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Bodyguard

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Ahora que ya estamos viviendo la primera ola de calor, yo siento que el invierno está llegando a mi cabeza. A mi memoria, quiero decir, que antaño era prodigiosa, y cuando veía un rostro en pantalla lo reconocía al instante, y ofrecía el listado fidedigno de sus películas más notables o más deleznables. Ahora los nombres de la gente real se me mezclan y se me olvidan, y soy de esos especímenes que van a presentar a una persona en la reunión social -alguien con quien se han compartido horas y horas de trabajo o de compadreo- y de pronto se queda en blanco, “te presento a…”, y una vergüenza insoportable se apodera de las tripas durante días, repitiéndose en un eco. 

    Sin embargo, enfrentado a la pantalla de cine, o al televisor del salón, mi memoria era como cibernética, como de chip implantado entre las circunvoluciones. Y aunque las mujeres me tomaban por un friki sin encanto, y los colegas por un gilipollas sin fundamento, yo guardaba ese pequeño orgullo como un rasgo que me distinguía. Un alarde que luego, a fin de cuentas, se quedó en nada, en una exhibición para la pista del circo. Con la invención del teléfono móvil ya cualquiera puede buscar el dato sin necesidad de quedar como un niño repelente.

    Digo todo esto porque en la última semana he visto -con los ojos bien abiertos, y la mente bien despierta, porque la trama es complicada de cojones- los seis episodios de Bodyguard sin caer en la cuenta de que su personaje central, el guardaespaldas del título, el veterano de Afganistán que se encarga de proteger -y de satisfacer- a la ministra británica del asunto bélico, era el mismísimo Robb Stark que fue asesinado en la Boda Roja de Juego de Tronos, hace seis años televisivos que parecen ya seis décadas. El bodyguard de marras había sido Robb Stark, todo el rato, y sin embargo yo me preguntaba cada poco quién era ese actor desconocido que fruncía el ceño en cada revés de la fortuna: el tipo que se ha pasado seis episodios desactivando chalecos bomba, quitándose chalecos bomba, buscando a los verdaderos fabricantes de la última moda textil entre los yihadistas.




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