The Young Pope
American Gangster
🌟🌟🌟🌟
Películas de gánsters -y sobre todo de gánsters americanos- ya hemos visto como mil a lo largo de nuestra cinefilia. Y desde hace un par de décadas, otras mil series que siguen al flautista de “Los Soprano”. No exagero mucho si afirmo que ya hemos visto tantos disparos a quemarropa y tantos motherfuckers escupidos a la cara como estrellas brillan en el cielo.
Sobre gánsters -gánsteres suena fatal, por mucho que diga la ortodoxia de la RAE- ya se ha dicho casi todo. Los hemos visto negros, blancos, irlandeses, sicilianos... Japoneses de la Yakuza y chinos de cualquier barrio llamado Chinatown. Mexicanos de la frontera y franceses de Marsella. Los que hay que trafican con drogas, con armas, con mujeres, con diamantes... O con todo a la vez, que son los que viven en las áticos más caros del downtown. Los hay, incluso, que han llegado a ser alcaldes de su pueblo. Aquí, de hecho, tuvimos un gánster de verdad que salía bañándose en un jacuzzi por la tele.
Sobre hampones hemos visto historias reales, historias ficticias e historias ficcionadas. Hemos visto auges y caídas, caídas y auges, listillos que nunca atrapaba la policía y pringados que casi caían en el primer interrogatorio. Hemos visto gánsters que subían a lo más alto aupados en su psicopatía demencial y que luego, inexplicablemente, lo perdían todo por el amor de una mujer.
A las que hemos visto muy poco, precisamente, es a sus mujeres. Salvo Carmela Soprano y alguna más que ahora no recuerdo, todas las demás están ahí de figurones. Esposas o amantes, unas se limitan a parir y otras a lucir la lencería más exclusiva para su hombre. Y es una pena, porque a mí siempre me han fascinado sus personajes. No paro de pensar en qué piensan cuando descubren que su maromo es un delincuente muy peligroso. Viven como si no les importara, o como si en realidad las dignificara. Mientras van cayendo las joyas y los abrigos de piel no sienten el peligro de morir en un tiroteo o de ser incriminadas por la policía. Es un rasgo biológico tan arcaico como arriesgado de diseccionar, en estos tiempos correctísimos que corren. Hay tantas formas de prostituirse...
La teniente O´Neil
🌟
Yo sé que en mi colegio, cuando creen que no atiendo, o que no estoy por las cercanías, mis compañeras me llaman “el teniente O’Neil”. Es por la película, claro, no por mi espíritu militar, porque si la teniente O’Neil es una mujer encerrada en un mundo de hombres, yo, en mi trabajo, soy un hombre infiltrado en un mundo de mujeres.
Lo mío también es un experimento secreto del gobierno, pero en este caso no del Ministerio de Defensa, sino del Ministerio de Educación. Ahora que las mujeres ya pueden combatir en los comandos más asesinos del ejército, había que recorrer el camino inverso para demostrar que los hombres también podíamos trabajar en centros de Educación Especial sin que nos asustaran los fluidos o los panoramas tremebundos.
Para ser sincero del todo, hay otros dos soldados no gestantes que trabajan en este claustro de profesores -al que llamamos “de profesoras” no por rebeldía gramatical, sino por simple aplastamiento de las matemáticas- pero no los tengo en cuenta porque no hablan mucho de fútbol, o lo hablan del revés, y yo los lunes por la mañana no puedo debatir con ellos las corruptelas de los árbitros o las tonterías irritantes de Vinicius. Mis dos compañeros -uno soldado raso y otro capitán con galones que hizo los cursos de oficial- tampoco hablan de mujeres por lo bajini ni se ríen con los chistes zafios de toda la vida. Ellos son hombres modernos y reformados que ven Eurovisión con sus parejas y saben cocinarles platos muy complicados los domingos al mediodía.
Yo sé que ellos hicieron los cursos de Nuevas Masculinidades para sumar puntos en el concurso de traslados y regresar pronto a sus tierras de procedencia, lejos de este valle perdido entre las montañas. Pero ahora, mira tú, han adquirido un poso, una elegancia, una manera de ser y de estar que les aleja del machirulo tradicional y les hace muy populares entre mis compañeras de cuartel. Yo, en cambio, que sólo hago cursillos de informática para cumplir con los sexenios requeridos, sigo siendo el soldado mostrenco que echa de menos una buena palabrota o un buen chiste sobre malentendidos en la cama. Estoy solo, muy solo, en este campamento educativo.
Black Rain
🌟🌟🌟
Los japoneses dejaron de ser los malos oficiales de las películas americanas cuando rindieron sus armas en la II Guerra Mundial. Tras la masacre de las bombas atómicas ya no hacía falta llamarles “monos amarillos” ni “perros de la selva”. Los japos quedaron tan acojonados, tan dispuestos a colaborar en la reconstrucción de su propio país bombardeado, que los dueños de Hollywood rápidamente los sustituyeron por los comunistas que trataban de conquistar el mundo con un ejército de cosechadoras y tres cohetes nucleares hechos de cartón piedra en Kazajistán.
Descontando a los nazis sempiternos -porque siempre han sido unos malvados muy telegénicos y propicios a la caricatura- los americanos han ido cambiando su enemigo peliculero en función de sus intereses bélicos o comerciales. Es decir: de sus intereses comerciales. Por las pantallas fueron pasando los campesinos vietnamitas, los fruticultores nicaragüenses y los negros de las universidades californianas hasta que dieron con el filón de los musulmanes que todavía hoy le pone picante a sus producciones. Cuando terminen de laminarlos pondrán a los chinos en su lugar... De hecho, ya los tienen en la recámara, en decenas de guiones que están esperando el plácet de la Casa Blanca para convertirse en los clásicos guerreros del futuro.
