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Maricón perdido

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A veces, tras la tercera y última cerveza, que es justo la que me desata la lengua y me colapsa el organismo, le digo al amigo que yo, cualquier día, como diría Bob Pop, maricón perdido. Que quizá llevo toda la vida equivocándome de empeño, y que era tal vez en la otra isla donde me aguardaba la felicidad.

Al amigo le suelto esta boutade cuando hablamos del tema mujeres -el tercero en importancia de nuestros asuntos tras la página deportiva y la política nacional- y llegamos a la conclusión de que sería mejor vivir sin ellas, aunque duela, aunque tengamos que hacer un esfuerzo heroico por olvidarlas. Aunque luego, nada más levantarnos de la terraza, enterremos todo lo dicho y corramos desesperados a su lado, para guarecernos bajo sus pechos, cuando están.

El amigo, en caso de apostasía, se decantaría abiertamente por el celibato, de tal modo que en sus fantasías él vive entregado a la huerta, al deporte televisado, a las cañas con los amigos. Y cuando llegue el apretón, pues a mirar para otro lado. Yo, por mi parte, que todavía tengo al diablo entre las piernas, siempre he envidiado la facilidad con la que los hombres se entienden con una mirada y se van a la cama sin tener que celebrar rituales decimonónicos, cortejos y conversaciones, protocolos y demostraciones, exámenes y circunloquios, pláticas sin fin, persecuciones circulares, malentendidos sin fruto... No, nada de eso: primero el sexo, para aliviar la tensión, y luego, si el amor viene detrás, pues mira, cojonudo. Y si no, que me quiten lo bailado.

¿Y la serie? Pues nada, una decepción. Maricón perdido es él Cuéntame de los Alcántara pero en versión gay pop. Como el guion era de Bob, y lo producía Berto, y salía Candela, y lo anunciaban mucho en los late nights del Movistar +, uno pensaba que esto iba a ser una cuchipanda llena de humor y chascarrillos. Pero nada más lejos de la realidad. Lo de ser homosexual en tiempos de la Transición no debía de dar, por lo que se ve, para mucha comedia. Poca broma.




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La casa de papel. Temporada 2 (¿ó 3?)

🌟🌟

Hace varios años que mi hijo no comparte estas cinefilias conmigo, ni estas seriefilias, porque él se fue a Boston, a vivir, y yo sigo en California, a vegetar, y cuando él viene de visita preferimos celebrarlo con el deporte en la tele: el fútbol, o la NBA, o el billar, que para eso seguimos siendo hermanos del taco y la carambola. Le echo de menos, a Retoño, porque fueron muchos años viendo juntos las de Disney, las de Pixar, las de La Guerra de las Galaxias. Hasta los “grandes estrenos” del Disney Channel me chupé yo a su lado… Supongo que fue ahí donde se cimentó nuestra amistad inquebrantable -hasta donde un padre y un hijo pueden ser amigos, claro, tampoco vayamos a joder.... Pero sí es cierto que tenemos esos recuerdos colgados en la misma nube virtual. Parte de su educación sentimental y de la mía -porque el cine también es educación sentimental-  se confunden en un tramo de nuestros caminos. Ahora que vivimos en costas contrapuestas nos recomendamos series, y películas, en plan “No te la pierdas”, “Es cojonuda y tal”, pero ambos sabemos que los gustos, en algún momento, empezaron a divergir, porque es ley de la naturaleza, el ciclo de la vida y eso, que también vimos El Rey León en el DVD, y hasta en el VHS, vetusto ya en el baúl de los recuerdos (qué ganas de poner: Uuuuh...)



    Así que un día, cansado ya de esquivarle, me ofrecí a seguir La casa de papel en paralelo, o casi, porque él estaba todo el día flipado con el invento, al teléfono, que mira, papá, y es la hostia, papá, y todo el rato así…. No pintaba bien la cosa, la verdad, porque el atraco lo perpetraban inicialmente en Antena 3, y esa bendita casa -como diría José María García- es mi némesis cultural, la videoteca del Averno. Sin embargo, en la primera temporada de los casapapelianos encontré motivos para no desengancharme: el Profesor es el anarquista corajudo que yo quiero ser de mayor, la trama puramente policial tenía su punto y su cordura, y Úrsula Corberó, a decir verdad, me quitaba veinte años sexuales en cada plano de su belleza… Suficiente, para mostrar entusiasmo cuando el chaval me preguntaba “¿Has llegado ya a cuando…?”, o “¿Qué te parece que se hayan cargado a…?”. Ahora, sin embargo, en la segunda temporada -que es la tercera según los calendarios gregorianos- ya no puedo seguir fingiendo. Tengo que quitarme la careta de Dalí para volver a ser el tocapelotas alejado del mainstream… Todo es excesivo, inverosímil, chusco, en esta continuación que sólo buscaba los jayeres. Y hasta aquí puedo leer, por el bien de mi paternidad.



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