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Sesión salvaje

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Para ver tetas en 2021 sólo necesitas una conexión a internet, y de eso ya tienen incluso en los valles perdidos del Noroeste: o sea, en cualquier lugar. Aquí mismo, en La Pedanía, que es como una reserva india de la comarca, como un poblado Amish que vive feliz con sus lechugas y sus misas de domingo, ya están poniendo incluso la fibra óptica -a ritmo de pedanía, claro, con mucha cachaza y mucho desfase- y las tetas, dentro de poco, a los que un día vinimos desplazados de la ciudad, nos llegarán a la velocidad de la luz y además en ultra high definition, nada más teclearlas en el buscador. Como dice el cura de la Parroquia -y no le falta razón- internet es un invento del Diablo.

Sin embargo, en 1975, para visitar el Paraíso de las Glándulas, había que ir de compras a Perpiñán si tenías la suerte de vivir cerca de la frontera francesa, y poseías un utilitario rocoso con el que transitar aquellas carreteras nacionales. Los demás anhelantes, en la Meseta, tenían que conformarse con el ajo y el agua de toda la vida: la imaginación, o la pornografía clandestinísima. Hasta que un buen día salió Arias Navarro por la tele, la censura tambaleó, y apareció el cine del destape para lubricar cuarenta años de engranajes oxidados. Reivindicar aquella movida de la Cantudo y otras estrellas despechugadas como si hubiera sido un fenómeno sociológico, está bien, y es de justicia. Reivindicarlo como un cine artístico, de qualité, como hacen estos nostálgicos en las entrevistas de Sesión salvaje, ya es otro cantar. Una patriótica exageración. Y lo mismo cuando reivindican el cine B de aquellos años, de gores asquerosos y lamentables, con argumentos -ya que estamos- de chichinabo. Y tres cuartos de lo mismo cuando ensalzan el chorizo western, o el cine de quinquis, como si esto hubiera sido, qué se yo, la Nouvelle Vague, o el cine americano de los setenta. Se les va la olla, decididamente, en la añoranza...

De nuestra serie B -que muchas veces era Z- sólo han sobrevivido las películas de Pajares y Esteso, con Mariano Ozores al guion, y al timón. De ellas también se habla en este documental, pero sólo un ratico: lo justo para recordar lo buenas que siguen siendo, tan descaradas, tan alejadas de la trascendencia que por eso finalmente trascendieron. Autoparódicas, y muy cachondas.




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