El cazador de recompensas

🌟🌟🌟


No hace ni tres semanas que me despedí de la maravillosa señora Maisel con lágrimas en los ojos, y mira tú: gracias a Manitú acabo de reencontrarla en mitad de los desiertos que unen Estados Unidos con México, reencarnada en una mujer de armas tomar -literalmente- en la época del Far West. 

Manitú y sus acólitos recogieron mis lágrimas para transustanciarlas en Rachel Brosnahan resucitada, lo que es sin duda un milagro más portentoso -y por supuesto más práctico- que aquel de convertir agua en vino en mitad del desierto palestino, donde el vino peleón solo te deja la lengua más raspada y sedienta.

Sucede, sin embargo, que a finales del siglo XIX ya casi no quedan indios en los territorios de Nuevo México colindantes con el México de toda la vida. El hombre blanco los ha diezmado -noventamado, sería un término más preciso- entre disparos y epidemias, así que ningún piel roja cabalga por los fotogramas de la película. Lo de Manitú y Rachel Brosnahan fue el último servicio del gran dios antes de retirarse a las praderas celestiales imposibles de colonizar. O ese piensa él, pobrecito... 

En este Nuevo México donde un siglo después venderán su droga de diseño Walter White y los Pollos Hermanos, ya solo quedan gringos de gatillo fácil y mexicanos aturdidos por el solazo de la tarde. El tópico de los tópicos... Ni western crepuscular ni frijoles en vinagre: “El cazador de recompensas” es una del Oeste como Dios manda (el mismo Dios de las bodas de Caná, quiero decir). Una peli que dentro de un par de años pasarán en bucle por las sobremesas de 13 TV, para solaz de los fachosos que se imaginan duelos al sol contra los comunistas. 

La última de Walter Hill va de pistoleros que sacan la pistola a una velocidad de vértigo cuando enfrentan al taimado truhán sin afeitar. Whisky y zarzaparrilla; Winchesters y Colts; fugitivos y bigotudos. “No nos gusta ver forasteros por aquí” y tal... Un bostezo de clichés. La película, de todos modos, es entretenida porque el reparto es descomunal, y porque sale la señora Maisel contando monólogos sobre su matrimonio desgraciado, aunque estos dan menos risa que los originales. 




Leer más...

Un domingo cualquiera

🌟🌟🌟🌟


Los jugadores de fútbol americano parecen muy hombres porque se visten como si libraran una guerra medieval -la de los Cien Años, o las Cruzadas en Jerusalén- siempre pertrechados con su casco y con su armadura. Además dicen mucho “fuck”, y "bullshit", y "motherfucker", acompañando los tacos con una mano en los cojones, y en esos corrillos que hacen antes de cada jugada se mientan a las madres y proponen tratos ilícitos con las mujeres de los rivales. 

Sin embargo, los aficionados al deporte sabemos que los hombres de verdad -como aquellos que deseaba Alaska en su canción- son los que juegan el rugby que se estila en Europa y en el hemisferio Sur: el que se practica a cara descubierta y a pecho descubierto. El que se pelea con el único amortiguador de una camiseta y de un protector bucal para no dejarse los sueldos en el dentista. Las hostias son las mismas, pero la entereza y el estoicismo están del lado de nuestros muchachos, que se enfrentan a la suerte de un placaje con el cuerpo tenso y el rostro sin enmascarar.

La película de Oliver Stone mola mucho porque sale Al Pacino desatado y Cameron Díaz tan guapa que te mueres. Y al final, la épica del deporte es la misma en el fútbol que en la petanca: solo es cuestión de darle ritmo a la película y de encontrar diálogos jugosos; y en eso, Oliver Stone es un maestro del engatuse. Puede que “Un domingo cualquiera” sea una película tan excesiva como hueca, pero joder: dura dos horas y media y nunca te aburres.  

Lo que no consigue el bueno de Oliver -y ya nadie conseguirá jamás- es que a los europeos nos interese este juego. Gracias a las películas y a las bases militares, los yanquis han gozado de cien años de influencia cultural para intentar seducirnos con el "football" y solo han conseguido que lo repudiemos cada vez más. Por tostón, y por americano. Hace años, en España, se puso un poco de moda porque en Canal + quisieron darle mucho bombo a la Superbowl. Había patrocinios y tal. Yo piqué un par de veces y a la media hora me fui a dormir bostezando. No sé: no juegan, están todo el rato parados y debatiendo. Se mueven menos que los tertulianos de José Luis Garci.



Leer más...

