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Una cuestión de tiempo

🌟🌟🌟


Viajar al pasado puede parecer un superpoder de la hostia, pero luego, metido en la harina de las paradojas temporales, te das cuenta de que acabarías loco perdido deshaciendo entuertos y cagadas. Ya lo dijo Ben, el tío de Peter Parker: “Cualquier gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Y yo, desde luego, no la querría. O solo para eso que proponen en la película: ligarte a Rachel McAdams citándote con ella mil veces sin que ella se cosque de la estrategia, hasta dar con la conversación exacta y el gesto preciso que la predisponga a enamorarse. Y una vez conquistada, a tomar viento el superpoder, como quien se desprende de un reloj de oro oxidado.

Tiemblo solo de pensarlo si esta facultad de corregir tu propia biografía hubiera estado en manos de los Rodríguez de León y no de los Lake de Inglaterra. Porque en mi vida han sido innumerables los momentos ridículos, las meteduras de pata, las tonterías cometidas, las cagadas en el camino... Las cosas que dije y que me hubiera gustado desdecir, o corregir, o matizar. Los hechos que hubiera preferido deshacer, o enterrar, o borrar de los universos alternativos. Con este superpoder en mis manos -porque al parecer hay que apretar los puños para emprender los viajes temporales- me pasaría el día remendando y no viviendo. Sería un puto agobio. Un sinvivir. Viviría más, eso sí, porque podría repetir los mismos días hasta la extenuación, viviendo diez vidas en una, o mil, las que me diera la gana hasta que todo fuera perfecto, pero sé que al final me dejaría ir y navegaría junto a los demás en la única línea temporal que todos conocemos. Y que saliese el sol por Antequera.

Ligarte a Rachel McAdams -o su equivalente provincial- y poder hablar por última vez con los seres queridos: este súperpoder no sirve para mucho más. Y yo, en mi caso, ya ni eso. Porque siguiendo las reglas marcadas en la película, regresar a 1996 para despedirme mejor de mi padre significaría, que mi hijo, nacido después, ya no sería él, sino otro diferente, y eso sí que quiero dejarlo como está. Menos mal que hay cosas que no son verdad y además son imposibles. 




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Notting Hill

🌟🌟🌟🌟


Después de ver “Notting Hill” he recobrado la esperanza de conocer algún día a Natalie Portman. Bíblicamente, quiero decir, pero con mucho amor a nuestro alrededor. Porque yo, a su lado, treinta centímetros por encima de su miniatura, sería un cerdo ibérico muy enamorado. 

Los amigos se descojonan, pero yo sé que existe una posibilidad de que ella pase a apellidarse Rodríguez, o yo Portman, que a mí me da igual. ¿Una posibilidad infinitesimal? Seguro que sí. Pero también sé que las matemáticas -y no la poesía- son el verdadero reino de las esperanzas. La poesía solo ofrece  humo y palabrería, mientras que las matemáticas siempre regalan un 0’0000 con el que alimentar cualquier sueño de seductor. 

Yo, la verdad, no tengo una librería molona como la que tiene Hugh Grant en la película -que además es un tipo guaperas y encantador-, ni vivo en un barrio tan guay como Notting Hill, a dos pasos del Londres exclusivo donde las artistas se hospedan, compran sus ropas carísimas y luego comen ambrosías muy bajas en calorías. Si yo tengo una posibilidad ente un millón de conocer a Natalie Portman, el suertudo de Hugh Grant tenía una entre cien mil de conocer a Julia Roberts. Y así cualquiera, claro. 

Yo vivo en La Pedanía, muy a tomar por el culo de cualquier lugar civilizado, y trabajo de puertas para dentro en un centro de Educación Especial. Pero hace un par de años rodaron “As bestas” no muy lejos de aquí, así que puede que el lugar se ponga de moda para próximos rodajes, quizá uno internacional: una película de Steven Spielberg en la que Natalie interpretaría a una belllísima granjera de Yugoslavia a la que los nazis arrebatan el ganado y ya no quiero seguir contando porque me descompongo... 

Natalie, en mi sueño, se aloja en el hotel AC de Ponferrada, que es como una covacha destartalada para ella, y una mañana, en el descando del rodaje, aburrida de tanto hablar con gente sofisticada pregunta, si puede visitar algún centro social para copar portadas humanitarias en los periódicos. Es entonces cuando alguien le habla de mi colegio, y ella se levanta del sofá de sopetón, y a los quince minutos aparece en nuestro patio una comitiva de coches, y ella baja, y me descubre, y me saluda, y me sonríe... 




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