Dos hombres y medio. Temporada 4

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¿Merece la pena venderla? Claro que sí. Al fin y al cabo, ¿qué narices es el alma? Veintiún gramos de discusión metafísica. Monserga de filósofos, y metáfora de poetas. El alma no es nada: un concepto inodoro, incoloro e insípido. Un invento del Neolítico para tenernos atados al yugo del arado, y al yugo de los sacerdotes. Si a los cazadores-recolectores que recogían bayas y chingaban como bonobos se les llega a presentar un misionero hablándoles del alma, vamos, se parten de la risa... Y luego le corren a garrotazos.

El alma es un atributo sin valor, o con valor arbitrario. Hay gente que la valora al peso del oro, mientras que yo, irredento, la valoro menos que el aire, menos que las cuatro letras que tardo en escribirla para repudiarla. No: ni siquiera la repudio, porque para repudiarla primero tendría que sopesarla. Así que basta. Ya he divagado bastante. La cuestión es: ¿por qué entonces, convencido de su nadería, no termino de vendérsela al Diablo a cambio de ser como Charlie Harper, o al menos parecerme un poquitín a su estampa? ¿Por qué no empeño mi alma para obtener una casa en Malibú, un oficio creativo, un magnetismo sexual incorruptible? ¿Por qué, ay, no me des-animo de una vez y me lanzo a vivir el semana perpetuo, con mujeres tan hermosas como el atardecer, rubias como el penúltimo rayo de sol, pelirrojas como el último, que pasan por la cama sin dejar huella, entregadas y gozosas, sin partir el alma -precisamente- en su partida? Joder: simplemente porque nunca me encuentro al Diablo por ahí, y cuando le invoco, con el ritual que recomiendan en los libros, el mamonazo sólo me apaga la vela y se descojona de la risa.

¿Quién querría el amor de los mortales siendo igualico que Charlie Harper? El amor verdadero es lo único que da sentido a la vida, de acuerdo, su búsqueda y su encuentro. Estamos trabajando en ello..., que dijo una vez el megalómano con bigotes. Pero luego, el amor verdadero, cuando te apuñala, desearías no haberlo conocido jamás. Desearías, entonces, salir a la calle para hacerte el encontradizo con el Diablo, que viene de la discoteca, y allí, bajo la luz de una farola, estafarle con la venta de tu alma inexistente a cambio de ser como Charlie Harper, y alcanzar la salvación de tu cuerpo sólo con entrecerrar un poco los ojos, y sonreír.