Master of none. Temporada 2

🌟🌟🌟🌟

“Master of none” te da una de cal y una de arena. Es una serie irregular pero maravillosa. Es como una amante tronada, o como un amante bipolar, que te concede días perfectos y también días insufribles. La felicidad y la desesperación. La alegría de insistir y el miedo de continuar ¿Compensa? Pues depende. Eso va en el aguante de cada cual.

“Master of none” es por supuesto una amante que compensa. Si te saltas los episodios en los que Ansari reparte juego entre personajes secundarios, o relata la perplejidad de los hindúes, lo otro, que es encontrar a la mujer de sus sueños, es una sucesión de episodios perfectos que se contemplan con media sonrisa en la cara y media congoja en el estómago. Es comedia romántica, sí, pero no es ñoña ni gazmoña. Es muy del siglo XXI. En la búsqueda de Dev hay parejas que encajan y parejas que no; polvos arruinados y amores casi consumados. A veces hay cama en la primera cita y a veces la cama se pospone para siempre. A veces la cama solo llega tras largas conversaciones paseando por Nueva York, que es como se hacía antes, cuando éramos medio bobos, o románticos del todo, y aún nos pesaban los tabúes como piedras.

Tinder echa humo en el teléfono de Dev desde que su relación con Rachel dejó de funcionar. Y dejó de funcionar porque sí, sin razón ni motivo, como suceden las cosas en los tiempos modernos. Simplemente se cansaron, exploraron otras vías, les dio miedo dejar de volar. Y eso que volaban juntos. Pero les dio igual. Ahora todo es muy raro. La oferta y la demanda de corazones ha creado una economía propia e imprevisible. Ya nunca se sabe. Hoy amas, o te aman, y mañana el amor ya es imposible porque viene un bostezo o un viento del sur.

En esta segunda temporada, Dev está enamorado de Francesca, que es una top model italiana que todavía no sabe que es una top model porque su novio la guarda como oro en paño. Modelo y con novio: Dev lo tiene crudo, sí. Pero Dev no se rinde. Él no es Marcello Mastroianni pero tiene otras virtudes. Para empezar que es más más majo que las pesetas. Y con esa primera piedra tratará de construir el edificio de su amor.



 


Leer más...

En carne viva

🌟🌟🌟


Antes de rodar “En carne viva”, Meg Ryan fue la reina indiscutible del amor sin sexo. En sus comedias románticas ella ponía ojitos, morritos, te seducía con todos los vestiditos bien abrochados. Meg te enviaba e-mails conmovedores, o se subía a los rascacielos más altos para besarte, que son cosas muy tiernas de mujer enamorada. Pero luego, a la hora de la verdad, jamás te concedía la contemplación de su cuerpo desnudo. Eso solo sucedía tras la cortina de los títulos de crédito, y casi siempre con Tom Hanks de compañero sexual, así que durante años flotó en el inconsciente colectivo el enigma de su cuerpo sin ropa,  tan guapa como era de cara, y tan pizpireta de gestos, con ese punto perverso de sus ojos azules.

Y sin embargo, Meg Ryan había fingido un orgasmo como pocos se habían visto en las salas del cine respetable: un orgasmo de la hostia, a pleno pulmón, a todo lo que da el organismo. La reina del amor sin sexo demostró que también podía ser la reina del sexo sin amor. Pero pasaron muchos años antes de que alguien le concediera una oportunidad. Y la oportunidad, finalmente, se la concedió Jane Campion, en esta película que es tan rara como todas las de Jane Campion. Mira que “El piano” nos parecía rara de cojones y al final resultó ser la más ortodoxa de sus películas. Y también la más bella.

“En carne viva” es una historia tortuosa, reptiliana... rara. Va de un policía con bigote y de una profesora de literatura que follan por puro instinto, por puro morbo, que es a lo que nos referíamos antes con lo del sexo sin amor. Una cosa muy respetable, desde luego, pero que aquí se convierte en enfermiza, y en peligrosa, porque una cosa es zumbarte a un tío que en el fondo te la sopla y otra, muy diferente, zumbarte a un tipo que sabes que podría asesinarte. Ya digo que “En carne viva” es una película muy rara... Pesadota de seguir. Pero sale Meg Ryan en carne viva, eso sí, y según la teoría cinematográfica de Ignatius Farray, una película que da lo que promete merece al menos nuestro respeto.





Leer más...

