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Belle de jour

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¿Se puede estar enamorado de alguien sin desearle sexualmente? Ellos, los que así se enamoran, dicen que sí. Pero yo no me los creo. Lo suyo es otro sentimiento: un apego,  o un cariño. Una des-soledad. Pero no amor. El amor tiene una parte lúbrica y pegajosa que no se puede separar de las palabras altisonantes. El amor es poesía y mucosidad. Espíritu y carne. El centro exacto de los cuadros del Greco, donde se fundían la trascendencia y la mortalidad.

    Agarrado a su bastón, Antonio Gala decía que la disociación del sexo y del amor producía dos monstruos equivalentes: el amor sin sexo, que no es más que platonismo infecundo, y el sexo sin amor, que es gimnasia arbórea de los monos. Supongo que todos hemos sido alguna vez platonistas o simiescos, pero Catherine Deneuve, en “Belle de jour”, se lleva la palma de la disociación sentimental. Enamorada de su marido, pero incapaz de tocarle el cilindrín, Séverine, su personaje, decide someterse a una terapia de choque que la cure de espanto: ejercer de prostituta de lujo en el piso de la madame. 

    La prostitución como terapia de pareja es quizá una de las ideas más provocativas que tuvo Luis Buñuel. No figura en ningún estudio de los expertos consultados, ahora que está caliente el debate sobre si abolirla o regularla. Dentro de unos años, las casas de citas serán catacumbas de cristianos o vendrán anunciadas con neones de color rojo al anochecer.

    Séverine confía en que tarde o temprano podrá entregarse carnalmente a su marido, ya superado el melindre sexual. Pero pasan las semanas, y los meses, y Séverine se disocia ya por completo: lo que era una terapia de pareja se convierte en la ruina definitiva de su matrimonio. Por las mañanas ella es Belle, la prostituta apasionada que hace las delicias de la burguesía puteril; pero por la tarde, se quita el disfraz -o se lo pone- y vuelve a ser Séverine la irresoluta, Séverine la traumatizada. La esposa que pone en riesgo la fidelidad de su marido. Porque él siempre sale en pantalones, pero sospechamos la hinchazón amoratada de sus pelotas.





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