Luna nueva

🌟🌟🌟🌟


El personaje de Cary Grant en "Luna nueva" podría ser el bisabuelo americano de Pedro J. Ramírez. Lo digo porque la ética periodística brilla por su ausencia en el "Morning Post" como brilló siempre en todos los folletines que dirigió -y sigue dirigiendo- el Señor de los Tirantes.

Hubo una vez que Pedro J. se creyó el Woodward/Bernstein de la prensa peninsular porque destapó no sé cuántas miserias del gobierno de Felipe González. Pero luego, con los años, a fuerza de retorcer la realidad y de prestar sus páginas a todo tipo de golpistas y sociópatas, Pedro J. se convirtió en un periodista muy risible y caricaturizable. En su modo periodístico de proceder -interesado, volátil, siempre al sol que más calienta y al que mejor paga las opiniones- hay material suficiente para hacer otro remake de la obra teatral de Ben Hecht y Charles MacArthur. Tras “Luna nueva”, “Primera plana” e “Interferencias”, ¿por qué no rodar una versión carpetovetónica en la que saliera Pedro J. cometiendo tropelías a troche y moche solo para que “El Español” -su panfleto de ahora- se llevara la exclusiva de una noticia?   

(Después de todo, su affair con Exuperancia fue el menor de sus pecados, porque la carne es débil, y en eso -y sólo en eso- somos todos hijos de Dios y se anulan las diferencias de clase).

Por otro lado, el personaje de Rosalind Russell podría ser la bisabuela americana de todas las mujeres independientes que ya no se pliegan ante los mandatos masculinos. Rara avis, en 1940, esta mujer periodista y contestona, cuando lo normal en las películas era la pata quebrada y la tarta de manzana puesta en el horno. Sin embargo, el personaje de Rosalind se va diluyendo a lo largo de la película por culpa del amor. Amar es un acto libre e incluso necesario, pero amar a este delincuente que interpreta Cary Grant dice muy poco de ella misma. Porque Grant -eso lo entendemos- es un hombre apuesto, elegante, y tiene una sonrisa que derrite y una verborrea que seduce. Irresistible para cualquier tonta del bote que quiera medrar, pero no para esta mujer que presumíamos -ay- tan inteligente.





Leer más...

La maravillosa Sra. Maisel. Temporada 5

🌟🌟🌟🌟🌟


Mi amigo dice que Midge Maisel es una mujer insoportable. Que de haberse casado con ella se pasaría más tiempo fuera que dentro del hogar por no tener que escuchar sus peroratas. O sea, lo mismo que hace ahora entre bares y huertas, viajes y compromisos, pero con un justificante médico para enseñarlo a las amistades. 

Mi amigo dice que Midge Maisel es muy guapa, que eso me lo reconoce, pero que cuando abre la boca se le va toda la seducción  por el ojete. Mi amigo dice que en ese universo de cómic en el que ambos son marido y mujer, las razones de su pito iban a colisionar estruendosamente con las razones de sus tímpanos, provocando muchas broncas y malestares. Mi amigo dice que ni el orgullo de pasear con ella por la ciudad iba a compensar las jaquecas que tal mujer iba a provocarle, todo acción en ella, torbellino, verborrea, energía cinética...

Él dice, además -y en eso le doy la razón- que Midge Maisel es una pija impresentable, la mujer con el guardarropa más extenso de todo Manhattan y de parte del extranjero, lo que dice mucho de su gusto estilístico pero muy poco de su orden de prioridades y de su solidaridad con las crisis económicas. Y yo, que soy un bolchevique del siglo XXI, y que además ya voy por la segunda cerveza en esta discusión -porque las Estrellas Galicia las carga el diablo, tan suaves como parecen al paladar y tan contundentes como actúan en la barriga- le digo que sí, que es verdad, que Midge Maisel es una pija de campeonato, pero que a mí me da igual, que peccata minuta, y que mejor para mí, mira tú por dónde, porque así ella sería mía y solo mía si algún día se sentara en esta terraza de La Pedanía y tuviera que elegir a uno de los dos, ahora que ya terminó su participación en la serie y quizá busca un remanso de paz en el anonimato.

Es una suerte, la verdad, que a mi amigo no le llene el ojo la maravillosa señora Maisel, porque yo sé que él vale más que yo: él es un caballero de los modales, un opinador mesurado, un hombre acaudalado con juiciosas inversiones... Pero no está enamorado de ella, y yo sí. Y Midge Maisel, al final, como todas las mujeres hermosas que parecen inalcanzables, solo quiere que la quieran, pajarito de mi corazón. 




Leer más...

