De todos los personajes históricos que nunca fueron, pero podían haber sido -el quinto Beatle, o el decimotercer apóstol, o el sexto integrante de la Quinta del Buitre- a mí me hubiera gustado ser el séptimo miembro de los Monty Python.
Para eso tendría que haber nacido británico o americano de Minnesota; estudiar en Oxford o en Cambridge una carrera de alta consideración; tener el talento de escribir chorradas ingeniosas que escandalizaran a las viejas y asustaran a los biempensantes. Y por supuesto, haber tenido la potra de coincidir con ellos: con Eric, con John, con Michael... De gustarles, de encajar, de ser aceptado. Sentarme junto a ellos alrededor de un escritorio redondo -o de una mesa cuadrada, lo mismo da- y lanzarnos a idear sketches, paridas, provocaciones. Reírnos de nuestras propias ocurrencias a mandíbula batiente, que es una expresión que siempre me gustó mucho, a mandíbula batiente, como un esqueleto descarnado, de humor puro, sin gota de grasa. Como una animación loca de esas que perpetraba Terry Gilliam en las películas.
Haber viajado con ellos a las Bahamas cuando llegaba la crisis creativa. Discutir con muy malas pulgas aspectos del guion o del vestuario. Amasar unos cuantos millones con los contratos y los royalties. Desvelar maldades en las entrevistas del DVD cuando me hiciera viejecito. Regresar, sin embargo, como si aquí no hubiera pasado nada, a los escenarios de medio mundo para representar los viejos chistes y los nuevos sarcasmos. No sé... Tengo la megalómana intuición, la aznariana ensoñación, de que yo hubiera encajado muy bien con estos tipos. De que a su lado, inspirado por el trabajo colectivo, por el aire electrificado, ellos me hubieran sacaso unos cuantos chistes que hubiesen pasado a la historia de la comedia, y de la provocación: un gag sobre la tontuna religiosa en La vida de Brian. o una gracia medieval en Los caballeros de la mesa cuadrada. Un apunte descojonatorio pero profundo en El sentido de la vida...
Haber viajado con ellos a las Bahamas cuando llegaba la crisis creativa. Discutir con muy malas pulgas aspectos del guion o del vestuario. Amasar unos cuantos millones con los contratos y los royalties. Desvelar maldades en las entrevistas del DVD cuando me hiciera viejecito. Regresar, sin embargo, como si aquí no hubiera pasado nada, a los escenarios de medio mundo para representar los viejos chistes y los nuevos sarcasmos. No sé... Tengo la megalómana intuición, la aznariana ensoñación, de que yo hubiera encajado muy bien con estos tipos. De que a su lado, inspirado por el trabajo colectivo, por el aire electrificado, ellos me hubieran sacaso unos cuantos chistes que hubiesen pasado a la historia de la comedia, y de la provocación: un gag sobre la tontuna religiosa en La vida de Brian. o una gracia medieval en Los caballeros de la mesa cuadrada. Un apunte descojonatorio pero profundo en El sentido de la vida...