Ópera prima

🌟🌟🌟🌟🌟


Se titula “Ópera prima” porque es la primera película que dirigió Fernando Trueba. Y, también, porque cuenta la historia de un hombre llamado Matías que encontró a su prima en la salida de Ópera, en el metro de Madrid. La casualidad.

Corre el año 1979 y las relaciones entre primos todavía no están bien vistas en democracia. Son tiempos oscuros que ya ven la luz del sol, pero todavía quedan zonas en penumbra. Matías y Violeta no son creyentes, pero por si acaso, para no dar lugar a habladurías, deciden encerrarse en la buhardilla donde ella vive para ver pasar la vida desde un edredón. De todos modos, si no lo han entendido mal, lo que es pecado mortal es casarse y procrear, a no ser que le pidas una dispensa al Papa. Pero follar, como ellos follan, con toda la inocencia del mundo, y además con una inocencia enamorada, no es más que un pecado venial por ser una relación extramatrimonial. Y de esas hay muchas por ahí.

Mientras que abajo, en Madrid, van germinando la movida musical y la movida socialista, ellos, en la buhardilla, encerrados bajo siete llaves a no ser que haya que trabajar, o que bajar al supermercado, viven la movida del amor, que es siempre la misma desde que el mundo es mundo. En un momento determinado, Matías le confiesa a su amigo que está viviendo la felicidad absoluta. Se lo dice por teléfono, desde la cama, con Violeta a su lado, desnuda y dormida. “Si la felicidad no es esto, no sé qué es...” Y yo estoy con Matías: la felicidad es poco más que eso: la buhardilla, y la mujer amada, y el deber que no llama, como cantaba Javier Krahe. Lo demás es superfluo, engañifa, mercancía de embaucadores.

“Ópera prima” no estaba prevista en mi programación. No quedaba ni un hueco en mi agenda de chotado. Pero ayer, en el Caralibro, un amigo puso un pasaje descacharrante de Óscar Ladoire arremetiendo contra tirios y troyanos alrededor de una mesa de comedor. Su personaje de Matías es memoria sentimental. Envidia cochina de la palabra. Matías es demoledor, ocurrente, tierno y odioso.  Ahostiable en ocasiones. Un genio. Le adoro. Y tuve que ver la película completa, claro. Otra vez.



Leer más...

La maravillosa Sra. Maisel. Temporada 4

🌟🌟🌟🌟🌟


La cuarta temporada de “La maravillosa Sra. Maisel” no es redonda. Tiene sus momentos tontos y sus cerros de Úbeda. Pero da igual. La cuarta temporada es como la propia señora Maisel: no es perfecta, pero te da lo mismo, si estás enamorado. Y yo vivo enamorado de la serie y de la señora Maisel. Un poquitín. Uno también puede enamorarse de un personaje de ficción, ¿no? Incluso de un dibujo animado, como les pasaba a los seres humanos con Jessica Rabbit, que bebían los vientos, y pugnaban contra la pulsión.

De hecho, siempre que me preguntan si vivo enamorado, tengo que matizar si me están hablando de una mujer verdadera o de una mujer de la pantalla, que a veces se suceden, pero a veces se solapan, en una trigonometría de fantasía. En un triángulo amoroso que vive sin conflictos ni tensiones. O eso creo yo...

Miriam Maisel, en mi modesta opinión, es un torbellino y un bellezón. Una mujer de armas tomar. Dice tacos, fuma, entra en reyertas con su lengua viperina. Podrías ir con ella a comer entre camioneros y te sentirías como en casa escuchando sus chistes soeces. Sus dobles sentidos de lagarta. Pero luego, tras pasar por casa y ponerse el vestido de noche, y tú el frac alquilado, podrías acompañarla a un concierto en el Carnegie Hall donde ella sería la reina de la noche, la mujer más hermosa y elegante de los contornos. Miriam Maisel es una todoterreno, una embaucadora de las miradas.

A mi amigo, sin embargo, que sigue la serie porque su mujer sigue la serie y hay que hacer matrimonio en el sofá, Miriam Maisel le parece una pesada, y una deslenguada. No soporta ese incesante parloteo que para mí es como el canto de los pájaros. Mi amigo dice que si Miriam fuera muda todavía tendría un pase, lo que a mí me indigna un poquitín. Lo llevo con mansedumbre. Pero es que a mi amigo no le gusta ni su físico, del que dice que le recuerda demasiado a Isabel Díaz Ayuso -o sea, al demonio mismo- en lo cual no va desencaminado. Pero es que a mí, que padezco flaquezas de bolchevique, eso todavía refuerza más mi colgadura, y mi chotadura por Midge Maisel, la reina de los escenarios.



