Amadeus

🌟🌟🌟🌟🌟

Según la teoría cinematográfica que sostiene Ignatius Farray en sus payasadas, “Amadeus” es una mierda de película porque en realidad su personaje principal no es Mozart, sino Salieri, y el título, por tanto, engaña al espectador con un truco publicitario. 

Siguiendo este razonamiento tan estúpido como interesante, “Amadeus”, para ser la obra maestra que otros decimos que sí es, tendría que haberse titulado “Antonio”, o “Salieri”, para ser justos con su verdadero protagonista y honrados con los espectadores. Hubiera sido una decisión más valiente, sin duda, más acorde con un guion que prefiere centrarse en el envidioso y no en el envidiado. En el malvado y no en el genio musical Pero también -todos lo sabemos- una apuesta de nulo recorrido comercial.

Pobre Salieri, ay, tan malparado ya para los restos, retratado para siempre en el lado oscuro de la Fuerza por ese F. Murray Abraham tan hijoputesco como efectivo. Qué cabrones, los austriacos, cuando poseyeron el norte de Italia y deslizaron la idea de que los italianos se merecían el yugo de su ejército porque eran unos bárbaros dañinos y envidiosos. De aquellos lodos imperiales vinieron luego estas leyendas que convirtieron a don Antonio en el autoproclamado Rey de los Mediocres: Salieri I, el monarca musical que representa a los artistas fracasados o desprovistos de imaginación. El único rey que yo reconozco con una rodilla hincada sobre la tierra. Su monarquía es la mía y la de tantos otros plebeyos sin talento.

Qué pensará don Antonio de las maledicencias del presente, allá en su tumba de Viena. Ningún dato histórico le condena más allá de unas cartas de Leopold Mozart que le acusan de envidiar mucho a su retoño. Lo normal, digo yo, en aquella corte imperial donde los músicos se navajeaban continuamente con la mejor de las sonrisas y la peor de las intenciones. Igual que hacen los cortesanos de hoy en día, los lameculos de los Borbones, que se arriman al poder para ganarse el pan y la inmortalidad haciendo reverencias y cogiendo la pole position a codazos.


Leer más...

El encargado. Temporada 3

🌟🌟🌟🌟🌟


1. Después de tres temporadas perpetrando el mal en el barrio de Belgrano, en Buenos Aires, Eliseo Basurto ha sido admitido con todos los honores en el Club de Malos de la Historia de la Televisión. Allí, recostado en sofás de lujo y atendido por camareros que le sirven los mates al instante, Eliseo sigue tramando sus planes junto a personajes ya inolvidables como Falconeti, J. R., Héctor Salamanca, Moff Gideon, Tony Soprano, Marlo Stanfield, Newman el vecino de Seinfeld y Calígula el tío de “Yo, Claudio”.

2. Para ser un actor genial como Guillermo Francella hay que tener talento y trabajar mucho, no lo niego. También tener mucha suerte en los comienzos. Que te den la oportunidad y saber aprovecharla. Pero sobre todo hay que nacer con esa jeta. Que los genes te otorguen el don del fenotipo. La cara de Francella lo mismo te sirve para hacer de Jesucristoo perdonado por Poncio Pilatos que para encarnar a tipejos sociopáticos y despreciables como Eliseo Basurto. Son, sobre todo, sus ojos azules... Ya dice la letra de “N’a veira do mar” que “ojos verdes son traidores y azules mentireiros”, o por lo menos contradictorios, juguetones, muy falsos cuando hace falta. 

(Claro que esto lo digo yo, que los tengo tan oscuros como mi alma pecadora). 

3. Si algo nos ha enseñado la vida es que hacer el mal siempre tiene premio. Los que hacemos el bien -más o menos, quiero decir, sin heroísmos y tirando con lo nuestro- no hacemos el mal porque no nos sale de dentro, porque no va con nosotros, pero no porque tomemos una decisión consciente que nos santifica. Somos, más bien, pobre gente. Unos auténticos desgraciados. Jamás podríamos ser como Eliseo Basurto aunque quisiéramos. Para eso hay que nacer. Eliseo es un malo inteligente, concienzudo, implacable. Un puto genio. Un auténtico hijo de puta. Por eso al final de la tercera temporada recibe el premio de una recepción oficial en la Casa Rosada. Los que mandan ahora en Argentina ya se han fijado en él y en sus métodos. Es carne de su carne. ¡Viva la libertad, carajo!

 



Leer más...

