La juventud
The Young Pope
Parthenope
🌟🌟🌟🌟
Cuando le preguntaron por “Parthenope” en su programa de la SER, Carlos Boyero dijo que no sabría decir si la película era buena o mala porque se había quedado colgado de Celeste Dalla Porta y no había podido atender a otras razones estilísticas o argumentales. “Magnética”, fue la palabra que utilizó para describir a la actriz italiana. Y añadió: “Creo que es la mujer más guapa que he visto en el cine en muchos años”.
Boyero confesó que había pasado dos horas en una nube acrítica y muy poco profesional, pero también recordó que al cine se va a muchas cosas, y una de ellas es a enamorarse. Platónicamente, pero a enamorarse. Francino, a su lado, carraspeaba o callaba como un cartujo. Mientras Boyero se disculpaba de su cuelgue, se hizo un silencio muy tenso porque Francino mantiene una lucha encarnizada por la audiencia de las tardes, y cada vez que su amigo suelta una gracia erótico-festiva le llueven las quejas de las oyentes más guerrilleras. Para muchas oyentes de la SER, Boyero es un cerdo que sigue gozando de impunidad en un medio que se dice moderno y feminista. Según ellas, si ya es grave que un hombre vea una película fijándose en los escotes, más grave es todavía que lo vaya aireando por ahí.
Pocos días después, los fachas y semifachas de “La Cultureta" le dedicaron todo el programa a la película. Allí se habló largo y tendido de la belleza de Celeste Dalla Porta sin que ni tertulianos ni tertulianas se sintieran avergonzados por pregonarla. Recordaron lo mismo que había dicho Boyero: que “Parthenope” se lo juega todo a la belleza demoledora de su protagonista y es necesario que cualquier debate gire sobre ello. Es lamentable que a veces los fascistas nos den lecciones de libertad. De hecho, la moraleja de la película es profundamente feminista: Parthenope podría comerse el mundo con su belleza y sin embargo prefiere conquistarlo con su inteligencia. Pero claro: las inquisidoras moradas, como los censores del franquismo, sólo se fijan en las tetas.
Las consecuencias del amor
🌟🌟🌟🌟
Las consecuencias del amor no son las mismas si el amor viene
correspondido o si viene contrariado. Nos ha jodido. Es como la noche y el día;
como la hiel y la ambrosía. Si el amor es correspondido, sus consecuencias primeras
son volverte medio loco y medio imbécil. Como de niño reestrenado. Te vuelves
cursi y atolondrado, monotemático de quien te corresponde. Ya te mola hasta la
poesía, que antes no leías ni por el forro. El amor recíproco es un chute de
endorfina. Un enajenación mental que tú sabes transitoria, pero que desearías
que se prolongara durante años aun a costa de tu salud, hasta el derrumbe definitivo.
El amor correspondido es droga pura; y droga dura además. Es la lotería de
Navidad, el favor de los dioses. Una potra de la hostia. El combustible
necesario. El premio por existir.
Pero ay, cuando el amor no es correspondido: entonces también
te vuelves medio loco y medio imbécil, pero en valores negativos. Lo mismo que
antes, pero al otro lado del eje de coordenadas. Donde antes reinaban los
números positivos, ahora todo es negatividad y mala uva. Es como si el cielo se
derrumbara sobre tu cabeza, como temía Panorámix, pero así todos los días, y a
todas las horas, desde que te levantas hasta que te acuestas. El martilleo
incesante. Sabes -por experiencias anteriores- que esas nubes negrísimas terminarán
por esfumarse, y que algún día lejano dejarás de pensar en quien no te quiere y
no te devuelve las llamadas. Pero hasta entonces todo es lágrima y retortijón. El
amor no correspondido también es droga pura, pero droga de la chunga. De la que
ni siquiera te coloca. Un mal viaje de la hostia. Una náusea permanente. Un
crucero de no-placer sobre aguas agitadas. Un mal fario de la fortuna. Una
mirada retorcida de los dioses. El castigo por existir.
