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The thick of it. Temporada 2

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Lo más interesante de la política no es lo que vemos en los telediarios. Todo eso es una pantomima, un juego amañado. Los políticos -creo que no desvelo nada- solo son actores en una obra escrita de antemano. Se limitan a recitar lo que escribió el dueño de los teléfonos, o el jefe de la gasolina. Ya sabemos lo que van a decir antes de que hablen, y qué van a responderles sus oponentes desde los escaños. A veces, cuando no es indignante, te da la risa. La política es una lucha libre en la que nunca hay hostias de verdad, todo coreografía y gilipollez. Solo los cuatro políticos honrados que subsisten en cualquier parlamento se llevan las hostias de verdad, y luego, claro, terminan por dedicarse al cultivo del viñedo, o al anonimato en su ciudad.

Lo interesante -lo que yo pagaría mucho dinero por ver- es la política entre bambalinas. Los políticos en la trastienda. Qué dicen, y qué hacen, cuando se va el periodista, cierran la puerta, se aflojan las corbatas o las chaquetas cruzadas y se ponen a hablar con sus asesores, a ver qué tal les fue: si se notó mucho la mentira, si quedó demasiada clara la impostura, si la gente es tan imbécil como parece o todavía queda algo de imbecilidad que rascar en las próximas elecciones. Ese es el espectáculo verdadero que siempre se nos hurta; la verdad cruda de la democracia que siempre se nos niego. Y que, de conocerla, sería el fin de la democracia tal como la conocemos.

 Solo sabemos de estas interioridades cuando se filtra a la prensa un audio, o un video, y nos quedamos boquiabiertos no por la sorpresa, sino por la confirmación palmaria de nuestras sospechas. Es como pillar a tu amante en pleno adulterio cuando ya sospechabas... Menos mal que a falta de realidad, de veracidad informativa, tenemos a Armando Ianucci y a sus secuaces para enseñarnos una trastienda gubernamental que tiene pinta de ser bastante verídica. Te ríes de la hostia, pero luego caes en una ligera depresión.





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The thick of it. Temporada 1

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En estos tiempos de políticas neoliberales que unos aplican con sonrisa de psicópatas y otros con gesto de resignados, el Ministerio de Asuntos Sociales de cualquier país -en The thick of  it es el Reino Unido, pero podría ser perfectamente España, o Moldavia- el Ministerio, decía, es un negociado carente de contenido, inoperante, o como mucho de corto alcance, que tiene que suavizar los golpes que propinan los otros ministerios criminales. Asuntos Sociales es una tirita de dispensario que se pone en la aorta que se desangra. Una cartera sin contenido. Un botiquín sin instrumental, o con el instrumental que llevaba el botiquín de la señorita Pepis. Un maquillaje publicitario que dice “la gente nos importa”, cuando todos sabemos que al neoliberalismo la gente se la sopla, básicamente. Asuntos Sociales es un juguete sin punta y sin pólvora que los gobiernos psicopáticos siempre regalan al ministro más tonto del Consejo, y los gobiernos resignados a la buena persona que jamás va a bajarse de su nube de algodón, beatífica, y medio lela también.

    No es casualidad, por tanto, que las trapisondas imaginadas por Armando Ianucci y sus guerrilleros transcurran en un Ministerio de Asuntos Sociales que no tiene gran cosa que  decir, con un ministro al que sólo le preocupa no perder la silla y medrar, y unos colaboradores que los días pares improvisan una medida y los días impares justo la contraria, para ir justificando el sueldo y matando el aburrimiento. Ellos saben que todo da lo mismo.

    Podría parecer que Ianucci ridiculiza a los políticos en The thick ok it. Que los exagera y caricaturiza como hizo poco después en Veep, su obra maestra del otro lado del charco. Pero no creo que sea así. En la intimidad de los despachos, donde los gobernantes se toman el café, se aflojan las corbatas y estiran las piernas en los sofás -o en las mesitas de café, como "Ánsar"- tengo por seguro que la realidad no es muy diferente de todo esto que cuentan en la serie. Cuando un político mete la gamba pensando que el micrófono estaba cerrado, nunca es para decir "qué pena me da la gente, voy a seguir luchando por ella...". Siempre es para soltar cosas como ésta:


Ministro: A veces, ¿no te pasa?… cuando te encuentras con la gente de verdad, de la calle… ¿No te pasa que miras a sus ojos vacíos y sus bocas llenas de vulgaridades…? Ya sé que la gente como ellos piensa que la gente como yo piensa así, y por eso odio pensarlo, pero es que, joder, parece que son de otra especie. Con sus camisetas, y pantalones, y viseras… ¿Por qué llevan camisetas con cosas escritas? ¿Y por qué están tan gordos, joder?

 Asesor: Ya te digo… Y tan imbéciles. 


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