Frasier. Temporada 3

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Además de que te ríes mucho, ver una temporada de “Frasier” convalida una visita trimestral al psiquiatra. Te ahorras una pasta en tratamientos, y a estas alturas todos necesitamos un tratamiento más o menos ortodoxo, más o menos en profundidad. A según qué edades, el que esté libre de torceduras que lance la primera piedra. Yo, por ejemplo, en este brotar de las canas y de los pelos insospechados, todavía estoy ordenando mis prioridades y luchando contra los fantasmas de la noche. Todavía estoy buscándome a mí mismo y tratando de hacer comedia sobre mí mismo. Porque en la risa, queridos hermanos, está la salvación.

Yo, en tiempos, me dejé buenos dineros en la compra de los DVD de “Frasier”, que en España no pasaron de la cuarta temporada porque nadie los compraba. Ni siquiera en Las Rebajas de El Corte Inglés, donde valían lo mismo que en cualquier época del año porque justo el día antes de los descuentos esos mamones inflaban el precio hasta el absurdo. Daba igual: todo el mundo alababa la serie pero nadie la veía. Aun así, he salido ganando con el negocio. Lo que disfruto en el sofá de mi casa me lo ahorro en divanes alquilados a 120 euros la hora, para contar unas penas que además tienen muy poco remedio. Cualquier psiquiatría exitosa pasa por un esfuerzo personal. Por una travesía del desierto sin más brújula que el sol.

Y no es que “Frasier” vaya del rollo “tú me cuentas tus penas y yo te aconsejo como terapeuta”. No es, para nada, un psicoanálisis virtual protagonizado por los hermanos Crane. La terapia de la serie va implícita en la trama. Consiste en comprobar que nadie, ni siquiera el terapeuta de los locos, está libre de la neurosis o de la manía pasajera. De la soberbia puntual o de la depresión traicionera. De la lujuria que te vuelve ciego o de la envidia que te vuelve malvado. “Frasier” te enseña que la salud mental nunca es completa, como no lo es tampoco la salud del cuerpo. Y esa sabiduría, qué quieren que les diga, reconforta. El mal de muchos es el consuelo de los tontos. Pero es que en este caso el mal es universal, y no sirve de nada disimular.