Licorice Pizza

🌟🌟🌟🌟🌟


“Licorice Pizza” es la metáfora visual de un disco de vinilo. Los discos parecen pizzas y son de color negro como el regaliz. Y los discos, como el regaliz, nos traen nostalgias del pasado... Ahí residía el misterio del título que en la película nunca se desvela. O que se desvela, pero que nosotros, en el sofá, Eddie y yo, no fuimos capaces de colegir. Y eso que lo mirábamos todo boquiabiertos, con cara de cinéfilos deslumbrados. Porque “Licorice Pizza” es una película rara, rara de cojones, pero no puedes dejar de perseguirla. En un momento dado nos miramos y nos dijimos al unísono: “Esto es muy... extraño. Pero adictivo.” Así es también la relación entre un perro y su amo: extraña, pero adictiva.  Así es la vida en general, diría yo.

El otro misterio -el principal y nunca revelado- sería saber qué le pasa a Paul Thomas Anderson por la cabeza cuando rueda sus películas. Ahora que tanto se abusa de la palabra genio, resulta que él es un genio verdadero. Uno fetén. Él nunca mira las cosas como las miramos los demás. Los demás vivimos en el mainstream de las narraciones sentimentales. Pero él no. Y no lo hace por epatar, o por dárselas de listo: es que es así, dislocado y original. Un genio, ya digo. Un puto genio. Tú le das una historia de amor entre un chaval de 15 años y una mujercita de 25 y no te hace una película convencional, de rollo melodramático, ni tampoco de comedia disparatada. No: él hace sus mezclas, sus diseños, su anomalía neuronal, y le sale una película como “Licorice Pizza” que no se puede clasificar, ni resumir a los amigos, ni explicar con oraciones que tengan una coherente ligazón. La suya es una película imposible e inabordable.

“Licorice Pizza” viene a decir eso tan trillado, pero tan verdadero, de que dos personas condenadas a entenderse al final se acaban entendiendo. También dice que la madurez no se adquiere con la edad, sino que viene otorgada de nacimiento. Unos la llevan y otros no, como los pimientos de Padrón. Y da igual las experiencias que vivas, ocho mil o ciento una. La madurez es un regalo de los genes; la inmadurez, otra putada de las suyas. Yo pienso lo mismo que Paul Thomas.




Leer más...

Vicky Cristina Barcelona

🌟🌟🌟


Mi primera foto en los portales del amor -con pantalón corto, camiseta Adidas, barbita descuidada y gafotas de cinéfilo- fue una que me hicieron junto a la estatua de Woody Allen, en el centro de Oviedo. De aquellos polvos que echaron Vicky y Cristina en Barcelona -y también en Oviedo-  vinieron los lodos de la escultura y luego los barrizales románticos en los que yo me metí como un tontaina. 

Recuerdo que el tipo que me inmortalizó pertenecía a un corro de argentinos que alrededor de la estatua parloteaban sobre el psicoanálisis en las películas de Woody Allen.  Al principio me dijo que no, que no me la hacía, y luego, riéndose con acento del Mar del Plata, cuando yo ya murmuraba un “gilipollas” y me daba la vuelta para encontrar un fotógrafo de Samaria, me dijo que che, que bueno, que qué sentido del humor más retorcido teníamos los gallegos y tal...

Corría el año del Señor de 2016 y parecía que el asunto de Mia Farrow estaba archivado y olvidado, así que yo, posando junto al maestro, no corría peligro de ser ninguneado o execrado. De hecho, la primera mujer que se interesó por mí -tan parecida a la María Elena de la película que ahora casi da miedo recordarlo- era una feminista que entonces no vio problema en aceptarme primero en su cama y luego en su vida cotidiana. Justo un año después, en 2017, estalló el movimiento MeToo y ya nada volvió a ser como antes. Ni en el mundo ni entre nosotros. A ojos de mi neurótica María Elena. yo pasé de ser un inocente seguidor de Woody Allen -divertido, intelectual, buena persona en el fondo- a ser un hijo de puta integral que al tener muchas de sus películas en la estantería me delataba como un violador en potencia y un asesino más o menos inmediato. 

Obvia decir que ninguna mujer parecida a Cristina -y mucho menos a Vicky, que a mí siempre me ha gustado más- le dio jamás al corazón  que figuraba debajo de aquella fotografía. Hubo una mujer de rompe y rasga que una vez se atrevió, sí, pero eso ya fue en otro asalto a los cielos, y con otras fotografías menos comprometidas con mis cinefilias. En esas fotos posteriores yo ya tenía alguna cana y una sonrisa triste de cinismo. 