Furiosa: De la saga Mad Max

🌟🌟🌟🌟🌟


Precuelas, secuelas, reboots...: uno siempre se teme lo peor. Tras la idea original suele venir el refrito y el sucedáneo, la marca blanca y la máquina tragaperras. El negocio y el algoritmo. El sondeo de mercado y la traición al ideal.

Pero he dicho “suele”. Las excepciones las conocemos todos y una de ellas está en la saga de “Mad Max”. Aquí hubo que llegar a la cuarta entrega para encontrar la película que eclipsó a todas las demás. “Mad Max: Fury Road” es una obra maestra absoluta incluso sin la referencia endogámica de su saga. Recuerdo que el crítico del “Milwaukee Herald” la definió como “un puto peliculón” y desde entonces pocas palabras más se han añadido a la cuestión. 

Los más pipiolos de la cinefilia esperaban que “Furiosa” igualara al menos los méritos de su mamá. Ellos, los chavales, son nuestros padawans revoltosos, impacientes, soñadores... Siempre creen que se puede ir un poco más allá, un poco más lejos, un poco mejor. Citius, altius, fortius. Todavía no han comprendido -porque les falta el bagaje, la experiencia, el culo plano y tapizado de callos- que cuando te topas con un clásico instantáneo como “Fury Road” (un seis estrellas, un unicornio, un hito en el camino, un punto y aparte) lo más normal es que la siguiente aproximación ya no salga tan redonda. No puede ser y además es imposible. Quiero decir que “Furiosa” no me ha defraudado porque yo ya venía a que me defraudara. Es una estrategia de viejo resabiado con cien punzadas en el pompis. La cosa estaba en saber el nivel de fraude que iban a perpetrar. Ver "Furiosa" es un poco como quedar con tu cita de Tinder a los cincuenta y tantos: sabes que ya no va a ser una película de Hollywood, pero tampoco esperas un engaño delictivo del tipo película albanesa, más bien un bajonazo civilizado y una decepción asumible.

Ya intuía que “Furiosa” no iba a ser la chica de mis sueños, pero jodó: cuántos quisieran seguir rodando como rueda George Miller. "Furiosa" no es un puto peliculón, pero sí es la “hostia en verso”, según el crítico del “Vancouver Times”. Ya me lo he apropiado.





Leer más...

Mad Max: Furia en la carretera

🌟🌟🌟🌟🌟

Me jode darle la razón a José Luis Aznar (de soltero José Luis Garci). Pero es que la tiene. Como él es miembro de la Academia de Hollywood y tiene derecho a votar cuando llega la temporada de los Oscar, aquel año le preguntaron por la mejor película de las nominadas y respondió sin dudar que “Mad Max: Furia en la carretera”. Yo por entonces ya había visto la película y me quedé algo sorprendido. Garci -ese cursi, ese relamido, ese pornógrafo de los sentimientos- había votado por la película más gamberra de todas, por la menos sensible y plañidera, aunque también es verdad que por la más violenta y machirula: la predilecta de los fachas cuando alguna vez la pasen por 13 TV. 

Como diría Miguel Maldonado, en “Mad Max: Furia en la carreta” hay hostias a mansalva, coches que hacen bruuum-bruuum y tías güenas que lucen body en el desierto.(Y sin embargo, ay, cuánto me jode decirlo, es una obra maestra).

Al ritmo que vamos, con negacionistas como el mismo José Mari al mando de la nave, el futuro apocalíptico de Mad Max está más cerca que nunca: de Estocolmo para abajo todo será un gran desierto sahariano. Una desgracia para la humanidad, sí, pero una ocasión de oro para el hombre. En realidad, la tierra de las oportunidades. El paraíso de los emprendedores. El sálvese quien pueda que dejará muy claro quién ha nacido para mandar y quién para servir; quién se va a ganar el pan cueste lo que cueste y quién va a mendigarlo con la boca desdentada y los tumores en la columna. El Cielo de los Justos, al fin, pero en la Tierra, como un entrenamiento cojonudo antes de que llegue el Armageddon.
 
El futuro de Mad Max es un poco como el presente de Texas, que es el ejemplo social a seguir por el facherío: los únicos negocios prósperos son una  fábrica de armas, otra de gasolina y una granja de mujeres donde un grupo de jamados religiosos las tienen presas para ser ordeñadas y procrear. En la película existe una cuarto negocio posible, muy ecológico, que es la Tierra Verde donde sólo habitan mujeres y te descerrajan un tiro por el mero hecho de ser hombre. No seré yo el que nos defienda, pero jolín... También hay tipos majetes como Max.