(El amor de Titta di Girolamo no entra dentro de estas categorías
porque es amor correspondido, pero imposible de corresponder. Digamos que
hay... circunstancias. Impedimentos. Edades y deberes. Jodiendas. La mafia y
todo eso. Es un amor peculiar, como todo lo que rueda Sorrentino. Y es bueno
que así sea).
Fue la mano de Dios
🌟🌟🌟🌟
Jorge Valdano estaba allí, siguiendo la jugada a escasos
metros, cuando Maradona se elevó por encima de Peter Shilton y marcó aquel gol
con el puño del hombre y la mano de Dios. Fue justo entonces cuando Maradona se
fusionó con la divinidad y no antes, como dicen en Barcelona. Luego ganó el
Mundial, regresó a Nápoles y allí fundó una religión para gozo de Paolo
Sorrentino. Pero Diego fue un dios sospechoso, lleno de defectos y viruelas, más
parecido a un gamberro del Olimpo que a una deidad presentable de los
catecismos.
Decía que Valdano estaba allí porque fue él quien dijo,
muchos años después, cuando ya se nos hizo catedrático de la palabra, que el fútbol
es el asunto más importante de los menos importantes. O el más importante de
los menos importantes, ya no recuerdo bien. Da igual: el mensaje es el mismo. Primero
están la salud, la familia y el amor, como en los tests de las revistas, o las
consultas de los cartomantes. Y ya, luego, el fútbol, que es el alimento de los
domingos, la pasión de los abúlicos, la victoria (cuando se produce) de los
derrotados. Sé muy bien de lo que hablo. Quitando lo sustancial, el fútbol es el
asunto central de los calendarios, y Sorrentino ha construido sus película
siguiendo esa sentencia irrebatible de Valdano.
Su yo adolescente vivía entregado día y noche al sueño de
Maradona, deshojando tréboles arrancados del estadio de San Paolo: vendrá, no
vendrá... A los diecisiete años das la salud por descontada, la familia por
descontada, y el amor... Bueno, el amor ya vendrá, piensas. En una escena de la
película, el joven Sorrentino es interpelado por su hermano: “¿Prefieres echar
un polvo con la tía Patrizia -que es una mujer despampanante- o que Maradona
fiche por el Nápoles?” Y Sorrentino responde, casi sin pensar, aplacando la
erección incipiente: “Maradona”. Yo le entiendo muy bien. Pero luego viene la
etapa de aprendizaje, las hostias de la vida, y el fútbol va cayéndose del
pedestal. De eso va la película. Un día todo se pone patas arriba y el fútbol se
queda como un rescoldo de las pasiones infantiles. Importantísimo, ma non
troppo.
The New Pope
El dinero y el sexo mueven el mundo. Todo lo demás es un matarratos, un viaje por carreteras secundarias. Una paja mental de los filósofos. Literatura para consolar a los que no tiene pasta, o a los que no tienen el amor que desean. “Dame un atractivo irresistible o una cuenta millonaria y moveré el mundo”, dicen que dijo Arquímedes después de afirmar lo de la palanca y la Tierra. Pero ningún historiador, al parecer, registró aquellas palabras tan sabias, que Arquímedes tal vez solo musitó por temor al ostracismo, que en la Grecia Antigua era una cosa muy seria. Dos mil años más tarde, en el Berlín del protofascismo, Liza Minnelli cantaba “Money makes the world go round” en el cabaret, mientras meneaba el escote con lascivia y Joel Grey, a su lado, le hacía gestos obscenos con la lengua. Bob Fosse, como el Arquímedes de mi imaginación calenturienta, no era ningún tonto cuando se ponía a hacer películas, tan didácticas, y tan poco complacientes…
Muchos de ellos ya ni siquiera creen en Dios, porque hace mucho que dejaron de creer en los hombres, y en las mujeres, tan resabiados ya, y tan cínicos.Tan espirituales como se creían, cuando escucharon la voz de Dios, y en realidad tan atados al instinto, y a la imperfección de la carne.
