🌟🌟🌟
Los Monty Python, en “El sentido de la vida”, cerraron el sketch de “Every sperm is sacred” con los cien hijos de la pareja católica desfilando ante el ventanal del matrimonio protestante. Lo resolvieron así y no tengo nada que objetar. Gracias a esa idea consiguieron hilar dos números históricos e inolvidables. Pero también podrían haberlo resuelto de otra manera, a lo “Café irlandés”, poniendo a parir -literalmente- a una de las hijas mayores, ya en edad de merecer. Habrían sido los 101 católicos de los Monty Python, como los 101 dálmatas de Walt Disney. El nacimiento del primer nieto en un genoma que se agarra con fuerza al ecosistema. Una boca más que alimentar y otro hijo de Dios para igualar la reproducción conejil de los infieles.
El matrimonio Curley, en “Café irlandés” -curioso título porque aquí nadie bebe café, sólo té traído de la India o cervezas Guinness fabricadas en Dublín- no tiene más que cinco escuálidos hijos ofrecidos al Señor. Demasiados, a nuestros ojos pecadores, pero muy pocos, para el Ojo Triangular que los puede contar con los dedos de Su Mano. Quizá por eso, porque ya han recibido alguna reprimenda de su párroco y los vecinos con nueve hijos les miran mal en el supermercado, los Curley reciben con una alegría exultante el embarazo de su hija adolescente. Otros padres se hubieran quedado mudos y compungidos, conscientes del contratiempo. O del putadón. Pero aquí, en “Café irlandés”, todo es jolgorio y preparativos.
No importa que la hija tenga un trabajo precario o que el padre de la criatura sea un madurito barrigón casado con otra mujer. Peccata minuta. Los irlandeses de Stephen Frears no celebran la calidad de la vida, sino la vida en general. Prefieren lo cuantitativo a lo cualitativo. La multiplicación de los panes y los peces a los panes artesanales y los besugos de calidad. Es palabra de Dios.
