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Un corazón en invierno

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Enamorarse de Emmanuelle Béart en esta película es un imperativo del instinto. No depende de nuestra homínida voluntad. No hay libre albedrío capaz de decir: “Pues hala, mira, no me enamoro”. O bueno, sí, pero en casos muy raros que ahora mismo están siendo estudiados por la ciencia. 

Mi amigo de La Pedanía, por ejemplo, es uno de esos sujetos afectados por el síndrome. Emmanuelle Béart, que yo recuerde, nunca ha salido en nuestras conversaciones patrocinadas por Estrella Galicia, pero estoy por apostar diez dólares a que él no vería mayor encanto en su belleza de otro mundo. Lo de mi amigo es cono una ceguera, como una tontuna, como una impostura de llevar siempre la contraria. Un esnobismo, quizá. No sé, me irrita, pero es mi amigo y yo siempre trato de ayudarle.

El otro día, sin ir más lejos, nos atendió una camarera de quitar el hipo en un bar de La Pedanía –de hecho, es un bar que siempre está petado porque los maromos acuden en rebaño a contemplarla-, y cuando ella se alejó con nuestro pedido y la pregunta inevitable quedó flotando en el aire, mi amigo soltó sin inmutarse:

- Me deja frío. 

Él sí que es, aunque ya estemos en pleno verano, un corazón en invierno.

De Emmanuelle Béart, en esta película, se enamora hasta el apuntador: se enamora Daniel Auteuil, por supuesto, que es el luthier del corazón invernal, pero también el jefe de Daniel, que es rubio y tiene más dinero, y el violonchelista silencioso que toca al lado de Emmanuelle y que quizá imagina obscenidades cuando ella acaricia el violín con dulzura o lo zarandea con una pasión arrebatada. Yo mismo, a este lado de la pantalla, haría una tercera hipoteca sobre mi alma para que ella simplemente me sonriera.

Enamorarse de Emmanuelle Béart, ya digo, es una obligación de la genética, pero creerse merecedor de sus favores ya es harina de otro costal. Eso ya es vivir en otro nicho biológico: el de los líderes del rebaño, o el de los ilusos inquietantes. Auteuil, al principio de la película, se la queda mirando con ojos de cordero degollado como pensando: “Conseguir su amor sería como acertar el Gordo de Navidad”. Pero sucede que el Gordo de Navidad toca en un caso de cada 100.000...




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