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Anatomía de un instante

🌟🌟🌟🌟


A los militares, al final, les apaciguaron con dinero. Es una práctica muy eficaz que ya se usaba en tiempo de los romanos.

- ¿Cuánto cuesta tu patriotismo, tu españolía, tu huevada peluda dentro del calzoncillo? ¡Pues toma, como estos!

Así les dijeron desde el gobierno de la UCD -que apenas duró unos meses más tras el golpe de estado- y luego desde el gobierno de los socialistas, que ya eran ex socialistas por entonces y nos enteramos mucho después a fuerza de desengaños. 

En el colegio teníamos un conocido que era hijo de un capitán y pasó de la noche a la mañana de ser un purrela como nosotros a ser un burgués alejado de nuestros gustos: de pronto ya vestía con mejores ropas, y jugaba al tenis en el cuartel, y veraneaba en un apartamento que les concedía el Ministerio de Defensa a orillas del Mediterráneo. Su padre era un bocazas fascista que no volvió a proclamar en público sus desavenencias con la democracia. La democracia era una cosa inventada por los rojos que sin embargo le había sonreído con una lluvia de billetes.

Así fue como terminó todo: con un soborno. Los militares se retiraron a sus cuarteles de invierno y prometieron no volver a sacar los tanques a pasear. Solamente –se sobreentendía- si el Partido Comunista ganaba las elecciones o si los catalanes se escindían de la patria. La propaganda oficial, sin embargo, nos decía que los militares se habían convertido, o reconvertido, que sólo quedaban cuatro fachas nostálgicos y cuatro tarados belicosos. ¡Ya hablan inglés!, nos decían, como si hablar inglés te curara las veleidades.

El golpe de Tejero ya parecía una cosa ridícula de beneméritos bigotudos hasta que un día los comunistas gobernaron en coalición y los catalanes amagaron con convertirse en europeos de verdad. De pronto se oyó otra vez el ruido de sables y los milicos pidieron más dinero para dejar de entrechocarlos. En los cuarteles, mira tú, brotaron los fachas como setas. Estaban ahí. Siempre estuvieron ahí, vigilándonos. La patria es suya y solamente nos la prestan. Con condiciones. No me lo invento yo: lo decían en sus wasaps. 



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La casa de papel. Temporada 2 (¿ó 3?)

🌟🌟

Hace varios años que mi hijo no comparte estas cinefilias conmigo, ni estas seriefilias, porque él se fue a Boston, a vivir, y yo sigo en California, a vegetar, y cuando él viene de visita preferimos celebrarlo con el deporte en la tele: el fútbol, o la NBA, o el billar, que para eso seguimos siendo hermanos del taco y la carambola. Le echo de menos, a Retoño, porque fueron muchos años viendo juntos las de Disney, las de Pixar, las de La Guerra de las Galaxias. Hasta los “grandes estrenos” del Disney Channel me chupé yo a su lado… Supongo que fue ahí donde se cimentó nuestra amistad inquebrantable -hasta donde un padre y un hijo pueden ser amigos, claro, tampoco vayamos a joder.... Pero sí es cierto que tenemos esos recuerdos colgados en la misma nube virtual. Parte de su educación sentimental y de la mía -porque el cine también es educación sentimental-  se confunden en un tramo de nuestros caminos. Ahora que vivimos en costas contrapuestas nos recomendamos series, y películas, en plan “No te la pierdas”, “Es cojonuda y tal”, pero ambos sabemos que los gustos, en algún momento, empezaron a divergir, porque es ley de la naturaleza, el ciclo de la vida y eso, que también vimos El Rey León en el DVD, y hasta en el VHS, vetusto ya en el baúl de los recuerdos (qué ganas de poner: Uuuuh...)



    Así que un día, cansado ya de esquivarle, me ofrecí a seguir La casa de papel en paralelo, o casi, porque él estaba todo el día flipado con el invento, al teléfono, que mira, papá, y es la hostia, papá, y todo el rato así…. No pintaba bien la cosa, la verdad, porque el atraco lo perpetraban inicialmente en Antena 3, y esa bendita casa -como diría José María García- es mi némesis cultural, la videoteca del Averno. Sin embargo, en la primera temporada de los casapapelianos encontré motivos para no desengancharme: el Profesor es el anarquista corajudo que yo quiero ser de mayor, la trama puramente policial tenía su punto y su cordura, y Úrsula Corberó, a decir verdad, me quitaba veinte años sexuales en cada plano de su belleza… Suficiente, para mostrar entusiasmo cuando el chaval me preguntaba “¿Has llegado ya a cuando…?”, o “¿Qué te parece que se hayan cargado a…?”. Ahora, sin embargo, en la segunda temporada -que es la tercera según los calendarios gregorianos- ya no puedo seguir fingiendo. Tengo que quitarme la careta de Dalí para volver a ser el tocapelotas alejado del mainstream… Todo es excesivo, inverosímil, chusco, en esta continuación que sólo buscaba los jayeres. Y hasta aquí puedo leer, por el bien de mi paternidad.



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La casa de papel. Temporada 1

🌟🌟🌟

Lizza Minelli y Joel Grey cantaban en Cabaret que el dinero mueve el mundo. Y tenían toda la razón (del mundo). La Historia es la crónica de las grandes empresas que necesitan ejércitos para usurpar los mercados. Sólo hay que abrir un periódico de papel, o pinchar uno digital, para comprender que nada se pone en marcha o se queda paralizado si un tipo trajeado no descuelga su teléfono en la oficina de Wall Street.  

    Pero si el dinero mueve el mundo, el erotismo mueve a las personas. Cuando descendemos a la historia individual, a la de andar por casa, ya no es la billetera, sino el amor -o el sexo, como ustedes prefieran llamarlo- lo que impele a los seres humanos y condiciona sus destinos. Hay que ganarse el pan, claro, y alimentar a los hijos, y asegurarse una pensión para el día de mañana. Pero cubiertas las necesidades básicas, lo que de verdad nos excita o nos derrumba, nos edifica o nos aniquila, es la necesidad de echar un buen polvo, o de sentirnos amados por un tiempo más indefinido.

    En los primeros episodios de La casa de papel, todos los personajes son unos profesionales de la hostia, concienzudos y laboriosos, cada uno en su empeño de robar el dinero o de impedir el atraco. El Profesor, sin ir más lejos, es el tipo que yo siempre quise ser de mayor: un revolucionario amoral pero pacífico, estiloso, consecuente con sus ideas. Con un par de gafitas, sí, pero con un par de cojones. Un tipo preclaro que ya en el primer episodio avisa de los peligros de la jodienda. Porque él sabe que el erotismo, una vez desatado, es un demonio ciego que ya no entiende de razones, y que ni cien sacos de billetes podrán bajarle la temperatura. 

    Pero claro: entre su caterva de reclutados hay elementos que no se contienen, que sienten el hormigueo constante en la entrepierna -es muy jodido plantear un atraco con Úrsula Corberó de compañera. Y una vez que los millones del robo parecen asegurados, los delincuentes se relajan en la disciplina, y descuidan sus funciones. A partir de ahí, el frenesí sexual se extiende como un virus, o como una fiebre, o como una ola, que cantaba Rocío Jurado, y hasta el propio Profesor, devorado por su profecía, caerá en la cuenta de que el amor que es más importante que los millones o que las carreras profesionales.  

    La historia de un romance, en realidad, La casa de papel, y no de un atraco. Montañas de dinero reducidas a un simple McGuffin. 



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