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Justo ahora mismo, mientras escribo estas líneas, tengo el
ordenador colocado sobre mi propio diablo. Bueno, no exactamente, porque esto
despide un calor del infierno, sino sobre las rodillas bronceadas, o mejor
dicho quemadas, mientras viajo en el tren. Ahí abajo, amparado tras el teclado,
viaja mi diablillo perezoso, ya entrado en veteranías. La buena noticia es que RENFE,
de momento, no me cobra billete por él, como sí hace con el perrete, que viaja a
mi lado en el transportín, con un special ticket más caro que el mío,
por esas cosas absurdas del ferrocarril español.
Mi diablillo, de momento, que aún goza del privilegio de
viajar gratis y de alojarse por la cara en los hoteles, ha conocido más camas
domésticas que camas de hospital, pero ya me dicen los viejos de la tribu que a
este demonio, que siempre me ha traído por la calle de la amargura, le quedan muy
pocos años de esplendor, si es que le queda alguno. Pues mira, que le den. Por culpa
suya, en la adolescencia, abandoné los caminos del Señor y aposté por la carne
antes que por el alma. Por culpa suya, porque piaba a todas horas como un
pajarillo hambriento, me alejé de cualquier esperanza de salvación eterna y lo
fie todo al cielo inexistente de los ateos, donde todos, creyentes y no
creyentes, ascetas o libertinos, algún día nos igualaremos en la nada.
En realidad ya estoy harto de mi diablillo, y espero con
cierta esperanza que llegue su decadencia y su pitopausia. Será, como aseguran
algunos escritores a los que sigo, el tiempo de la serenidad y de la paz de espíritu.
Un tiempo de plenitud y mansedumbre. Cuando este demonio deje de graznar, me
liberaré del deseo, y una calma de santón hindú recorrerá mi cuerpo para enfrentarme
a la vida con otra sonrisa, con otra paciencia. Quizá con un algo beatífico, si
aún estuviera a tiempo de ser perdonado.
Tiene razón el título de la película: esto que llevamos los
hombres entre las piernas es un diablo calenturiento y caprichoso. Un soñador y
un picapleitos. Un irresponsable y un traidor. “Es un asunto muy viejo lo de
este socio traidor”, cantaba Radio Futura. Hay películas como ésta que tienen
un título maravilloso y luego no hay cristiano que las aguante.
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