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Un profeta

🌟🌟🌟🌟🌟

La inteligencia no es lo que nos vendieron en la escuela: no es la cultura, ni la hiperlexia, ni el logaritmo neperiano. Los hechos demuestran que se puede ser un cebollo de campeonato y manejar todo eso con soltura. A mí desde luego me pasaba...

Además, en el siglo XXI, ya te lo chivan todo las maquinitas: las óperas de Mozart y la capital de Mozambique. También el teorema de Pitágoras y la dieta del centollo. Inteligencia -en aquella famosa definición de nuestros estudios- es la capacidad de adaptarse al medio; y en ese sentido, que es el único verdadero, Malik El Djebena, el protagonista de "Un profeta", es un hombre muy inteligente aunque sea analfabeto y lleve sin acudir a la escuela desde los once años, todo el día trapicheando por los bajos fondos de París.

A Malik, por fortuna, no le dan por el culo cuando entra en la cárcel. Los de la mafia corsa son para eso muy tradicionales: ellos asesinan y trafican, extorsionan y emasculan, pero siempre llevan un crucifijo colgado del cuello y ponen pósters de tías en pelotas en sus celdas cochambrosas Eso sí: a Malik le toman por el pito del sereno. Los corsos le ven blando y poco espabilado, medio moro y medio francés. Medio nada. Un híbrido cultural que no encaja en ningún rincón del patio de la cárcel. 

A Malik le han caído seis años de condena y no parece que vaya a pasar ni siquiera del primero. Pero joder, con Malik, el profeta... En la cárcel no necesitas conocer la historia del imperio austro-húngaro para ir agarrándote a la supervivencia. Tampoco tienes que comprender la dualidad onda-partícula de los fotones para ir medrando y subiendo puestos en el escalafón. Leo Messi también era un poco así y ya ves tú: parecía medio bobo y en el campo de fútbol poseía una astucia de felino. 

(“Un profeta” es una de las tres obras maestras de Jacques Audiard. Ahora que el director francés se ha hecho famoso gracias a “Emilia Pérez” le están dedicando una retrospectiva en Movistar +. Habrá que aprovecharla. Audiard siempre ha vendido mandanga de la buena, de un colega suyo encarcelado, recién traída de Córcega y apenas sin cortar).






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The Looming Tower

🌟🌟🌟🌟

En el momento de su construcción, las Torres Gemelas de Nueva York fueron el desafío fálico de los americanos hacia el resto del mundo: nosotros no sólo la tenemos más grande, sino que además tenemos dos, dos de todo, como decía Benito González agarrándose los testículos en Huevos de oro. Años más tarde, en varias geografías del mundo, se construyeron torres más altas que las gemelas para ver que satrapía la tenía más grande. Pero a los enemigos de Norteamérica se les quedó grabada aquella fanfarronada del doble pene que dominaba la bahía, y cuando los muchachos de Mohamed Atta -si nos atenemos a la versión oficial- decidieron golpear en la misma entraña del monstruo, no perdieron mucho tiempo en elegir el objetivo humeante que acapararía las portadas de los periódicos.




    Algo de aquel simbolismo prepotente, de engreídos sexuales, ha quedado en el despropósito administrativo que se nos cuenta en The Looming Tower. Porque al final, si nos seguimos ateniendo a la versión oficial, los atentados del 11-S se podrían haber evitado con un simple cruce de información entre los chulitos de la CIA y los chulitos del FBI, que envueltos en su propia arrogancia, embriagados del aroma de sus propios cojones, prefirieron trabajar cada uno por su lado mientras los pilotos que estrellarían los aviones se entrenaban tan ricamente en academias americanas, identificados, pero no perseguidos, o perseguidos, pero no identificados. Un dislate que los guionistas de The Looming Tower llevan todavía un poco más allá, a los terrenos sexuales ya no simbólicos, sino de las propias camas calientes y particulares, porque desde el primer capítulo se hace evidente que aquí todo el mundo está tan preocupado de combatir el terrorismo internacional como de cuidar los amores que nacen o empiezan a marchitarse. Y si de ocho de la mañana a dos de la tarde todos se comportan como profesionales muy trajeados de lo suyo, a partir de ahí la atención se dispersa, y la alarma antiterrorista queda como en suspenso, como aparcada en tareas pendientes.

    Mientras tanto, al otro lado de la ideología y de la religión, un grupo de contumaces también muy sexualizados sueña con los polvos que echarán con 72 huríes nada más atravesar los ventanales de las dos pollas desafiantes... Todo es sexo. Siempre es sexo.




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El pasado

🌟🌟🌟
Asghar Farhadi es un director iraní que en estos escritos ha gozado siempre de grandes simpatías, y que me obliga a escribir  panegíricos que son lo peor de mi repertorio -que ya es decir- pues me siento más cómodo atacando a los directores que me aburren o que me irritan. Lejos de las películas insufribles que perpetran sus compatriotas Kiarostami o Panahi, Farhadi es un tipo que rueda cosas inteligibles, inteligentes, con personajes atribulados que uno sigue con interés, y no gentes cansinas a las que uno desea el accidente mortal que los borre de la pantalla.

                Nader y Simin, una separación, se quedó durante días rondando en mi cabeza, repasando los argumentos, los nudos dramáticos, quitando y dando razones a los personajes. Una maravilla que vino del Golfo Pérsico cuando ya pensaba que allí sólo había niñas perdidas y cabras triscando en el monte. Venía, pues, con muchas ganas de ver El pasado, a la que tenía reservada un horario especial en mi programación semanal, para cuando no hubiera fútbol, ni socializaciones, y el mal tiempo golpeara en la ventana para zanjar cualquier tentativa de huida. Farhadi, al que los ayatolás andan tocando un poco las narices, esta vez ha rodado en Francia, pues allí le han sufragado los gastos, y le han puesto de protagonista a esta mujer bellísima llamada Bérénice Bejo, a la que por más que miro, y remiro ,no soy capaz de encontrar una imperfección en su rostro, o en su sonrisa. Bérénice parece salida de un cómic de Mortadelo y Filemón, pues en el universo de Ibáñez todos los personajes llevan su descripción colocada en el apellido, de tal modo que los ricos se apellidan Millonetis, y los zánganos Holgazánez, y las mujeres preciosas Bejo, que se pronuncia "bello", y es como si a Bérénice, al nacer, la hubiesen bendecido para siempre.

            Pero la sola presencia de Bérénice no puede impedir que yo, esta vez, reniegue de los entretenimientos que ofrece  Farhadi. A mitad de película empiezo a dar cabezaditas, a mirar de reojo el teléfono, a pensar en lo que tendré que escribir al terminar la película, mientras en la pantalla, en ese París brumoso y tristón del arrabal, se suceden los lloros, los lloriqueos, los adultos que se gritan, los restos naufragados de tres hombres que amaron a Bérénice y chocaron contra su cuerpo menudo y su rostro inmaculado, que son como la atracción fatal de unos acantilados rocosos. No le ha sentado bien el exilio, a nuestro querido director. Lo que en otras películas era fluido e inquietante, aquí se ha vuelto culebronesco y casi teatral. No queremos que regrese a su patria si allí lo siguen vigilando y amonestando; pero sí queremos que haga películas como las que hacía allí, que le salieron más occidentales que esta misma que rodó en Occidente.




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