Regreso al futuro II

🌟🌟🌟🌟🌟


A lo largo de mi vida he intentado tres veces -pero sin mucho convencimiento, la verdad- hacerme millonario. Hubo una época en que hacía la quiniela de fútbol todas las semanas y todas las fiestas de guardar, pues también rellenaba la que recogía los partidos de la Champions. Siempre le ponía 4 dobles, o sea, 16 columnas, que a razón de 0´50 euros por columna -y parezco, ya quisiera yo, una azafata del “Un, dos, tres”- me daba un gasto total de 8 euros por intento. Muy lejos de la ludopatía, sí, pero también muy lejos del empeño verdadero de quien quiere ser millonario y no recorta en gastos innecesarios -los libros, las pelis, la comida china- para ponerle un par de dobles más al azar impredecible de los balones.

(Impredecible, claro, porque no tenía en mi mano el almanaque...)

Cansado de no acertar más allá de las pedreas de 10 resultados, tuve otra época en la que quise matar a mi madre a fuerza de disgustos, a ver si heredaba sus posibles, que tampoco son para hacerse millonario, pero sí para llevar una vida más desahogada. Por lo menos para viajar algo más, y pedir los platos más caros en el menú. Yo atormentaba a mi madre con mis fracasos con las mujeres, con mi vida gris de funcionario, con mi supuesto talento tirado por la borda: que si este blog, que si el fútbol, que si lecturas sin provecho... Mi madre sufrió -y sigue sufriendo- lo suyo, pero descubrió el juego muy pronto y decidió no morirse por estas pérdidas tan baladíes. Así que me abocó, plena de amor y de cariño -porque una madre siempre te apoya en todo lo que decidas- a ganarme los millones por la vía de la creación literaria. 

He transitado por ella más o menos tres años, produciendo un diario sin recorrido, una novelita sin éxito y otra novelucha sin editar. Tres gotas en la mar de los fracasados. Tres esfuerzos muy poco titánicos que no han cosechado ninguna repercusión. Y que, más bien, me ha costado dinero tramitar.

Así que ahora, en un cuarto y último intento por salir de la pobreza, no hago más que asomarme por la ventana a ver si Marty y Doc aparcan el DeLorean y se dejan las llaves puestas mientras se toman un chato en el bar. Ese maldito almanaque...




Leer más...

Testigo de cargo

 🌟🌟🌟🌟


Al final de la película, mientras salen sobreimpresionados los títulos de crédito, -cómo echamos de menos esos créditos del cine clásico- una voz en off ruega a los espectadores que guarden silencio sobre el giro final de la película. Que no se lo cuenten a nadie para no jorobarles la sorpresa y mantener el flujo de espectadores a las plateas. Una petición 2x1:  buena para el espíritu y buena para el negocio.

“¡Ostras! ¿No sabes? Al final de la película ella..., y él... ¡Buf! Nos quedamos con la boca abierta...” Y ya la jodías con "Testigo de cargo". Como hay gente que ahora te jode las ficciones que llevabas por la mitad o tenías pendientes de estrenar. Yo -lo reconozco- he sido tantas veces jodido como jodedor. Ya dijo Camilo José Cela que no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo, y le doy toda la razón. Solo se parecen en que te quedas con la misma cara de bobo: jodiendo, porque has metido la pata y sientes vergüenza de ti mismo; y jodido, porque te pinchan el globo y reprimes las ganas de asesinar.

¿Cuándo prescriben los spoilers? Supongo que nunca. “Testigo de cargo”, por ejemplo, lleva 65 años rodando por las cinefilias. Acaba de cumplir la edad de jubilación y sin embargo yo no me atrevería a abrir un debate sobre ese final de las mandíbulas descolgadas. Siempre hay alguien que no la vio, o que le gustaría revisarla... De hecho, yo no debería dejar ni siquiera esa pista. Porque entonces ya pongo en guardia, y en cierto modo adultero el “hecho visionario”. De hecho, debería dejar ya de escribir...

(Ahora que está a punto de comenzar el Mundial de Qatar, conviene recordar a Alfredo Di Stéfano de comentarista en el Mundial 90. Pasaban por la noche, en diferido, el Alemania-Yugoslavia de la primera fase. En el salón de mi casa, yo solo conmigo mismo, todo era expectación y palomitas. Y de pronto, don Alfredo, acomodado en la silla del estudio, olvidando que los espectadores no sabíamos el resultado, nos dice a modo de presentación: “Alemania jugó muy bien. Y, bueno... Yugoslavia también.”. Puedo dar testimonio de ello, como testigo de cargo. Al final ganó Alemania 4-1, ya sin emoción ni congoja).