Leer más...

Mad Max 2. El guerrero de la carretera

🌟🌟🌟🌟


Después del cambio climático, el peligro nuclear es nuestra segunda espada de Damocles. Si nuestros padres temblaron con la crisis de los misiles de Cuba, nosotros, sus hijos, temblamos cuando tras la caída del Muro nos advirtieron que los misiles soviéticos quedaban en manos de unos sátrapas que dirigían los países impronunciables teminados en -tán: Carajistán, Atomarporelculistán, todos esos...

Pero todo aquello pasó, y lo creíamos superado, hasta que supimos que la contienda presidencial de los Estados Unidos, en 2024, la iban a dirimir un tronado del culo y un abuelo con alzheimer (a éste le sustituyeron después, pero el susto todavía permanece). El botón nuclear, por sí solo, no distingue el dedo de un psicópata del dedo de un demenciado. ¿Y si clonamos a Stanley Kubrick para que nos ruede la segunda parte de "Teléfono Rojo: volamos hacia Moscú"?

Digo todo esto porque viendo “Mad Max 2” pensaba en la vieja cuestión de quiénes sobrevivirían al invierno nuclear -aunque la saga siempre transcurra en un verano eterno y canicular. Supongo que me moriré con la duda porque en el caso más benigno no estallará ninguna guerra, y, en el caso más apocalíptico, sin duda seré uno de los primeros en caer. La única hecatombe nuclear que conocemos es la que nos ha mostrado el cine, y ahí siempre triunfan los más salvajes de la autopista y los más guerreros de los eriales: la gente sin escrúpulos que no se lo piensa dos veces para meterte un tiro en la cabeza y saltarse todas las normas -ya inválidas- que regían la civilización. 

El futuro de Mad Max será el reino de los psicópatas, y apenas durará unas décadas antes de que ellos mismos se exterminen entre sí.

Queda la otra opción, la que había planeado el Dr. Strangelove en “Teléfono Rojo”: ingresar en la élite, ganarse un sitio en los refugios subterráneos y pasarse el resto de la vida procreando con señoritas muy bellas elegidas para la ocasión. Pero me temo, ay, que ninguna de mis habilidades -improductivas y estúpidas- valdrá un ochavo cuando los gobiernos tiren de lista y planifiquen un futuro esplendoroso para la humanidad. 




Leer más...

Mad Max. Salvajes de autopista

🌟🌟🌟


Apostaría mil dólares australianos a que esos salvajes de la autopista que le arruinaron la vida a Max Gibson pertenecen a la fundación FAES o a su prima hermana de Melbourne. O a que, por lo menos, simpatizan con ella y acuden a votar cada domingo electoral con sus motos, haciendo brum-brum con los tubos de escape desatados.

 ¿Les suena de algo esta salvajada dialéctica?:

"A mí no me gusta que me digan: no puede ir usted a más de tanta velocidad”.

¿O esta otra?

"Las copas de vino que yo tengo o no tengo que beber déjame que las beba tranquilamente”.

Pues no las dijo Toecutter, el líder psicópata de los moteros australianos, sino José María Aznar, el líder sociópata de los populares españoles. Los moteros de Mad Max iban más bien enfarlopados, o mareados por la gasolina; José Mari, en cambio, como en su día Miguel Ángel -el ventrílocuo de Isabel Natividad- iba más bien alcoholizado. Con buen vino de la tierra, eso sí, porque son gente de posibles y no se maman como los pobres, tirando de garrafón y del alcohol de Mercadona. Es una lástima, ay, que los sopladores de la Guardia Civil, seguramente fabricados en Venezuela, no distingan el alcohol proveniente de un Vega Sicilia de otro que se compró en una oferta 3x2 del supermercado.

Si Toecutter es un delincuente, estos otros pajaruelos también. No veo la diferencia entre conducir drogado por una carretera australiana y conducir alcoholizado por una autopista castellana. Es verdad que el desierto australiano es un páramo de la hostia donde no crece ni el cereal, pero a cambio hay fauna extraña y unos cactus que salpican el paisaje. Eso sí: los salvajes de Mad Max, incluso cuando van en alocada persecución, conducen siempre por la izquierda. No dejan de ser nietos de británicos. Si en la Piel de Toro, a los fascistas, les obligaran a conducir por la izquierda y no por la derecha como Dios manda, habría hostias frontales todos los días a las seis de la mañana. 




Leer más...

