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Nos vemos en otra vida

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Mangantes descerebrados como “Baby” yo conozco a unos cuantos en La Pedanía. Y ya ves tú, La Pedanía, que es como el 2% de Avilés... Mis vecinos -por llamarles de algún modo- también son gente del mundo marginal con medio dedo de frente mal medido. Gente con la que es mejor no cruzarse por la vida. Mis “Babys” también conducen su buga a todo lo que da, sin pensar en un posible atropello o en un choque frontal que los deje parapléjicos. Dejando aparte su defectuoso cableado neuronal, suelen ir pasados de rosca con alguna sustancia y además saben que hay un nicho ecológico de titis a las que molan cantidad.  

No puedes permitirte un solo roce con ellos, una mala mirada, un intercambio de opiniones... Explotan a la primera y llevan todas las de ganar. Y siempre habrá alguien -y los creadores de la serie tontean con la tontería- que intercederá por ellos y tratará de justificarles con argumentos sociológicos de parvulario: “Soy rebelde porque el mundo me hizo así, porque nadie me ha tratado con amor”.  Hay que joderse, con la canción de Jeannette.

¿Y esquizofrénicos como Trashorras? Pues también conozco a un par de ellos en La Pedanía. En este caso a un par de ellas, pero da igual. Gente así de zumbada ya sabemos que la hay en todos los sitios. Porque la locura, como la estupidez, no distingue de sexos, razas o religiones. 

Quiero decir que si Mina Conchita hubiera estado en estas montañas y no en las montañas asturianas habríamos sido nosotros -bueno, ellos, los pedáneos, que yo no nací aquí- los que hubieran salido en los telediarios del año 2004 y ahora serían recordados en esta serie que, por lo demás, va camino de ser la serie española del año: es tenebrosa, insidiosa, y tiene a este actor llamado Pol López que parece sacado del mismo puticlub donde Trashorras dilapidaba su pensión.

(Por cierto: yo, por más que miraba, no vi a ningún etarra en la función. Me he acordado mucho de aquellos días de 2004 viendo la serie. De cómo nos engañaron, o mejor dicho, de cómo quisieron engañarnos, porque solo los gilipollas creyeron a esos otros sociópatas que comparecían trajeados en las ruedas de prensa).





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Girasoles silvestres

🌟🌟🌟

En los tiempos prehistóricos -si son como nos cuentan en National Geographic- a las mujeres les compensaba arrimarse al tipo más macarra de la tribu. Si alguien venía a molestar por la cueva o por el poblacho, el macarra le echaba de allí con un par de yoyas bien dadas del revés. Y si hacía falta traer una ración extra de carne o acceder al mejor acuífero de la comarca, el gachó, muy aficionado a levantar piedras para muscularse, no dudaba en tirar de sirla de sílex para acojonar a los convecinos. Es verdad que el macarra prehistórico -como el macarra de ahora- era un tipo inestable, marchoso en demasía, muy aficionado a ir de flor en flor para esparcir su semilla por los vientres muy diversos. Pero a fin de cuentas -porque si no sus genes no hubieran prosperado, y hoy ya no habría macarras pululando por el mundo -proveía de alimentos y sacaba las camadas adelante. 

Pero eso era mucho antes de que existieran Los Picapiedra. De hecho, en “Los Picapiedra”, se ve esa transición de la mujer atávica que suspira por el chulo-putas a la mujer evolucionada que prefiere a un compañero como Pedro Picapiedra o como Pablo Mármol, dos bobolones que salen escaldados de todas las aventuras pero son fieles y buenazos. Betty y Vilma son dos mujeres inteligentes que han comprendido que en la tecnología reside el nuevo poder y el nuevo estatus, y que el tontolaba de la cachiporra ya no es la mejor apuesta para proveer de cuidados y de alimentos.

En “Girasoles silvestres”, el personaje de Julia demuestra que todavía hay mujeres atrapadas en este instinto básico. Cualquier espectador sabe que estos maromos tatuados que ella frecuenta - chulescos, más bien cortitos, amantes de la gresca o de lo paramilitar- no van a proveer de alimentos ni de cariños a sus rapaces. Que son pan para hoy y hambre para mañana. Y también, seguramente, una torta cuando se les caliente la cabeza. 

Julia se llevará varias hostias simbólicas y alguna muy contundente antes de comprender que ese tontaina de Álex, ese soso medio guapo y sin remedio, es la mejor opción para encontrar el sosiego y no temer cada mañana por el futuro.





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