Mostrando entradas con la etiqueta Gugu Mbatha-Raw. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Gugu Mbatha-Raw. Mostrar todas las entradas

Huérfanos de Brooklyn

🌟🌟🌟

Hay tres tipos de películas de detectives. En las primeras, por las argucias de la narración, el detective va acumulando certezas mientas el espectador permanece in albis, y la gracia consiste en ir pedaleando para no quedarse descolgado como un ciclista gordo, y llegar a la resolución del caso con un ¡oh! de admiración en el resuello.  En las segundas, y gracias a las trampas del guion, es el espectador el que camina sobre seguro y va desvelando los secretos mientras el detective -generalmente un panoli, o un cegarato, o un empalmado enamorado de la mujer fatal- va dando palos de ciego y se rasca la cabeza que lleva bajo el sombrero. Aquí la gracia consiste en ir riéndose un poco de él, muy ufanos en el sofá, como comadrejas astutas de toda la vida, hasta que el pavo por fin alcanza nuestra iluminación justo cuando ponen el The End.



    El tercer tipo de películas, que son las más chapuceras, o las más experimentales, o las dos cosas a la vez, son aquellas en las que el detective y el espectador van juntos de la mano en su ignorancia, y a veces salen obras maestras de la hostia y a veces tostones incomprensibles que te quitan las ganas de reincidir en el género durante meses. Huérfanos de Brooklyn -que es una traducción idiota del título original, “Huérfano de Brooklyn”, el apodo del protagonista- es una película de este tercer tipo, caótica, descabalada, como un puzle de 1000 piezas reconstruido por un niño de dos años que no sea un superdotado.

     Huérfanos de Brooklyn dura demasiado, se pierde en tontacas, se le notan mucho las referencias… Pero al principio sale Bruce Willis, y te alegras un montón con el reencuentro, y luego toda la película la lleva Edward Norton haciendo otra vez de tarado, como en El club de la lucha, y eso ya te predispone para bien, y luego sale Alec Baldwin, que impone, y Willem Dafoe, que ya resucitó tras lo de El faro, y hasta sale Omar, el de The Wire, el cara-rajada, tocando la trompeta como un ángel negro caído del cielo, en el club de jazz. Y si fueran otras, las jetas, la película sería para olvidar nada más terminar este escrito, pero así, con esta pandilla, con estos amigos de toda la vida, uno no acaba de atreverse a dar la tarde por perdida del todo.



Leer más...

Black Mirror: San Junipero

🌟🌟🌟🌟🌟

(Contiene un gran e inevitable spoiler)

En 1987, Belinda Carlisle cantaba aquello de Heaven is a place on Earth en Los 40 Principales, y nosotros, quinceañeros que admirábamos sus canciones y todavía más su belleza, siempre hacíamos el chiste de que el Cielo, efectivamente, estaba en este planeta, y más concretamente donde Belinda ponía los pies, o comía los macarrones, o se acostaba con el suertudo de su maromo. Porque Belinda era una mujer preciosa, turbadora, una cantante muy distinta a las yogurinas bailongas que tanto nos enardecían por entonces. La primera MILF, quizá, en nuestra larga vida de deseos.

    Yo me acordaba mucho de Belinda Carlisle en las clases de religión porque mi ateísmo había tomado su canción por un himno de rebeldía. Y mientras el cura nos hablaba de la contemplación beatífica de Dios, que era el premio de mierda que les esperaba a los católicos de mis compañeros, yo canturreaba por lo bajini Heaven is a place on Earth convencido de que el único cielo estaba en esta vida, en esta corta oportunidad, muy posiblemente en el amor de una mujer que dijera que sí, que venga, que vamos a retozar sobre una nube, y que salgan los ángeles por Antequera.

    En la primera escena de Black Mirror: San Junipero, suena Heaven is a place on Earth en la discoteca donde la chavalada se busca para pasar un buen rato. Y uno, que es bastante cortico para pescar pistas y anticipar derroteros, se deja llevar por el canturreo tonto, por la evocación ñoña, y tiene que esperar tres cuartos de hora para caer en la cuenta de que Charlie Brooker no da puntada sin hilo, y que esa canción estaba puesta allí como un grandísimo spoiler para los espectadores más avezados. Porque la ciudad de San Junipero es el Cielo propiamente dicho: un villorrio a orillas del mar donde la temperatura siempre es agradable, la gente siempre es joven, y la música molona no para de sonar. 

San Juníepero es la ensoñación post-mortem que han elegido Kelly y Yorkie para ser eternamente jóvenes y amarse por las noches con la misma fogosidad con la que se aman por el día. Un Cielo californiano que a mí no termina de convencerme, porque yo soy más de arrejuntarse en bosques nevados y en cabañas con chimenea. Ese sería el Cielo que yo contrataría con la funeraria del futuro para pasar la eternidad en compañía femenina, y no ese San Junipero donde los muertos sudan a todas horas celebrando que el amor nunca termina.



Leer más...