Pero hubo un tiempo, allá por los años 80, en que los japoneses volvieron a ser el enemigo que amenazaba el modo de vida americano. Fue apenas un apunte, un signo de advertencia que duró hasta que el índice Nikkei se volvió inocente e irrelevante. Ya casi no nos acordamos, pero los japoneses aspiraron a ser líderes de la economía mundial por encima de sus vecinos de la China. Los japos llevaron la delantera en el sector tecnológico y durante un tiempo parecieron inalcanzables: relojes, radios, calculadoras, aparatos de vídeo... Cuando yo era chaval todo era “made in Japan” y te salía más barato que lo yanqui.
“Black Rain”, en esencia, cuenta la historia de un policía de Nueva York que llegó un día a Tokio para recordar a esos pichacortas que puestos a pegar hostias los americanos les seguían llevando mucha ventaja y que no se iban a dejar pisotear por los vericuetos económicos de los yenes
Black Hawk derribado
🌟🌟🌟🌟
Borgen. Temporada 1
Daniela Forever
🌟🌟🌟
Si Jim Carrey, en “¡Olvídate de mí!”, se sometía a una terapia neurológica para extirpar el recuerdo de su amada, este hombre malayo, en “Daniela Forever”, se somete a otra terapia parecida para borrar a su añorada Daniela de los sueños. Pero lo tiene más jodido que Jim, porque los sueños, por su naturaleza, son más insidiosos y dañinos que la realidad.
El problema de Jim Carrey con Kate Winslet estaba en la vigilia, y la vigilia, dentro de unos límites, resulta más tolerable o manejable. Despiertos, al menos, tenemos la ilusión del libre albedrío, y podemos distraernos con otras cosas o incluso darnos de bofetones cuando el recuero nos asalta. En los sueños, en cambio, estamos indefensos, a merced de lo que el subconsciente quiera perpetrar para nosotros: el recuerdo de sus ojos, o la negación de su cuerpo, o la sonrisa malvada que al final nos destripó.
En “Daniela Forever”, unos psiquiatras misteriosos suministran a nuestro protagonista una pastilla que le permitirá tener sueños lúcidos y dentro de ellos manejarse con autoría de guionista. (Y quién tuviera, ay, sueños lúcidos, y no deslucidos como los míos, donde no soy más que un galeón zarandeado por los elementos. Una víctima recurrente de los ojos verdes de Nefernefernefer). Se supone que los sueños lúcidos permitirán al malayo borrar la presencia de Daniela cada vez que aparezca para joderle la marrana. Y es urgente, porque el recuerdo de Daniela le está quitando la inspiración musical y las ganas de vivir.
Pero nuestro héroe, a la hora de la verdad, es un tipo débil que prefiere tomar la pastilla azul y convertir los sueños en un paraíso artificial donde Daniela es su amante inmortal y está siempre disponible. Justo el revés de la trama; el efecto secundario y muy nocivo de la terapia. Y además, una trama no muy creíble del todo, dado que Daniela nos deja un poco indiferentes a los espectadores. Teniendo a Aura Garrido en el reparto, uno no termina de entender que el personaje de Daniela no fuera para ella. Por Aura Garrido sí que cualquiera preferiría huir del mundo y refugiarse en su recuerdo.
Warfare
🌟🌟🌟
Ron Kovic o el teniente Dan también quedaron inválidos después de pelear en las guerras coloniales de los norteamericanos. Pero no me los imagino, a su regreso a casa, participando en una película que recreara la batallita donde cayeron heridos. Ron Kovic porque tenía dignidad y el teniente Dan porque, teniendo dignidad, era un personaje ficticio que salía en “Forrest Gump”.
La bala que les condenó a vivir en una silla de ruedas actuó al mismo tiempo de despertador de sus conciencias. Comprendieron, en el dolor, o en la resaca del dolor, que su guerra patriótica no era más que una invasión del Tercer Mundo para regular los mercados y allanar el camino de las finanzas. Los marines, en el mejor de los casos, son la carne de cañón que desbroza los senderos económicos. Y en el peor, una pandilla de asesinos que fuera de Arkansas o de Oklahoma ya poseen licencia para matar.
En cambio, estos inválidos muy reales de “Warfare” -cuyos nombres podría buscar en internet si no fuera porque este sol justiciero, casi de desierto iraquí, me deja asténico y desmotivado- participan como consultores en esta recreación de la batalla de Ramadi que a punto estuvo de enviarlos al cielo de las fuerzas democráticas. Si “Nacido el 4 de julio” y “Forrest Gump” eran dos alegatos antibélicos, “Warfare” es todo lo contrario: un recordatorio de que en Irak combatieron unos machotes para llevar la paz y la prosperidad a los comunistas mesopotámicos. La película es una celebración de la camaradería, del arrojo en batalla, de las ametralladoras de la hostia... En resumen: una mierda pinchada en un palo. Aunque luego, eso hay que reconocerlo, resulte la mar de entretenida.
“Warfare” es como “Black Hawk derribado” pero sin helicópteros estrellados. Aquí la fuerza aérea pasa a toda hostia sobre el campo de batalla y levanta un polvo de maldición bíblica que confunde a los buenos y a los malos.