Martin Eden

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Martin Eden llevaba una vida feliz hasta que se enamoró y quiso ser escritor. Dos maldiciones que le partieron por la mitad, como serruchos de la serrería. Antes de tropezar con su destino, Martin era un fucker de manual: un marinero alto, guapo, de ojos como el mar, que en cada desembarco arrancaba suspiros y rompía corazones. Martin tenía una novia en cada puerto, como en la copla. A veces era una amante fija que sabía sus rutas de memoria; otras, una amante ocasional a la que sólo tenía que convocar con la mirada, en la taberna, o en el paseo despreocupado. Una vida de aventuras, de sexo satisfecho, de trabajos sudorosos que limpian la mente de gilipolleces. Una vida que yo mismo hubiera firmado de haber nacido con el fenotipo adecuado, y con la cabeza llena de menos pájaros. Y si no me mareara, incluso, en el autobús que me lleva al centro comercial, que nunca pasa de cincuenta por hora para que las ancianas no se trastabillen.

Pero Martin Eden, ay, como el Adán que vivía tan feliz y de pronto se queda sin costilla, se enamora un día de la bellísima Elena, que también tiene los ojos como el mar. Ella es Elena Orsini, hija de una familia burguesa con fuente de piedra en medio del jardín. Elena siente la llamada del instinto, se siente brutalmente atraída, pero Martin es un analfabeto que apenas sabe juntar cuatro palabras escritas y descifrar una lista de la compra; así que Elena, que está destinada a casarse con un banquero o con un abogado, recela, deshoja la margarita, y aplaza la entrega de su flor hasta que Martin demuestre que puede llegar a ser un gran escritor, con obra publicada y pingües ingresos por su narrativa.

Y ésa es, grosso modo,  la historia -confusa, aburrida, libérrima- que se nos en cuenta en Martin Eden: la del hombre que para ser admirado por la mujer que ama se lanza a la escritura como el pavo se lanza a exhibir su plumaje, o el gorila a golpear su pecho musculoso. La escritura como un modo de significarse y destacar. El arte como un rasgo de selección sexual. El arte como una animalidad muy básica envuelta en delirios de humanismo. El arte, en resumen, para follar.