suicidándonos. No es necesario que una toxina altere nuestros neurotransmisores para quitarnos la vida con lo primero que pillemos. Ya nos estamos suicidando de a poquitos, paso a paso, como bebés que aprendieran una técnica sostenida. 

Después de ver una película de catástrofes ecológicas siempre pienso que nuestro fin no será tan espectacular como estos de las películas. Iremos menguando en número, desapareciendo poco a poco de los ecosistemas, hasta que ya todo sea un lodazal desértico o improductivo. Dentro de unos cuantos siglos habrá un último hombre -o una última mujer- que ya no encontrará a nadie con quien aparearse y pondrá fin a esta historia tragicómica de paraísos y basureros que comenzó con Adán y su costilla. 

Mis vecinos de al lado -yo los observo sin querer- cogen el coche a todas las putas horas para hacer recorridos ínfimos por La Pedanía. 400 metros para llevar a los hijos al colegio y luego regresar, por ejemplo. Podrían enviarlos solos, caminando, que ya son mayorcitos, o en caso de padecer el síndrome de Madeleine, acompañarles en un corto paseo hasta allí. Pero no: para esa mierda de desplazamiento cogen el buga, que además es un buga de la hostia, a tope de humos por el tubo. Es el mismo buga con el que luego el padre hace la ronda de los bares, que están a la misma distancia del colegio, y con el que luego la madre se presenta en la peluquería o en el centro cívico a salvar lo poco que le queda de belleza, entre secadoras de pelo y ejercicios de Eva Nasarre. Todo eso, por supuesto, también está al lado de los colegios. 

Estos dos indeseables ecológicos tendrían que ser los primeros en suicidarse si las plantas de La Pedanía se comportaran como las plantas de Shyamalan, inteligentes y vengativas. La próxima vez que pasaran por delante de ellas, zas, una buena andanada de toxinas, para que ya no llegaran vivos al hogar. El problema es que las toxinas no distinguen entre los que conducen y los que van en bicicleta. Por dentro, todos somos los mismos monos sin pelaje. Apenas un 0’0001% de genes marcan la diferencia.