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Y por fin, en el último
de los 18 episodios de “After Life”, llega el mensaje optimista de Ricky
Gervais: “El tiempo se acelera y todos vamos a morir". Perros y amantes,
vecinos y seres odiados. Y nosotros, claro. Así que, por muy dura que sea la
pena, ¿para qué vamos a suicidarnos? Nos podemos ahorrar el trabajo y delegar en el
calendario que nunca descansa. Y mientras el calendario cacharrea, relajarnos en la cama y
disfrutar de lo que hay.
¿Y qué es lo que hay?: pues,
en esencia, los pequeños momentos. Más que nada porque no existen los grandes
momentos, o no hay cristiano que los aguante. La euforia te pone en tensión y
te deja unas resacas insoportables. El cuerpo humano está construido para
disfrutar la felicidad en monodosis: pequeños chutes de risotada o de placer.
Estremecimientos de la piel que llegan y se van. La felicidad verdadera se
vende en paquetitos muy caros y exclusivos, como los perfumes en El Corte
Inglés.
Todo esto -lo sé- es literatura
cursilona, pero es literatura verdadera. La felicidad es un orgasmo, un guiño, una
risotada. Un paisaje que se abre de pronto a la mirada. Una buena noticia. La
expectación ante una película. La anécdota loca de nuestro perro tontorrón.
Saberse, de pronto, enamorado y correspondido. En esos trances universales está
la verdadera felicidad. Lo otro -eso por lo que la gente vota al PP o a cosas peores- no es más
que estatus y engaño de la publicidad. No estaría mal, reconozco, tener un
chalet de la hostia. Es la única promesa electoral por la que yo votaría a esos
hijos de puta. “Tu voto a cambio de un chalet al borde del mar”. Por eso sí que
vendería mi alma al diablo. Luego ya me encargaría yo de darle al chalet un uso
revolucionario. La Casa del Bolchevique... Un voto a cambio de un refugio para la Resistencia. Serían muy gilipollas si me lo ofrecieran.
Todo lo demás -el yate,
el buga, el Rólex, la amante de pechos operados- se lo pueden meter por el
ojete. Nada de eso otorga la felicidad. Al revés: todo son arreglos, impuestos,
atracos de albanokosovares. Donde esté un beso por sorpresa, o un jamón ganado
en una tómbola, que se quite todo lo demás.
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