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Delphine es una mujer
insoportable -pero guapísima- a la que todos sus amigos intentan encontrar un
destino para que pase las vacaciones. Pero no para mantenerla alejada de París y
así descansar de sus quejas y sus insolencias, de sus lloriqueos constantes por
esto y por aquello, sino porque los amigos quieren acostarse con ella y las
amigas se sienten más guapas a su lado, como merecedoras de su compañía.
Es lo que decía Nancy
Etcoff en aquel libro imprescindible, “La supervivencia de los más guapos”: que
la belleza física te abre puertas que a otros nos están vedadas. Y no solo las
sexuales, que son las más obvias. Naces con el cabello rubio, o con los ojos
verdes, o con una fisonomía armónica y esbelta, y ya desde la infancia, en un carrusel de privilegios que nunca conocerá el final,
obtienes los mejores sitios en los restaurantes, y te hacen más caso cuando
hablas, y te atienden primero en las consultas de lo privado. Por obra y gracia
de una combinación de genes afortunados, te son aliviadas todas las pequeñeces
de la vida, que son molestas como chinas en el zapato, y te son facilitadas
todas las grandezas del existir, que al final te dan de comer y te procuran el
confort.
Pero Delphine, aunque
tiene el culo bonito, también lo tiene inquieto, eternamente insatisfecho, y no
es capaz de pasar más de tres días en los destinos que sus admiradores la van
ofreciendo: Cherburgo, y los Pirineos, y las playas de Biarritz... Donde otros
mataríamos por tener un apartamento con vistas a la playa o a las montañas,
ella solo encuentra el marasmo de la vida y la insatisfacción de los instintos.
Lo único que sabe a ciencia cierta es que no quiere pasar el verano en París,
pero lo demás es una incógnita flotante que va cambiando de paisaje y
paisanajes.
Hasta que un buen día, en
esos encuentros casuales que también son privilegio de la gente guapa, Delphine
conoce a un apuesto veraneante con el que poner a prueba la teoría sentimental
del rayo verde, en el marco incomparable de un atardecer en San Juan de Luz. Contemplar
el rayo verde confiere el superpoder de clarificar tus propios sentimientos, y de
adivinar los sentimientos de los demás.
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