Leer más...

La Casa del Dragón

🌟🌟🌟


Me di cuenta de la trampa cuando faltaban quince minutos para llegar al final del último episodio. Yo pensaba que “La Casa del Dragón” era inicio y fin. Miniserie. Campana y se acabó. Nada más -pero también nada menos- que una mirada curiosa sobre cómo era el mundo antes de que llegara el invierno y lo pusiera todo perdido de muertos que caminan.

Pero en este décimo episodio las cosas se iban sucediendo a ritmo de película de Bergman: los diálogos, las traiciones, las alianzas..., y estaba claro que a los guionistas no les iba a dar tiempo a cerrar la cuestión sucesoria. El intercambio de alientos entre dragones. Saber si al final serían los Austrias encastillados en Rocadragón o los Borbones acantonados en Desembarco del Rey quienes seguirían esclavizando al pueblo llano. Comprendí, de pronto, que habría que esperar otra temporada -u otras dos, a saber, las que decidan los algoritmos- para conocer el desenlace de este embrollo, y no está la vida a estas alturas para seguir regalando minutos y minutos.

Y que conste que no me molestaba esa manera de contar las cosas, tan arriesgada en los tiempos que corren. Al contrario: desde el primer episodio, a contracorriente de muchos que echaban de menos los hachazos y los polvazos, yo aplaudí esta decisión minimalista de contar las movidas entre los apellidos. “La Casa del Dragón” es como el “Yo, Claudio” de los Siete Reinos, teatro filmado, y a mí eso me ganaba el corazón y me animaba a continuar. Porque uno de los mayores placeres que nos proporciona la ficción es ver a los poderosos entre bambalinas. Justo eso que nos niegan -y nos seguirán negando- los telediarios de la tele. Levantar acta de cómo se apuñalan los taimados y las malvadas, los psicópatas y los mercaderes. Cómo urden sus planes aprovechando que están solos en sus dormitorios o navegan a muchas millas de la costa en sus fuerabordas. 

Nada ha cambiado desde los tiempos de la dinastía Julio-Claudia. Ni en el mundo real ni en el mundo imaginario.





Leer más...

Cinco lobitos

🌟🌟🌟 


“Cinco lobitos” venía muy aclamada por la crítica nacional. Pero la crítica nacional es poco fiable cuando recomienda películas de aquí: hay que promocionar, alentar, insuflar ánimos... Hacer industria que se dice. A veces sucede que el critico es directamente amiguete del director o de la productora y eso condiciona mucho las opiniones. Yo lo entiendo: esto es un negocio y hay intereses creados. Pero no lo compro.

“Cinco lobitos” no está mal, pero no deja de contar una nadería: una pareja que discute, una niña que llora, una madre que enferma... Un pobre hombre al que le invaden la casa y encima tiene que aguantar broncas y malos modos. La película dura demasiado. Revolotea, reitera, se queda colgada como un sistema operativo. También es verdad que con mucho menos se hacen ahora series de cinco temporadas con diez episodios cada una. Engaños masivos al telespectador. Chicles estirados hasta el infinito y más allá. No los del señor Boomer -que ya estiraban lo suyo- sino los de Buzz Lightyear colocado hasta las cejas.

Pero mi problema más grave con “Cinco lobitos” es que no soporto a su personaje principal, esa mujer que lo mismo grita a su pareja que abronca a su padre o le canta las cuarenta a su madre. Si esto es lo que le pedían a Laia Costa al inicio del rodaje, chapeau por ella. Pero me da que la intención de su directora era otra: mostrar a un personaje zarandeado por las circunstancias -a dos velas en lo económico, a dos pajas en los erótico y a dos cabezadas en el sueño por los lloros de su bebé -que sin embargo hace de tripas corazón y se lanza a la batalla cotidiana con el gesto de una samurai. Pues bueno... Yo quisiera empatizar, pero no puedo. Yo siempre estoy con la clase obrera, pero no me sale. Me molestan mucho sus modales, su “tonito”. Su carácter agresivo cuando lo que toca es replegar velas y aceptar la ayuda que te ofrecen. Morder la mano que te da de comer es una cosa que no he entendido jamás. Y cómo muerde, además, la tipa esta: con qué saña, con qué mal jerol.





