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Becoming Madonna

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Madonna fue el mito erótico de mi adolescencia. Quedé hipnotizado por sus ojos, y por todo lo demás, desde que la vi gateando en aquella góndola de Venecia. Fue justamente eso: una aparición de la Virgen. Like a virgin... No la conocía de nada y de pronto me pareció la mujer más guapa del mundo. Luego vino el vídeo de “Material Girl” y la fascinación ya se tornó en enamoramiento aristotélico, que es un poco más sucio que el enamoramiento platónico de los inocentes.

Durante años viví secuestrado por ese ideal de belleza, un poco retaco pero de rostro perverso Mi reino por unos ojazos como los suyos... Mi imperio por ese lunar de su cara que yo siempre preferí a la pinacoteca nacional. Y luego ya ves: ahora son las pelirrojas estilizadas las que pueblan mi imaginación en decadencia. 

Cada vez que un compañero del instituto se metía con ella -que si vaya piernas de ciclista, o que si vaya pandero de paisana- yo me convertía en el paladín medieval que la defendía lanza en ristre sobre mi puente. Yo cosificaba mucho a Madonna, es verdad, pero es que tampoco me quedaba otro remedio. Yo hubiera querido viajar a Nueva York para conocerla mejor: apreciar su belleza interior además de la belleza más evidente que a mí me sulibeyaba.  O mejor aún: que ella, que disponía de mucho dinero, viniera a León para conocer al más rendido de sus admiradores; para que viera que yo en el fondo era un buen chaval y que bastaba una palabra suya para convertirme en esclavo arrodillado.

Pero luego, con los años, Madonna tiró por un camino y yo tiré por el otro. Divergimos. Ella se fue haciendo cada vez más rica y planetaria y yo cada vez más pobre y provinciano. Nunca la olvidé, pero ya no la tuve presente en mis oraciones. Y así hemos vivido, culo con culo, hasta que el otro día, mientras husmeaba en el menú de Movistar, descubrí este documental que relata sus comienzos en el mundo de la música: la vida de Madonna antes de que descendiera de un rascacielos para anunciarse entre los muchachos. Y entre las muchachas. Reconozco que en mi estómago aún sobrevivían un par de mariposas que se pusieron a revolotear.



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