Leer más...

Cegados por el sol

🌟🌟🌟🌟

Marianne y Paul son dos artistas norteamericanos que pasan sus vacaciones en la isla Pantelaria, a medio camino entre Sicilia y el continente africano. Mientras a su alrededor se desarrolla el drama de las pateras que naufragan o llegan con subsaharianos ateridos, ellos, aislados del mundanal ruido, disfrutan de su casa solariega con vistas al volcán. No es la procedencia, estúpido, ni la raza, sino la pasta que llevas en el bolsillo.

Alrededor de la piscina, que es el epicentro de su retozar, Marianne y Paul fornican al aire libre, toman el sol del Mediterráneo y reponen fuerzas con la saludable gastronomía del lugar, bajo la sombra de una parra. Marianne, que es vocalista en un grupo de rock, ha sufrido una operación en la garganta que le impide hablar, lo que hace que las discusiones terminen rápidamente con cuatro gestos y un abrazo de reconciliación. Cualquier cosa antes que forzar la voz y joder su carrera musical. Dentro de la desgracia, su mudez facultativa contribuye a mantener la paz achicharrada de las vacaciones.

Si los veraneantes de “Cegados por el sol” fueran una pareja de españoles, al segundo día aparecería un cuñado para joderles tamaña felicidad. Pero como son anglosajones y además muy liberales, el que aterriza en Pantelaria es el ex amante de Marianne, un cincuentón desatado al que da vida un desaforado e impagable Ralph Fiennes. Harry llega a la isla ávido de fiestas y cachondeos, pero trae, escondidas en la maleta, aviesas intenciones de reconquista. Él nunca ha olvidado a Marianne porque ella es una fiera del rock en los escenarios y una tigresa del sexo en los colchones. 

Por si fuera poco, con Harry -y con su hija, que es una lolita dispuesta a meter más leña en el fuego-  llega también el siroco del Sáhara, un viento seco que desatará tormentas dentro y fuera de los cuerpos. En la isla volcánica de Pantelaria estallará de pronto el volcán de las pasiones; y uno, que al principio de la película andaba medio dormido en el sofá, retomará el hilo de esta película muy malsana y viciosa, perjudicial para la moral, de personajes que se desean y se acechan como animales africanos.




Leer más...

Ser o no ser

🌟🌟🌟🌟


Carole Lombard fue una de las actrices más guapas que iluminaron una pantalla de cine. A mi padre le gustaba tanto que siempre la citaba cuando recordaba sus tiempos de cinéfilo juvenil, en las salas de León. A ella y a Hedy Lamarr, el muy tunante. 

Sin embargo, para el público más joven y provinciano, Carole Lombard sólo protagonizó dos películas dignas del recuerdo: “Al servicio de las damas” y “Ser o no ser”. Tampoco le dio tiempo a rodar mucho más: con 34 años, al poco de empezar la II Guerra Mundial, sobrevolando de acá para allá los Estados Unidos para recaudar bonos de guerra, su avión se estrelló cerca de Las Vegas con otras veintitantas personas, entre ellas su madre. Cuentan que Clark Gable, que entonces era su marido, quedó roto para siempre. La gente guapa puede tener a quien quiera y no necesita enamorarse. Si Fulano no me desea, pues mira, tengo a Mengano. Pero las estrellas, ay, a veces se enamoran, y puede que ese vínculo, por innecesario, y por estar rodeado de tanta belleza, sea más inquebrantable que el amor de los mortales, 

Carole Lombard ni siquiera llegó a ver el estreno de “Ser o no ser”. Si todos los que participan en la película ya son fantasmas del celuloide, ella, pobrecita, ya es casi un fantasma dentro de la película, casi una transparencia o un ser angelical.

Aunque lo parezca por el título, la película de Lubitsch no es la enésima versión de Hamlet para el cine. En 1941, lo que olía a podrido no estaba en Dinamarca, sino en la Alemania renacida de Adolf Hitler, que ya se había hecho con  casi todo el continente. Lubitsch, como Charles Chaplin en “El gran dictador”, prefirió hacer comedia con el drama y le salió una película inolvidable  que resiste el paso del tiempo como una esfinge de Varsovia. En 1941 Hitler “sólo” era un hijoputa y un megalómano con bigote. Hubo que esperar a 1944 para que el Ejército Rojo descubriera los primeros campos de exterminio y Hollywood comprendiera que ya no se podían hacer más comedias con el tema. Se tardaron décadas en retomar los chistes y las cuchipandas.





Leer más...