La lucha está perdida. La democracia se inventó para que los
pobres se suiciden votando -o no votando-, y luego, cuando estalla la
revolución, la violencia sólo genera violencia, y puestos a dar hostias, los
ricos ganan siempre. Así que no hay nada
que hacer: pelear hasta donde llegue el romanticismo, y luego buscar un refugio
en la belleza.
Nuevo orden es una película mexicana sobre la lucha de
clases y la represión de los poderosos. No cuenta nada que no sepamos, pero lo
cuenta de una forma brutal y desoladora. Todo está calculado para dejarte la
sangre helada, en vez de caldeada, y yo, la verdad, cuando se trata de
revoluciones fallidas, casi lo prefiero así. Porque cuando en otras películas te caldean
la sangre, te levantas del sofá con un optimismo muy tonto, con el puño en alto,
y La Internacional en el tarareo, y mientras
te lavas los dientes y recoges los platos, vuelves a soñar con banderas rojas
de justicia. Luego duermes un bonito sueño -el mío es que
comparto barricada con una pelirroja trotskista venida de Moscú – pero al día
siguiente, nada más levantarte, en las noticias del digital, te topas otra vez
con la misma constatación del fracaso y de la imposibilidad. Y te hundes.
Warren Buffett, el millonario americano, dijo una vez que la
lucha de clases existía, ¡vaya que si existía!, y que Carlos Marx -mi bisabuelo
Marx-, no andaba errado en sus razonamientos. Pero Buffett, riéndose a carcajadas,
apostillaba que afortunadamente para él, y para los miembros de su club de
mamones que todos los días come langosta en el distrito financiero, los ricos
iban ganando la pelea. Hay que reconocerle a don Warren que se dejara de
gilipolleces, de llamamientos chorras al sindicato vertical y a la fraternidad
universal, y que le llamara al pan, pan, y al pobre, pobre. Pero se equivocó en
el tiempo verbal: los ricos no “están”
ganando la pelea, sino que hace mucho tiempo que la ganaron. Los fusiles siempre
están de su parte. Puede que los sumerios -como aventuraría Javier Cansado- ya
lo dejaran todo atado y bien atado, aferrados a sus lanzas.
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