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Entre los episodios más divertidos de Los Simpson están esos en los que Homer,
al borde ya del infarto o de la psicosis, y aconsejado por el socarrón doctor
Hibbert, decide contener la ira que le provocan las trastadas de Bart. Éste, que
es un hijoputa de mucho cuidado, viendo que su padre ya no puede reaccionar agarrándole
del cuello ni soltándole amenazas, redobla sus travesuras hasta que la ira
acumulada estalla en formas muy cómicas.
Llevado al límite de su paciencia,
hemos visto a Homer convertido en La Masa, en La Cosa, en el Jack Torrance de El resplandor. Dentro de unos años,
cuando le hagan un guiño cinéfilo a esta película titulada The Babadook, veremos no a Homer, sino a Marge Simpson, transformada
en una madre demenciada que ya no aguanta ni un minuto más a su
retoño.
The Babadook, que es el último grito de
terror venido de Australia, cuenta la historia de una madre que trajina con un hijo aún más insoportable que Bart Simpson, un auténtico demente de
siete años que pega a sus compañeros, escupe a su profesores, fabrica ballestas
en el sótano de su casa y dice ver fantasmas horripilantes por todos los
sitios. El actor -este niño llamado Noah Wiseman- o es un genio precoz, o en su
vida real es igual de ahostiable que en la vida ficticia. Tan inquietante y
oscuro como el niño Damien de La Profecía.
La madre de Samuel, que además es viuda prematura, y tiene un trabajo de mierda, se pasará media
película conteniendo las ganas de ahogarlo en la bañera o despeñarlo por la Roca
Tarpeya de Adelaida, hablando consigo misma en tono conciliador y respirando
muy despacio y muy profundo. Hasta que una mala noche, sin que nadie lo haya
robado o comprado, aparece en la estantería el cuento de Mister Babadook, donde un fantasma peludo con sombrero de copa
anuncia su pronta llegada a la casa, con presagios funestos de infanticidios
sangrientos, y suicidios arrepentidos. La sombra de la depresión es alargada. Y
hasta aquí, queridos amigos y amigas, puedo leer...