La gran belleza
Hoy he vuelto a ver La gran belleza. Sí, otra vez... La película de Sorrentino se ha quedado conmigo para siempre, y ya forma parte de mi educación sentimental, que diría Flaubert. Atrapado en las tristezas y en los suspiros, he salido otra vez de movidas con Jep Gambardella, que aunque parece que se lo pasa de puta de madre yendo de fiesta en fiesta y de cama en cama, en realidad anda atribulado porque no encuentra el sentido de la vida, ni la gran belleza que lo anime a revivir. Ni a retomar la escritura. Mi villorrio es su Roma; mis senderos, sus avenidas; mi casa frente a los huertos, su apartamento frente al Coliseo, que dicen que en verdad es un hotel muy vetusto y muy chulo.
Silvio (y los otros)
El problema de la izquierda -de cualquier izquierda que se presente a las elecciones en Italia o en el resto del mundo- es que en realidad no entiende al votante de a pie. Yo soy de izquierdas, y voto a la izquierda, inquebrantable y contumaz, cada domingo electoral por la mañana, a primera hora, haciendo cola con las monjas del asilo y con los católicos de la misa tempranera, que me ganan por goleada con sus papeletas. Si un candidato de la derecha me prometiera un chalet con piscina a cambio de votar a su partido, apenas tardaría dos décimas de segundo en rechazar la propuesta. Yo soy así: un jacobino del modelo escandinavo, un comunista rebajado con muy pocas gotas de agua. Pero no me engaño sobre la gente, sobre el cuerpo electoral.
Il divo
Hay países no africanos que están peor que el nuestro. O al menos ésa es la conclusión que uno saca de los telediarios, y de las películas extranjeras que se van sucediendo en el televisor. La gentuza parece ser la misma en todos los sitios, ladrón arriba ladrón abajo, pero en Italia, que es adonde yo quería llegar, todo parece más desorganizado y chapucero. Más histriónico y vociferante, quizá por el carácter mismo de los italianos, que siempre nos han parecido como españoles multiplicados por dos, lo mismo para lo bueno que para lo malo. El caso es que uno, en las películas italianas, adivina un país casi sudamericano de los de antes, como bananero, o de García Márquez, donde siempre hay mayorías insuficientes, líderes corruptos, histéricos televisivos y un obispo con mitra bendiciendo la función de principio a fin.
Il divo, que es una película de Paolo Sorrentino que me apetecía mucho ver tras la La gran belleza, cuenta, en clave de humor negro, con una estética medio barroca y medio impresionista, las andanzas últimas de Giulio Andreotti, el sempiterno líder de la Democracia Cristiana que entre unos cargos y otros se mantuvo en el poder durante medio siglo. No es un biopic al uso, ni un documental dramatizado. Se nota que el personaje le cae a Sorrentino como una patada en el culo. El director admira su inteligencia, su laboriosidad, su instinto de supervivencia en el laberinto italiano, pero luego, cuando saca la cachiporra, se deja muy pocos calificativos en el guión.
La gran belleza
Antes de que nazca la primera imagen de La gran belleza, leemos una sentencia de Céline que habla de la vida como un viaje, como una ilusión, como una novela en marcha que es igual de ficticia que la propia literatura. El significado no se entiende muy bien, la verdad, sobre todo si se posee una inteligencia tan poco sensible como la mía, sorda y ciega a la poesía, a la metáfora, a todo lo que no sea pura carne y duro metal. Mi cerebro es científico y frío, un amasijo de neuronas que analizan la realidad pero nunca logran trascenderla. Las películas que empiezan con estas adivinanzas de literatos suelen ponerme a la defensiva. Pero aquí, en La gran belleza, no sé por qué, siento desde el inicio que me están contando algo muy bello, y también muy personal. Porque la película a veces parece real y a veces parece un sueño, y mi vida, últimamente, es una experiencia lisérgica en la que no sé muy bien si estoy dormido o despierto, pues todo se enreda y se mezcla, y en los sueños se me aparecen personajes de la vigilia, y en la vigilia personajes del sueño, y todos me hablan del mismo tema obsesivo que tiene que ver con la decadencia y el rumbo perdido.