After Life. Temporada 3

 🌟🌟🌟


Y por fin, en el último de los 18 episodios de “After Life”, llega el mensaje optimista de Ricky Gervais: “El tiempo se acelera y todos vamos a morir". Perros y amantes, vecinos y seres odiados. Y nosotros, claro. Así que, por muy dura que sea la pena, ¿para qué vamos a suicidarnos? Nos podemos ahorrar el trabajo y delegar en el calendario que nunca descansa. Y mientras el calendario cacharrea,  relajarnos en la cama y disfrutar de lo que hay.

¿Y qué es lo que hay?: pues, en esencia, los pequeños momentos. Más que nada porque no existen los grandes momentos, o no hay cristiano que los aguante. La euforia te pone en tensión y te deja unas resacas insoportables. El cuerpo humano está construido para disfrutar la felicidad en monodosis: pequeños chutes de risotada o de placer. Estremecimientos de la piel que llegan y se van. La felicidad verdadera se vende en paquetitos muy caros y exclusivos, como los perfumes en El Corte Inglés.

Todo esto -lo sé- es literatura cursilona, pero es literatura verdadera. La felicidad es un orgasmo, un guiño, una risotada. Un paisaje que se abre de pronto a la mirada. Una buena noticia. La expectación ante una película. La anécdota loca de nuestro perro tontorrón. Saberse, de pronto, enamorado y correspondido. En esos trances universales está la verdadera felicidad. Lo otro -eso por lo que la gente vota al PP o a cosas peores- no es más que estatus y engaño de la publicidad. No estaría mal, reconozco, tener un chalet de la hostia. Es la única promesa electoral por la que yo votaría a esos hijos de puta. “Tu voto a cambio de un chalet al borde del mar”. Por eso sí que vendería mi alma al diablo. Luego ya me encargaría yo de darle al chalet un uso revolucionario. La Casa del Bolchevique... Un voto a cambio de un refugio para la Resistencia. Serían muy gilipollas si me lo ofrecieran.

Todo lo demás -el yate, el buga, el Rólex, la amante de pechos operados- se lo pueden meter por el ojete. Nada de eso otorga la felicidad. Al revés: todo son arreglos, impuestos, atracos de albanokosovares. Donde esté un beso por sorpresa, o un jamón ganado en una tómbola, que se quite todo lo demás.