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The New Pope

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El dinero y el sexo mueven el mundo. Casi siempre para buscarlos y muy pocas veces para rehuirlos. Todo lo demás es tiempo de espera o un desvío por carreteras secundarias. Ochenta años antes de los hechos narrados en “The New Pope”, Liza Minnelli, en el Berlín del protonazismo, cantaba “Money makes the world go round” mientras meneaba el escote con lascivia y Joel Grey, a su lado, le hacía gestos obscenos con la lengua. 

El Vaticano -incluso el Vaticano un poco complaciente de Paolo Sorrentino- está lleno de gentuza muy poco recomendable: fascistas, viciosos, pederastas, vendedores de humo y manipuladores muy hábiles del Espíritu Santo. Pero tontos, a esas alturas del cardenalato, no creo que haya ninguno. En la carrera eclesiástica, que es la más exigente de todas las profesiones, los más decentes y los más incapaces se quedan en los primeras vallas a predicar entre las ancianas la renuncia a las riquezas y el valor supremo de la castidad. 

Mientras los curas de tropa cuentan estas martingalas a los creyentes, allá, en la Ciudad del Vaticano, en el Meollo del Asunto, los cardenales viven abrumados por sus pecados sexuales, que son muchos y variados, y también angustiados por la idea de que después de varios siglos de escaqueo, el Gobierno italiano les haga pagar impuestos para terminar con sus días de vino gratuito y rosas en el jardín. 

Bragueta y bolsillo: no hay nada más. Por mucho que se revistan de ropajes y de ceremoniales, los cardenales son iguales que nosotros. Nada les distingue de la plebe a la que amenazan con las penas del infierno. Muchos de ellos ya ni siquiera creen en Dios, porque hace mucho que dejaron de creer en los hombres y en las mujeres. Ya quedan muy lejos los días en los que se sintieron especiales, casi espirituales, cuando escuchaban la voz de Dios y a veces, durantre unos segundos maravillosos, se creían libres del instinto y de las imperfecciones de la carne.




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