La fiebre

🌟🌟🌟🌟


A mí, como a todos los hombres, hay mujeres que me gustan y mujeres que me ponen. Son conceptos diferentes. Las que me gustan nos gustan a todos. Pertenecen a la belleza canónica que procede de los genes y determina las simetrías y los contornos. Ellas son las modelos de Victoria’s Secret, las actrices de relumbrón, las dependientas que amenazan con perfumarte en la primera planta de El Corte Inglés... Decir que están buenas (con perdón) o que son guapas es una redundancia lamentable. Por eso están ahí y no tu vecina de enfrente. 

Sin embargo, las mujeres que me ponen, que nos ponen, ya son otro cantar. A veces pertenecen a la belleza normativa y a veces no. Aquí el gusto es más subjetivo. Ana Girardot, por ejemplo, me pone cantidad. Me sulibeya. Es guapa pero no goza del consenso general. A mi amigo no le dice demasiado, y a mi hijo -que me pescó el otro día viendo la serie entre penumbras- tampoco le altera los biorritmos. Ana Girardot, por fortuna, es mía y sólo mía. Cada vez que parece en “La fiebre” a mí también me entra la calentura. Y el calentón. Siento un temblor sísmico en los cimientos. 

(Acabo de descubrir que en Movistar + dan otra película suya en la que hace de prostituta de postín. La crítica dice que es una mierda, pero yo no voy a resistirme). 

Mi problema mayúsculo, la disonancia cognitiva, es que Ana Girardot en “La fiebre” hace de hija de puta redomada. Es la nazi de la función. La periodista de ultraderecha dispuesta a llevar a Francia a la guerra civil enfrentando a hombres con mujeres y a nativos con inmigrantes. Es una tipa peligrosa. Con ella yo no podría estar más de quince días en las islas Seychelles, de vacaciones eróticas, sin intercambiar apenas palabra para no romper la convivencia.  

Su rival en la pelea política, en cambio, ya no me pone tanto, pero es un encanto de mujer. Es algo feúcha, pero es inteligente, lista, resabiada... De izquierdas como Dios manda. Comparte mi pesimismo fundamental sobre la gente. Con ella yo no me iría a las Seychelles, pero sí a compartir apartamento. Hablar con ella tiene que ser una experiencia y un desafío. Si el roce hace el cariño, el cariño también hace el roce. Todo llegaría.





Leer más...

Marisol, llámame Pepa

🌟🌟🌟


De chaval yo veía las películas de Marisol que daban por la tele y me parecía inconcebible que esa niña fuera la misma mujer que en las revistas de la peluquería lucía una belleza turbadora y levantaba el puño para solidarizarse con los obreros. Yo... la amaba. Al principio con ternura y luego ya con una lascivia incontenible. 

Marisol era una mujer singular, una belleza escandinava que ejercía de comunista malagueña. Y además, cuando hablaba, temblaba el misterio. Marisol era la mujer perfecta. La cuadratura del círculo. Viendo el documental pienso que hubiera sido la madre ideal para mis hijos si los calendarios hubiesen colaborado un poquitín. Y mi fenotipo, claro.

Así fue, en efecto, la belleza de Marisol cuando salió del capullo y cambió los capullos franquistas por los capullos democráticos: una verdad fenotípica que no admite discusión. Hasta mi amigo -ese desnortado con más dioptrías que Mr. Magoo- está de acuerdo conmigo. Quede como testimonio la famosa portada de Marisol en la revista Interviú, que hoy en día se vende a 100 euros por internet y que en el documental se nos hurta por aquello de la lucha feminista y de que todos los hombres somos unos cerdos deleznables. Ay.

Del último amor de su vida no se dice nada en el documental, pero del resto de hombres sí se habla largo y tendido. Y no hay quien se salve. Por eso decía yo lo de los capullos... Incluso con Antonio Gades la cosa terminó como el rosario de la Aurora. Los fuckers comunistas, como los otros, nunca paran de nadar. Son tiburones sexuales que no pueden detenerse. Y es una pena, porque Antonio y Marisol hacían la pareja perfecta: un íbero de raza y una princesa de Estocolmo. Sigrid y el Capitán Trueno. 

Yo les recuerdo con cariño porque fueron los iconos del comunismo español una vez que Víctor Manuel y Ana Belén replegaron velas y se fueron a navegar por aguas más calmadas. En mi casa, al menos, Antonio y Marisol eran aplaudidos en cada comparecencia provocadora por la tele. ¡Abajo el capital! De ahí -y no de aquellas películas ridículas con valores casposos- me viene la nostalgia de unos tiempos que casi no viví.





Leer más...