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La infiltrada

🌟🌟🌟🌟

El sentimiento básico que recorre mi barriga mientras veo “La infiltrada” no es la incertidumbre, pues ya venía uno informado a la pelicula, sino la admiración infinita por esa mujer, y por esa actriz que la recrea. La persona y el personaje.

Lo digo porque yo, de infiltrado en ETA, no hubiese durado más de 36 horas. Pero no porque de repente me viera superado por la tensión y les hubiera pedido a mis superiores que me sacaran de allí cagando leches. Lo digo porque ni siquiera me habría dado tiempo a llegar esa conclusión de cobardía. Antes habría cometido un error fatal que hubiera dado con mis huesos y con mi poca sesera en una cuneta: confundirme de nombre al ser preguntado, o liarme con una llamada de teléfono al superior, o traerme un libro de casa con un marcapáginas en el que pusiera “Viva la Policía Nacional”. No sé, cosas así, entre ridículas y muy tontas.  

Me conozco y sé de lo que hablo. Habría sido el infiltrado de más corta duración dentro de la banda terrorista. También estaría en los anales del Cuerpo, como El Lobo, o como Arantxa Berradre, pero en el otro extremo de la orden de méritos, para equilibrar las energías del universo. 

También es verdad que yo -jamás, ni harto de vino- me hubiese metido a ejercer de Policía Nacional. “Policía ni en broma”, como cantaba Sabina. O picoleto, o milico, o cualquier cosa que lleve una metralleta y un uniforme autoritario. De no haber sido funcionario -disfuncional- de Educación, hubiera sido funcionario de Correos, o de Hacienda, o de cualquier otra institución al servicio del ciudadano. Tengo el alma acomodaticia de los funcionarios, qué le vamos a hacer, pero policía... Ni siquiera para dar de comer a mis hijos. No los hubiera tenido y en paz. 

No es nada personal. Only business. Es puro recelo instintivo. Es verdad que la Policía hace una gran labor social, como la de la ONCE gracias al cupón, pero no es menos cierto que se interponen con demasiada fiereza entre nosotros y los palacios de nuestros negreros. 





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Saben aquell

🌟🌟🌟🌟


De niños, en León, también hablábamos catalán en la intimidad. O al menos lo entendíamos en parte. Y no como ese fascista de José Mari, que solo lo dijo para arañar votos en Barcelona. 

Pero tampoco nos pongamos estupendos: en realidad solo sabíamos dos frases de catalufo, aunque encerraran mundos completos de referencias. La primera, claro, era “Tot el camp és un clam”, que entonaban los culés en el colegio las raras veces que tenían algo que celebrar: que nos ganaban en los duelos directos, mayormente, porque luego, de títulos, no se jalaban ni una rosca, siempre que si el árbitro, que si las lesiones, que si el sursuncorda... Igual que ahora, vamos. 

La segunda frase de nuestro acervo catalán era “Saben aquell que diu...”. Era la muletilla con la que Eugenio siempre comenzaba su show cuando salía por la tele. Y nos descojonábamos, claro, por su acento cerrado de Barcelona, y porque ya anticipábamos el chiste genial que iba a venir justo después. Lo suyo era humor inteligente, y no como el de otros. “Un esqueleto entra en un bar y pide una cerveza y una fregona...”. Yo era mucho de Eugenio, de su semblante y de su distancia, y no tanto de Arévalo o de Bigote Arrocet, que no eran más que dos tolais repetitivos. Los tres eran los reyes de la casete de gasolinera y salían mucho en el “Un, dos, tres”. Y si salías en el “Un, dos, tres” ya te llovían los contratos y te forrabas. Y follabas cantidubi, supongo.

En eso, la película de Trueba es un poco tramposa, porque Eugenio compareció por primera vez en el “Un, dos, tres” cuando ya era un hombre viudo y depresivo. La gran fama de la tele le llegó después de que se muriera Conchita, el gran amor de su vida, con la que empezó haciendo dúo musical y acabó teniendo un dúo de retoños. “El gorrino y la mujer, acertar y no escoger”, que decía Marcial Ruiz Escribano. Y Eugenio acertó el pleno al quince en la quiniela. Conchita, si hacemos caso del biopic, le regaló los mejores momentos de su vida, aquellos en los que su carácter autocorrosivo encontró un descanso y una cura temporal. Hay tipos con suerte, aunque la suya, ay, fuera una suerte con fecha de caducidad.





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Citas Barcelona

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Salvo en la historia de los sexagenarios y la otra de los aspergers -porque todo el mundo quiere follar y está en su perfecto derecho- en “Citas Barcelona” todos los protagonistas son guays, enrollados, de muy follables para arriba. Aquí el que no es guapo es la mar de simpático o de sensible, y la que no está buena está superbuena y también es la reina de la sonrisa. Nos movemos en la clase alta de las citas por Tinder. Porque sí, queridos amigos, y queridas amigas: en esto, como en todo, también hay clases sociales. Están los que follan cada fin de semana y los que nunca se jalan una rosca. Es el liberalismo económico llevado al terreno de lo sexual, como decía Michel Houellebecq. 

Sea como sea, en Barcelona está claro que Tinder funciona. No es como en la España Vacía, o Vaciada, donde vivimos los envidiosos de las dinámicas urbanitas. En Barcelona hay una masa crítica de casi dos millones de habitantes, así que no es complicado encontrar un alma gemela dispuesta a follar por una noche o por una vida. La competencia también es mucha, eso es verdad, proporcional a las oportunidades, pero allí la gente no tiene miedo de conectar y eso crea un flujo muy positivo en el que incluso los gammas y los épsilons encuentran su nicho en el amor. Esa serie no la van a rodar nunca, pero estaría cojonudo que la rodaran: “Citas Barcelona: 3ª División”. Saldrían actores más feos, y actrices más gordas, pero nos identificaríamos mucho más.

“Citas Barcelona” es la tercera temporada de “Cites”, pero la han llamado así porque transcurre en Barcelona y es como un reboot tras siete años de parón. Yo, por desconocimiento, he empezado la serie por aquí mientras veía, en el canal local, “Citas Ponferrada”, que es la versión comarcal del asunto. De momento sólo hay dos episodios, y los dos los protagoniza la única mujer que ha puesto su foto verdadera en el perfil, y no un tiesto, o una gaviota, o un bonito atardecer. Es la única mujer con la que se atreven a quedar los ponferradinos por miedo a encontrarse con un callo malayo. ("¿Citas Malasia...?"). Ya están rodando el tercer episodio y creo que la actriz repite en el papel. 




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