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Además de que te ríes mucho,
ver una temporada de “Frasier” convalida una visita trimestral al psiquiatra.
Te ahorras una pasta en tratamientos, y a estas alturas todos necesitamos un
tratamiento más o menos ortodoxo, más o menos en profundidad. A según qué
edades, el que esté libre de torceduras que lance la primera piedra. Yo, por
ejemplo, en este brotar de las canas y de los pelos insospechados, todavía
estoy ordenando mis prioridades y luchando contra los fantasmas de la noche. Todavía
estoy buscándome a mí mismo y tratando de hacer comedia sobre mí mismo. Porque
en la risa, queridos hermanos, está la salvación.
Yo, en tiempos, me dejé buenos
dineros en la compra de los DVD de “Frasier”, que en España no pasaron de la
cuarta temporada porque nadie los compraba. Ni siquiera en Las Rebajas de El Corte
Inglés, donde valían lo mismo que en cualquier época del año porque justo el
día antes de los descuentos esos mamones inflaban el precio hasta el absurdo. Daba
igual: todo el mundo alababa la serie pero nadie la veía. Aun así, he salido ganando
con el negocio. Lo que disfruto en el sofá de mi casa me lo ahorro en divanes
alquilados a 120 euros la hora, para contar unas penas que además tienen muy poco
remedio. Cualquier psiquiatría exitosa pasa por un esfuerzo personal. Por una
travesía del desierto sin más brújula que el sol.
Y no es que “Frasier” vaya
del rollo “tú me cuentas tus penas y yo te aconsejo como terapeuta”. No es,
para nada, un psicoanálisis virtual protagonizado por los hermanos Crane. La terapia
de la serie va implícita en la trama. Consiste en comprobar que nadie, ni
siquiera el terapeuta de los locos, está libre de la neurosis o de la manía
pasajera. De la soberbia puntual o de la depresión traicionera. De la lujuria
que te vuelve ciego o de la envidia que te vuelve malvado. “Frasier” te enseña
que la salud mental nunca es completa, como no lo es tampoco la salud del
cuerpo. Y esa sabiduría, qué quieren que les diga, reconforta. El mal de muchos
es el consuelo de los tontos. Pero es que en este caso el mal es universal, y
no sirve de nada disimular.
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