Leer más...

Tres

🌟🌟


El inicio de la película es prometedor: Marta Nieto -que además es una mujer bellísima- sufre una desincronización auditiva con la realidad. Ella, que para más inri trabaja sincronizando bandas sonoras, empieza a escuchar los sonidos con demora, o con delay, como dicen los modernos. Es como cuando oyes el trueno tres segundos después de que caiga el rayo, pero así con todas las cosas: la moto que pasa, la palabra que te dicen, el aplauso que te dan... Es un desquicie para los nervios y quizá, precisamente, un trastorno de los nervios, una cosa neurológica que rápidamente queda descartada en los análisis. En las analíticas, como también se dice ahora.

¿La solución al enigma? Ninguna. O no al menos ninguna racional, porque luego resulta que Marta no escucha las cosas con demora: es que escucha las cosas que quedan flotando en los sitios, aunque ella no haya estado allí. Tú, por ejemplo, hablas mal de ella en una reunión de trabajo, la reunión se disuelve, y Marta entra cinco minutos después para escuchar todas las recriminaciones que salieron por tu boca, y que se quedaron ahí, como volutas de humo, o como miasmas de rencor. Es un superpoder del copón. Uno que nunca sale en las listas de los superpoderes más envidiables, como la invisibilidad o la visión de rayos X. Yo sigo prefiriendo la telequinesia, pero me valdría lo de Marta. Jodó, que si me valdría...

Las posibilidades que se abren a partir de ahí son infinitas: Marta podría convertirse en una superagente del gobierno, o una vengadora de la noche, algo en plan Marvel con cuero ceñido, Supercóclea, o la Oreja Maravilla. Porque además el superpoder muta de vez en cuando, y a veces Marta escucha las cosas antes de que sucedan, lo que implica, ay, la adivinación del futuro, y quizá la capacidad de influir en los destinos. Ya no una superhéroe de cómic, sino una semidiosa de los olímpicos. Pero nada: “Tres” prefiere trillar otros caminos. Aventurarse por terrenos esotéricos. El rollo New Age. Haberlas haylas. Una decepción y una coña. Marinera.



Leer más...

Recuerdos

🌟🌟🌟🌟

“Recuerdos” empieza con una pesadilla que al parecer es universal y no solo patrimonio de mi inconsciente. Woody Allen viaja en un vagón de tren destartalado, acompañado de gente con cara de sufrimiento: famélicos, o enfermos, o refugiados de alguna guerra. Allen les mira con cara de no entender. “¿Qué hago yo aquí?”, se pregunta. Al otro lado de las vías, detenido en paralelo, hay otro tren con viajeros que se lo están pasando pipa: gente joven, dicharachera, vestida para una fiesta. Hay bailes, besos, carcajadas... La mismísima Sharon Stone se percata de que Woody Allen les espía y le planta un beso en el cristal. Allen protesta al revisor antes de arrancar: “Yo no debería estar aquí y tal”, pero el revisor le ignora, el tren arranca, y Allen, desesperado, intenta tirarse del vagón en marcha, pero la puerta no cede, y la ventanilla no se baja...

La pesadilla es horrible, y yo me siento reconocido en ella porque la he soñado muchas veces. Pero no exactamente así: mis pesadillas cuentan que me subo a un autobús que va en dirección contraria, o que pierdo por un minuto el tren que partía hacia el Paraíso. De todos modos, es la misma sensación de que la felicidad siempre está en otro sitio, en otra vida, inalcanzable por culpa de un equívoco, o de un retraso, o de una mala pata secular. De ser uno como es, y de ser los demás como son.

La moraleja que yo saco es que da igual que seas un chiquilicuatre de provincias que un hombre como Woody Allen en 1980, aclamado por sus seguidores, poseedor de un apartamento de lujo y seductor de las mujeres más bellas del mundo (mujeres como Charlotte Rampling, por ejemplo, que revienta la pantalla con sus dos ojazos asimétricos y gatunos; la belleza absoluta, quizá, por animal e indescifrable). Al final van a tener razón los psicólogos de la felicidad: que se nace feliz o no se nace. Que eso va en unos genes de nombre alfanumérico muy escondidos en el cromosoma. Una puta lotería. Que hay gente feliz con el palo de una escoba y gente infeliz que se asoma cada mañana a Central Park mientras Charlotte te reclama de nuevo desde la cama.



Leer más...

