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Hace algún tiempo, cuando la nueva logopeda se presentó en mi
clase a saludar, “Hola, encantada, soy Mengana, y vengo a sustituir a Zutana”,
yo, boquiabierto, ojiplático, pero profesional, muy profesional, como el
entrañable Pazos en “Airbag”, entablé con ella una conversación que también nos
salió profesional, muy profesional.
Pero mientras yo disimulaba las palabras de amor con
tecnicismos en la materia -que si el autismo y que si tal- en las entrañas yo sentía que Max, mi antropoide interior, se desperezaba de la siesta en su árbol,
se rascaba con una mano la cabeza y con la otra el escroto, y empezaba a
canturrear la canción inmortal de los Burning: “¿Qué hace una chica como tú en
un sitio como éste?”
Mengana hablaba, y hablaba, y yo asentía, y asentía, y Max,
mientras tanto, echaba cuentas funestas de la edad que nos separaba, y del
atractivo que nos alejaba, y en su cálculo automático y certero -que me río yo
de los superordenadores modernos- le salió que no, que nones, un cero patatero,
una x despejada de valor negativo, un menos muchos, la hostia de lejos en notación algebraica... Ni siquiera
un numero entero, sino uno de aquellos números imaginarios que estudiábamos en
el bachillerato, aquellos que llevaban una parte real y una parte ficticia con una “i”de iluso, y de idiota integral...
Y así, una vez despejado el deseo -porque Mengana era muy joven, y había bajado del Cielo, y yo voy para vetusto, y vivo en el Infierno de los pecadores- Max siguió cantando la canción que los Burning compusieron para la película como un encargo de Fernando Colomo, pero que luego, porque es un tema cojonudo, y pegadizo, la trascendió, se emancipó en las radio fórmulas, y se convirtió por derecho propio en un himno de extrañeza cada vez que una mujer está fuera de sitio, y los años la delatan. Mujer fatal... Porque Mengana, la logopeda interina, estaba como Carmen Maura en la película, fuera de contexto, y los años también la delataban, aunque en su caso fuera por demasiado joven, casi una debutante en la plaza del magisterio, donde la veteranía es la norma, y la belleza la excepción, y ya casi nadie ve las viejas películas de Fernando Colomo.
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