Leer más...

Tienes un e-mail

🌟🌟🌟

Hay que creer en el amor. No queda otra. Aunque sea viendo películas tan ñoñas. Para eso están: para alimentar la ilusión cuando alguien nos espera al otro lado de los cachivaches electrónicos. Si les pasó a esos suertudos de Tom Hanks y de Meg Ryan, ¿por qué no nos iba a pasar a nosotros aunque no seamos tan simpáticos, ni tan rubias, ni vivamos en Nueva York cuando llega la Navidad? Para eso está Hollywood: para que nuestros corazones no dejen de latir. Hollywood es el servicio de cardiología que nos atiende a través del televisor, cuando la congoja sube por el pecho y la oscuridad de noviembre se adueña de las ventanas.

Los soñadores del amor, en 1998, usaban unos ordenadores portátiles como maletines de la señorita Pepis, y se carteaban a través de los emilios, en los chats, que es como si nos hablaran de hachas de sílex en la cultura auriñaciense. Hay un personaje en la película que le pregunta a otro: “¿Tú te conectas a internet?” Es como ver un episodio de “Los Picapiedra” y en realidad no fue hace tanto. Pero da igual: el retraso tecnológico no te saca de la película. La esperanza del amor verdadero era entonces la misma que ahora: en los trogloditas, y en Meg Ryan y en Tom Hanks cuando el esplendor de su juventud. Él siempre tuvo cara de panoli pero lo disimulaba de puta madre, y ella era guapa, guapa a rabiar: el sueño anglosajón de cualquier platónico mediterráneo. A mí, al menos, Meg me ponía mucho.

Tenía que ver “Tienes un e-mail” porque a mi alrededor se están derrumbando amores que parecían destinados a la eternidad. Dos casi en la misma semana. Los terroristas del nihilismo han estrellado sus aviones contra dos torres bien altas, de cimientos profundos y consolidados, y han conseguido dañar su estructura fundamental. Hay bomberos trabajando en el incendio, pero me dicen que está la cosa muy jodida. Que son malos tiempos para la lírica. Lo cantaba Germán Coppini mucho antes de que se inventaran los correos electrónicos.



Leer más...

Sin novedad en el frente

🌟🌟🌟🌟


Las películas bélicas nos han vuelto antibelicistas. Ellas nos han enseñado que la guerra no es más que una carnicería de carne humana. Como la carnicería del Carrefour, pero con solomillos de chavales e higadillos de reclutas. Y morcillas de sangre recogida en las trincheras. Un expositor de película de terror.

Cuando se inaugura una guerra se monta un espectáculo de banderas al que acuden las gentes del mal vivir, que decía Ivá: los militares, los curas, los empresarios... Los prebostes del régimen tiránico o democrático, eso da un poco igual. Allí se cantan himnos, se leen arengas, se exaltan las virtudes nacionales. Se echan cuatro espumarajos sobre el enemigo y se lanza la orden de movilizar al personal. Cuatro psicópatas con uniforme se encargarán de que los soldados cumplan a rajatabla y no se arruguen en la batalla. Hasta ahí, en las guerras antiguas, todavía podían engañar a la chavalada. Hoy ya no. Un espectáculo así sería el hazmerreír de los votantes. Al menos de los que tendrían que ir a pelear. No de los viejetes manipulados por el telediario de La 1 o de Antena 3, que solo están pendientes del valor de su pensión y de si mañana lloverá.

En 1914, por ejemplo, nadie había visto una guerra por la tele, porque no existía; ni en el cine, porque todo era de chichinabo. La guerra era eso que te contaban tus padres, o tus abuelos, contaminados de nacionalismo fervoroso. Quizá algún grabado, alguna foto... Y en las zonas rurales puede que ni eso. Eran otros tiempos. Para una mente del siglo XXI es difícil asumir el inicio de “Sin novedad en el frente”, con esos chavales que se apuntan al ejército como quien se apunta a una excursión de fin de semana, o a un viaje a París, a ver el partido del Bayer Leverkusen contra el París Saint Germain.

