Kagemusha

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Doy fe de que todos los famosos tienen su doble, su sosias. Su kagemusha, que es la palabra japonesa. El señor Shingen, jefe de los Takeda, no está solo en la fotocopiadora. Cualquier dictador sanguinario tiene dobles que desfilan por ellos en las calles, o inauguran fábricas en la periferia, por si algún rebelde le dispara o se inmola con una granada. Dicen de Stalin que tenía unos cuantos en el Kremlin siempre disponibles, y cuentan que el doble de Franco era un señor muy triste que vivía en El Pardo, en habitaciones contiguas, y que era él quien se comía el marrón de los pantanos y del balcón en la Plaza de Oriente, mientras el generalísimo pescaba el atún o cazaba perdices con el marqués de Leguineche.

Y digo que doy fe porque a mí me llamaron una vez de “Qué grande es el cine” para que fuera a sustituir en la tertulia a Juan Manuel de Prada, que andaba indispuesto. Al parecer, el día anterior, en la misa dominical, le habían administrado unas hostias mal consagradas, muy poco kosher, y el tipo estaba echando los intestinos por la boca, incapaz de articular un párrafo coherente en televisión. Nuestro parecido era -y sigue siendo, a mi pesar- asombroso. Como el de Takeda Shingen y su kagemusha, no te digo más. Tan pasmoso que a veces, cuando me presentan a alguien, se produce un silencio incómodo de varios segundos, mientras la otra persona procesa que no, que yo no puedo ser Juan Manuel, tan fuera de contexto, y dedicado a otras labores menos académicas.

Aquel lunes por la mañana, cuando me llamaron del programa, les dije que no, que tenía que ir a dar clases a mis niños, pero que muchas gracias y tal. Y justo cuando iba a preguntar cómo habían dado conmigo, quién les había puesto tras mi pista, colgaron. Me quedé muy mosca. Es como si hubiera más candidatos y nos fueran tachando de la lista a toda prisa. Y estamos hablando de Juan Manuel de Prada, mi némesis, que tampoco es un señor del Japón, ni un asesino de masas. Sólo un casposo vaticanista que se hace las pajas vestido con camisón.

Ya me podría haber parecido yo a George Clooney, ya te digo.