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Muchas veces me he preguntado qué sería de mí si un día el
colegio cerrara y me quedara sin trabajo. Qué haría yo, a las nueve de la
mañana, para ganarme el sustento, de pronto nómada entre las horas, si un llegara
de Madrid o de Bruselas un recorte presupuestario de la hostia, ya definitivo,
que mandara la Educación Especial al carajo, considerada no esencial
para el tejido productivo, un dispendio insostenible para el Estado. Sé que ese
día llegará, sin duda, pero espero que me pille jubilado del trabajo, o
jubilado de la vida.
Qué sería de mí, repito, yo que sólo sé hacer esto, educar a
niños autistas, o con graves discapacidades, incapacitado yo mismo para realizar
otra labor pedagógica o no pedagógica. Qué sería de mí, tan inútil como soy, al
borde los cincuenta años, incapaz de manejar una azada sin clavármela en el
pie, sin saber cómo plantar un tomate, cómo conducir un coche, cómo convencer a
nadie por teléfono de que compre una Biblia o se pase a Vodafone. No sé hacer
nada, nada de nada: ni siquiera escribir, y eso que me pongo a ello todos los
días. Yo sólo soy válido en mi negocio, y ni siquiera por validez, sino por
acumulación, porque he aprendido más viejo que por sabio, como dicen que fue
haciendo el mismísimo demonio.
Qué haría yo si un día me pasara lo mismo que a Frances
McDormand en Nomadland: levantarte de la cama y encontrarte de pronto
sin trabajo, sin casa, lanzada de pronto a la carretera, al trabajo ocasional,
demasiado orgullosa también para aceptar el techo que le ofrecen las amistades.
Qué haría yo -que no tengo ni carnet de conducir- viviendo la vida nómada de
las caravanas, de las furgonetas, durmiendo al raso si no fuera por el techo de
aluminio. España no se diferencia gran cosa del paisaje majestuoso de los
americanos: aquí también hay estepas, desiertos, estribaciones montañosas... Atardeceres
y amaneceres como estos que salen en Nomadland, que son de una belleza
extraordinaria, y llenan por sí solos la película. Se podría vivir así, de subempleo en subempleo, de camping en camping,
pero yo no duraría ni tres días viviendo como vive esta mujer que se adapta a
todo, que lo supera todo, orgullosa de
sí misma y en paz con su espíritu, y con sus manos laboriosas. Una mujer que lo
mismo te empaca una caja en Amazon que te recoge la remolacha o te deja los baños como los chorros del oro, sabiendo que afuera le espera la libertad
y el cielo despejado.
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