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The New Pope

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El dinero y el sexo mueven el mundo. Casi siempre para buscarlos y muy pocas veces para rehuirlos. Todo lo demás es tiempo de espera o un desvío por carreteras secundarias. Ochenta años antes de los hechos narrados en “The New Pope”, Liza Minnelli, en el Berlín del protonazismo, cantaba “Money makes the world go round” mientras meneaba el escote con lascivia y Joel Grey, a su lado, le hacía gestos obscenos con la lengua. 

El Vaticano -incluso el Vaticano un poco complaciente de Paolo Sorrentino- está lleno de gentuza muy poco recomendable: fascistas, viciosos, pederastas, vendedores de humo y manipuladores muy hábiles del Espíritu Santo. Pero tontos, a esas alturas del cardenalato, no creo que haya ninguno. En la carrera eclesiástica, que es la más exigente de todas las profesiones, los más decentes y los más incapaces se quedan en los primeras vallas a predicar entre las ancianas la renuncia a las riquezas y el valor supremo de la castidad. 

Mientras los curas de tropa cuentan estas martingalas a los creyentes, allá, en la Ciudad del Vaticano, en el Meollo del Asunto, los cardenales viven abrumados por sus pecados sexuales, que son muchos y variados, y también angustiados por la idea de que después de varios siglos de escaqueo, el Gobierno italiano les haga pagar impuestos para terminar con sus días de vino gratuito y rosas en el jardín. 

Bragueta y bolsillo: no hay nada más. Por mucho que se revistan de ropajes y de ceremoniales, los cardenales son iguales que nosotros. Nada les distingue de la plebe a la que amenazan con las penas del infierno. Muchos de ellos ya ni siquiera creen en Dios, porque hace mucho que dejaron de creer en los hombres y en las mujeres. Ya quedan muy lejos los días en los que se sintieron especiales, casi espirituales, cuando escuchaban la voz de Dios y a veces, durantre unos segundos maravillosos, se creían libres del instinto y de las imperfecciones de la carne.




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Ripley

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Hace unos meses, al poco de estrenarse “Ripley”, arribó el barco pirata a La Pedanía con un cofre que contenía sus episodios. Pero yo entonces estaba empachado de ficciones y me preguntaba, además, qué sentido tenía otra versión de Tom Ripley en las pantallas. Para los cinéfilos de mi generación ya existía un Tom Ripley canónico, insustituible, que fue aquel Matt Damon con cara de no haber roto nunca un plato. Como mucho algún himen, y puede que un par de culos alegres. Así que desdeñé el género y me decanté por otras ficciones que no dejaron más huella que estos escritos tontos que fosilizan al instante.

Pero uno escucha los podcasts, y lee las revistas, y capta las confidencias, y “Ripley”, incluso después del verano que todo lo derrite, seguía muy vivo en las conversaciones. El otro día regresó el barco pirata y ya no tuve dudas de descargar su mercancía. Me picaba la curiosidad. Los fotogramas en blanco y negro de Andrew Scott prometían una maldad nueva y reconcentrada. Ese actor tiene algo muy torvo en la mirada... Ya nunca podremos leer un relato de Sherlock Holmes sin imaginarnos a otro Moriarty que no sea él. 

Tom Ripley, en origen, era un tipo indescifrable y muy distinto: joven, con sex-appeal, capaz de hacer dudar a los hombres y de torcer voluntades en las mujeres. Andrew Scott, en cambio, ha perdido pelo y ya no le quedan muchos años para entrar en la aplicación de Ourtime. Estaba claro que su Ripley iba a ser muy diferente del concebido por Patricia Highsmith: uno al que se le venir de lejos y ni aun así puedes esquivarlo. También hay malvados así, magnéticos por pura maldad, irresistibles porque te puede la curiosidad y desmantelas las defensas. 

Ahora que he terminado de ver “Ripley” ya puedo afirmar que es la serie del año. La temporada final de “Succession” ya tiene sucesora. Eso sí: en “Ripley” siempre pierden los millonarios. Tom Ripley se los va cargando por el camino. Es otro método para ascender en la escala social, aunque no para redistribuir la riqueza: apropiarse de sus identidades. Suplantarlos como vainas extraterrestres que duermen bajo sus camas. No sé qué hubiera pensado el camarada Lenin de todo esto. 




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