El cine bélico nos ha ayudado mucho, pero el fútbol -tan denostado- también. En Qatar, por ejemplo, dentro de una semana, va a disputarse la XXII Guerra Mundial Incruenta, donde puedes derrotar al enemigo secular sin necesidad de pegarle un tiro o de arrojarle una granada.



Leer más...

Malcolm. Temporada 1

 🌟🌟🌟


Sonrío, pero no me río. "Malcolm" no me engancha. De ella me habían hablado maravillas que yo no consigo encontrar. Lo mejor de la serie es el matrimonio Expósito y apenas sale un tercio de los minutos. A veces ni eso. Todo se va en chavalerías y en aprendizajes de Disney +.Yo los llamo así -señores Expósito- porque su apellido no consta en ningún registro, y es como ponerle nombre a unos niños de la inclusa. Su apellido verdadero ni siquiera consta en IMDB, que es el oráculo que resuelve todas las dudas y todas las curiosidades.

Los Expósito -que son los padres de Malcolm- hacen mucha gracia porque son una pareja de follarines que no ha perdido el apetito sexual a pesar de tener tres hijos en casa que sacarían a flote la neurosis de cualquiera, provocando apagones de la libido y deflaciones de los miembros. Si ya es un milagro que no se hayan arrancado o eviscerado los genitales por temor a traer al mundo otro retoño, no menos milagro es que se pasen el día jugueteando por detrás de las escenas, tocándose, insinuándose, prometiéndose arrumacos para cuando esos monstruos concilien el sueño. Como cuando eran jóvenes y no sospechaban que el sexo es una trampa de la biología que sirve para perpetuar el apellido y la supremacía del Homo sapiens.

Lo mejor de "Malcolm", me temo, a falta de ciento y pico episodios que ya no voy a ver -porque me falta el tiempo y se me escurre la vida- es el final alternativo que le pusieron a “Breaking Bad” en los extras del DVD. Allí se jugaba con la posibilidad de que todo fuera una pesadilla del señor Expósito: el cáncer de pulmón, los cárteles mexicanos, los asesinatos cometidos... El señor Expósito despertaba bañado en sudor y le contaba a su mujer el horror detallado de sus peripecias. Todo era espantoso salvo que allí, en el mundo onírico, él estaba casado con una mujer rubia y muy alta, de ojos verdes, a lo que la señora Expósito respondía:

-          Sigue soñando, cariño...




Leer más...

Cuento de primavera

🌟🌟🌟


Leí una vez que basta con que alguien te diga: “Le interesas a Fulanita”, para que empieces a prendarte de Fulanita. Y viceversa. Aunque el conocimiento previo haya sido somero o inexistente. 

Este juego de celestinas lo investigaron una vez en una universidad americana -cómo no- y resultó que era verdad: le decías a Jennifer que Brandon estaba colado por ella, y a Brandon que Jennifer estaba colado por él, y aunque no se conocieran de nada porque él estaba en la Facultad de Ciencias y ella en la Facultad de Estudios Grecorromanos, apenas tardaban un hamburguesa con Coca-Cola en citarse para el amor y emprender una aventura sexual de esas que justifican toda una matrícula en la Universidad, tan caras como están.

De eso va, más o menos, “Cuento de primavera”, aunque sus protagonistas sean franceses de la burguesía tan queridos por Rohmer. Esa gente cuya máxima preocupación en la vida es saber con quién van a follar a mañana, si con Mengano o con Mengana, y en qué cama van a retozar: si en el piso de París, si en la casita en el pueblo o si en el apartamento que alquilan todos los veranos en la playa de Biarritz.

En la película, Natacha, que es una pelirroja de muy buen ver aunque una caprichosa estomagante, se lleva a matar con la amante de su padre porque ella es una pedante que habla de Husserl o de Wittgenstein como otros hablamos de Benzema o de Cristiano Ronaldo. No hay reunión familiar en la que Natacha no se sienta humillada intelectualmente, así que una mañana de primavera, inspirada por los pájaros en el alféizar, decide aplicar las conclusiones de aquel estudio norteamericano y le dice a su padre que tiene una amiga guapísima que se pirra por él; y a su amiga -que anda un poco necesitada de amor- que su padre cuarentón se ha fijado mucho en ella. 

Pero la burguesía francesa, ay, no es como la chavalada americana, y antes de encamarse necesita darle una hora y media a la sin hueso, sopesando los pros y contras del sexo y del amor.



Leer más...