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Citas Barcelona

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Salvo en la historia de los sexagenarios y la otra de los aspergers -porque todo el mundo quiere follar y está en su perfecto derecho- en “Citas Barcelona” todos los protagonistas son guays, enrollados, de muy follables para arriba. Aquí el que no es guapo es la mar de simpático o de sensible, y la que no está buena está superbuena y también es la reina de la sonrisa. Nos movemos en la clase alta de las citas por Tinder. Porque sí, queridos amigos, y queridas amigas: en esto, como en todo, también hay clases sociales. Están los que follan cada fin de semana y los que nunca se jalan una rosca. Es el liberalismo económico llevado al terreno de lo sexual, como decía Michel Houellebecq. 

Sea como sea, en Barcelona está claro que Tinder funciona. No es como en la España Vacía, o Vaciada, donde vivimos los envidiosos de las dinámicas urbanitas. En Barcelona hay una masa crítica de casi dos millones de habitantes, así que no es complicado encontrar un alma gemela dispuesta a follar por una noche o por una vida. La competencia también es mucha, eso es verdad, proporcional a las oportunidades, pero allí la gente no tiene miedo de conectar y eso crea un flujo muy positivo en el que incluso los gammas y los épsilons encuentran su nicho en el amor. Esa serie no la van a rodar nunca, pero estaría cojonudo que la rodaran: “Citas Barcelona: 3ª División”. Saldrían actores más feos, y actrices más gordas, pero nos identificaríamos mucho más.

“Citas Barcelona” es la tercera temporada de “Cites”, pero la han llamado así porque transcurre en Barcelona y es como un reboot tras siete años de parón. Yo, por desconocimiento, he empezado la serie por aquí mientras veía, en el canal local, “Citas Ponferrada”, que es la versión comarcal del asunto. De momento sólo hay dos episodios, y los dos los protagoniza la única mujer que ha puesto su foto verdadera en el perfil, y no un tiesto, o una gaviota, o un bonito atardecer. Es la única mujer con la que se atreven a quedar los ponferradinos por miedo a encontrarse con un callo malayo. ("¿Citas Malasia...?"). Ya están rodando el tercer episodio y creo que la actriz repite en el papel. 




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Selftape

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Joana y Mireia Vilapuig son hermanas y residentes en Barcelona. Así las hubiera presentado Mayra Gómez Kemp de haber concursado en el “Un, dos tres” . Como son dos hermanas canónicas que discuten mucho y lo mismo se aman que se odian con vesania,Joana hubiera querido el coche para moverse por la jungla de Barcelona, mientras que Mireia hubiera deseado el apartamento en Torrevieja para descansar de tanto mamón y de tanta gilipollas como ronda por ahí. 

En la charleta distendida que venía antes las preguntas, ellas le habrían explicado a Mayra que son actrices y que se lo van currando de acá para allá en series medio ignotas para el gran público. Contarían que saltaron a la fama siendo unas adolescentes muy pizpiretas, pero que luego el prodigio se deshizo y la realidad se impuso con todas sus mamonadas. Con la edad, el desparpajo ante las cámaras se convirtió en insuficiente e incluso en innecesario: ahora, a los veintitantos años, Joana tiene un poderoso pechamen y Mireia es guapa de un modo extraño e irresistible. Es decir: que se convirtieron en objetos de deseo, lo que ofusca el criterio de los directores y el buen juicio de los cazatalentos. La belleza que sus cuerpos generaron se volvió contra ellas como sucede en los síndromes autoinmunes.

Esto es, al menos, lo que las hermanas Vilapuig cuentan en “Selftape”, que es una serie que intuimos muy personal, muy próxima a su realidad, aunque los legos en su biografía no sepamos exactamente lo que es real, lo que es ficción y lo que es ben trovato si non e vero. No es casualidad que sus personajes se llamen, sin disimulos, Joana y Mireia Vilapuig, y que ambas se dediquen a buscarse la vida por los castings y los rodajes.

En el último capítulo de “Selftape” me dio por pensar que esta serie es como el reverso tenebroso de “La maravillosa Mrs. Maisel”. Si en la serie american se contaba el ascenso a la fama de una mujer con mucho talento, en “Selftape” se cuenta el viaje muy triste de retorno. El descenso del puerto de montaña, entre lluvias torrenciales y caídas con raspones en cada curva. Un bajonazo con menos risas y menos colorines en la paleta. 





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