Benedetta

🌟🌟🌟🌟


Podría soltar muchas excusas para explicar por qué he visto “Benedetta”: una, que sigo con interés la carrera de Paul Verhoeven, y otra, que sigo con más interés todavía la carrera de Charlotte Rampling, También podría decir que estoy haciendo una tesis doctoral sobre el mundo de los conventos en la Contrarreforma italiana... No sé, cosas así, de cinéfilo responsable, o de historiador aficionado. Pero no voy a mentir. El lector ya me conoce, o no me conoce en absoluto, así que qué más da. Yo venía a la película porque la publicidad hablaba de dos monjas que alcanzaban juntas el otro éxtasis del Señor, y el morbo, y la cosa tonta, obraron el milagro de amordazar a mi yo cinéfilo y asexuado, que últimamente está bastante insoportable.

Antes de ser seducido por el Mal, él me aseguraba que “Benedetta” no iba a ser más que una provocación, una cosa del viejo verde de Paul Verhoeven. Un instinto básico con crucifijos en lugar de picahielos, o un baile de showgirls en el refectorio conventual. Una tontería de dos horas para provocarme un par de erecciones subterráneas y nada más.

Pero no: mi cinéfilo se equivocaba. “Benedetta” tiene sus momentos, desde luego, con esos cuerpos hermosos y esos amores arrebatados, pero a su alrededor crece una trama compleja de personajes oscuros e intereses entrecruzados, los divinos y los carnales. “Benedetta”, además, nos recuerda dos sabidurías fundamentales que no han perdido vigencia: la primera, que el sexo es una fuerza irreprimible, y que si la reprimes, te salen como ronchas en la piel, o como bultos en el espíritu. La segunda, que no hay gente más peligrosa en el mundo que la que se cree elegida por Dios. En el siglo XVII, las Benedettas del mundo podían montar como mucho una campaña militar en Flandes, o quemar un par de brujas en la plaza del pueblo. Asuntos graves, pero no planetarios. Ahora, sin embargo, una Benedetta investida de poder podría apretar el botón nuclear para salvar al mundo de sus pecados, mientras se parte de la risa beatífica.



Leer más...

Belfast

🌟🌟🌟


Diez diferencias entre la infancia de Kenneth Branagh y la infancia de Álvaro Rodríguez:

1 En León no convivíamos católicos y protestantes, sino católicos y gente que protestaba contra el catolicismo. Parece lo mismo, pero no es igual. Para empezar, los que protestábamos lo hacíamos en voz baja. Corrían los años 80 y no estaba el horno para bollos. Yo estaba en la EGB y el hijo de Dios nos vigilaba desde el crucifijo.

2 Mi abuelo nunca me explicó los secretos básicos de la vida: el escaqueo laboral, y la seducción de las mujeres. Mi abuelo, cuando íbamos a visitarle, hacía un saludo raro con el mentón y se enfrascaba de nuevo en su solitario de la baraja. Eran solitarios, claro.

3 Mi abuela tampoco era como el personaje de Judi Dench en la película. Mi abuela decía que ella ya había criado a sus hijas, y que los nietos no éramos más que una molestia de la biología.

4 Nunca me enamoré de una niña del colegio porque, entre otras cosas, no había niñas en mi colegio. Éramos discípulos del beato Marcelino Champagnat, que rogaba por nosotros. Él nos quería así: atentos a la lección, sin distracciones femeninas. Él nos convirtió en unos monstruos de timidez y desvarío.

5 León no será como Belfast, pero al menos teníamos parques de hierba para jugar a la pelota.

6 Mi madre no era una exmodelo de Victoria’s Secret. Mi padre tampoco era el tío guaperas al que todas la mujeres sonreían.

7 Yo tampoco era un rubiajo encantador como el pequeño Kenny. Yo era más bien remoreno, de pelo castaño y mirada tristona. Así me quedé.

8 Mi hermana tampoco era como este hermano de Kenny en la película..

9 En mi barrio no había Unionistas del Ulster apatrullando la ciudad, pero sí un loco llamado Ramón que a veces te perseguía sin motivo para darte un par de hostias. Era un esquizofrénico perdido, no un luchador de la patria. Ramón era un macarra sin nada de glamour.

10 A mi padre también le ofrecieron un trabajo mejor en otra ciudad. Más dinero, y mejores perspectivas. Pero mi padre no quiso mudarse. Él, como la madre de Kenneth Branagh, vivía aferrado a su barrio y a su gente. Así que nunca salimos de Belfast.



Leer más...