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Mi primo Vinny

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No conozco mucha gente que haya visto “Mi primo Vinny”. O que al menos la recuerde. No, desde luego, en esta cinefilia de provincias que yo habito. Sin embargo, cualquier cinéfilo de tres al cuarto recuerda la polémica del Óscar concedido a Marisa Tomei. Yo mismo soy el ejemplo viviente de esta incongruencia. De esta pereza que ya duraba treinta años desde el estreno.

Y no es que la peli sea gran cosa, pero jolín. Sale Joe Pesci haciendo de sweet Joe Pesci, y eso es un espectáculo quizá no tan grande que ver al ungry Joe Pesci, pero joder: es un espectáculo. La historia es una memez, pero te ríes, y te encuentras con Ralph Macchio cuando descendía de la fama. Y sale Herman Monster haciendo de juez del condado, que es una cosa de mucha nostalgia de los sábados por la mañana.

Y sobre todo -que es a lo que íbamos- sale Marisa Tomei, en uno de esos papeles secundarios que se comen la pantalla. Y que por minutaje yo casi diría principales. Cosas de los americanos, que también miden el tiempo de los relojes en grados Fahrenheit. Marisa Tomei está divertida, espléndida, guapísima. As always. De hecho, prometí ver la película cuando me la encontré el otro día en un episodio de “Seinfeld”, rechazando los amores de George Costanza, su más rendido admirador. De pronto, mientras me descojonaba del pobre George, recordé  todo aquel asunto de Jack Palance abriendo el sobre, dudando un momento y pronunciando el nombre de Marisa para sorpresa de las grandes damas que optaban al premio: las británicas, y las chicas de Woody Allen. Marisa Tomei no era nadie en 1993. Parecía la opción de relleno en las nominaciones y mira tú...

Sobre aquello se ha dicho de todo: que Jack Palance estaba borracho; que no veía bien la tarjeta; que había apostado con sus amigos que iba a decir el nombre que a él le diera la gana. A saber. Lo cierto es que Jack Palance era un cowboy con problemas de alcoholismo. Pero da igual. Marisa Tomei se come la pantalla. No creo que fuera injusto. Pero sí lo fue, el tiempo ha hecho justicia con su papelón. Que los dioses la sigan conservando en ese formol maravilloso que no venden en ninguna farmacia de la Tierra.





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