The New Pope
The Young Pope
Las ilusiones perdidas
🌟🌟🌟🌟🌟
Ahora que estoy en el
tiempo renovado de las ilusiones -cincuentonas, pero muy sanas- se me hacía un
tanto extraño, y un tanto irónico, ver una película titulada “Las ilusiones
perdidas”. Como si mi inconsciente, prevenido de catástrofes anteriores, hubiera
buscado una parábola moral que me preparara para el revés de la fortuna. Endilgarme,
con la excusa de los premios internacionales, y de los aplausos de la crítica,
una película francesa en forma de tirita, de venda con esparadrapo, antes de
que se produzca la herida y yo me desangre con los chorros. La historia de Lucien
Chardon como recuerdo de que la fortuna es caprichosa, y las personas
incorregibles.
Temí, por un momento,
mientras me entregaba al gozo cinéfilo, que mi inconsciente estuviera rebajando
mis ilusiones con algo de agua para que la borrachera – o el achispamiento- no
se me suba a las meninges. Y así preservar, al menos, esa frontera última de la
razón. No sería la primera vez que mi inconsciente -que a veces es un cabronazo,
pero a veces es un samaritano que cuida de mi felicidad- me hace encontrar una
película que yo ni siquiera estaba buscando, y que me hace ver la verdad que los
ojos me denegaban, por estar ciego yo, o por estar confusas las circunstancias.
En tales lances, el inconsciente -por eso es inconsciente- maquina sin que yo
me dé cuenta de su arácnido tejer.
Pero esta vez no hay
caso: puedo asegurarles, mesdames et messieurs, que sólo era cinefilia,
pura y simple cinefilia, desprovista de filo y de maldad, la que me llevó a ver
“Las ilusiones perdidas” y me hizo salir indemne de su tránsito. Mientras las
ilusiones del pobre Lucien se ahogaban en el Sena o se disipaban entre sollozos,
las mías, protegidas por una mantita, dormían calentitas y despreocupadas
mientras yo asistía a esta película impecable, casi perfecta, donde es difícil colocar
un pero o buscarles tres pies a los gatos de París.
El niño de la bicicleta
Hoy, en involuntaria carambola cinéfila, he visto mi tercera película belga en apenas dos semanas, Un hecho insólito que como buen creyente en el psicoanálisis debo someter a cuidadoso estudio. Si las casualidades no existen, ¿qué interés, qué motivación, que designio gobierna mi voluntad a la hora de elegir tres películas belgas en tan corto plazo de tiempo? ¿Belgas, precisamente, en estos tiempos de zozobra donde nuestra vida económica –y con ella todas las demás vidas- pende de un hilo tejido en Bruselas? ¿Belgas, justamente ahora, que Gerard Depardieu –insolidario, jetudo, tragaldabas- sale en los telediarios porque se ha refugiado allí huyendo de la reforma fiscal francesa? ¿Belgas, curiosamente, ahora que mi señora se ha aficionado a desayunar unos gofres dietéticos de color caca que son el pasmo gastronómico de mi incredulidad? ¿Por qué ahora, en este momento de mi vida, en este momento del mundo, Bélgica?
Más allá de la vida
Por la noche, en los canales de pago, pasan Más allá de la vida. Y la verdad sea dicha, por lo que había leído en las críticas, no esperaba gran cosa de ella. Cuando alguien empieza a contarme que la materia no lo es todo, y que más allá de la muerte viviremos sobre las nubes en estado de ingravidez, me pongo a la defensiva. Las historias de espíritus sólo las asumo en las películas de terror, o en las comedias. Si alguien -como en esta ocasión el irreconocible Clint Eastwood- pretende abordarlas en serio y darles canchilla pseudocientífica, me convierto en un espectador beligerante si me pillan de mal jerol, o en uno desentendido, y pasota, si me cazan con la guardia baja.