Tombstone

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El otro día, en el podcast, Fox y Codón afirmaron que “Tombstone” era un western injustamente olvidado. Una película maldita que había que reivindicar a toda costa. “Cojonuda”, dijeron... Con lo otro parafraseo, pero lo de “cojonuda” no se me ha olvidado. Aun así, yo les hice caso omiso porque no hay nada más aburrido que un western de tiroteos en OK Corral. Forasteros, forajidos, forúnculos sociales... Duelos al amanecer y tal. Tiros por la espalda cuando los borrachos salen del saloon... Un puro bostezo.

Días después, en el otro podcast que comparten, y como si se tratara de una campaña orquestada, dijeron exactamente lo mismo: que “Tombstone” era la hostia, la pera limonera, el western peor tratado por la crítica en los últimos tiempos... Parafraseo también, pero por ahí iban los tiros. Los del Colt, claro. "Y ándele, cuate, que aquí en México no rige el pinche estado ni aparece la policía". Y en el poblado de Tombstone tres cuartos de lo mismo... La película es un puro disparate. 

Fue ahí, en la segunda recomendación, cuando yo dudé o me hicieron dudar. Porque ése es uno de los putos flacos de mi cinefilia: mi repelús por el western. Más allá de una decena de clásicos del género -que, curiosamente, no siguen las reglas del género- a mí me parece que el western es una cosa para merluzos, con maniqueísmos tontos y desenlaces archisabidos. El género preferido de los fachas, no te digo más. Las joyas de la programación en 13 TV. Un espectáculo apropiado para la simpleza de las mentes más arcaicas y violentas. "Como hoy no puedo salir a pegar tiros a los conejos o a los rojos, pues mira, lo sublimo disparando sobre los hermanos Dalton, que además siempre van desaseados, sin afeitar, como los perroflautas esos de la izquierda".

Por culpa de Fox y Codón me perdí en "Tombstone", me arrepentí, salí a tiempo, me fustigué con el látigo, me cargué de razones y vine aquí a dejar constancia de mi debilidad y de mi fortaleza.





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Sexy Beast

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Cien millones en el banco, un casoplón en la playa, una piscina de la hostia, una exactriz porno como mujer enamorada... ¿Dónde hay que firmar? Lo único que no le envidio a este mafioso de "Sexy Beast" es su gusto por el calor, y menos aún ese calorazo de la costa de Almería, una cosa entre factor cancerígeno y tostadora de avellanas. Pero si me cambiaran Almería por la costa del Cantábrico yo también le vendería mi alma a Mefistófeles. 

De hecho, cada vez que veas una residencia de lujo en un lugar privilegiado, piensa que su dueño es un tipo sin escrúpulos que ha robado mucho o ha asesinado a mansalva. Hay tantas formas de robar y de asesinar... Desde las más atroces hasta las más bendecidas por la ley. El otro 0’01% lo integran los futbolistas, los actores y los tipos agraciados con el Gordo de Navidad. Que yo sepa, meter goles en la Champions, ganar el Oscar de Hollywood o acertar el número de la lotería no le quita el pan de la boca a ningún desgraciado de por ahí.

El problema de estar en deuda con el diablo es que éste puede reclamarte los favores y reaparecer entre nubes de sulfuro. Y da igual que le implores o que le reces a la inversa. Él se ríe de la piedad y se mea en las oraciones. Es Belcebú, coño, y de la banda de Belcebú Flanagan no se va nadie por propia voluntad. Ése es el infortunio que irrumpe en la vida de Gal, el as del butrón, que ya se creía retirado para siempre de su vida delincuente, a pleno sol todo el día entre sangrías y “paelas”, y calamares a la romana que en Almería bordan con el gracejo habitual. 

Una mala tarde la tiene cualquiera, como decía Chiquito de la Calzada, que era de Málaga,y en esa tarde de nubarrones simbólicos a Gal le anuncian que el diablo en persona va a presentarse en su “hasienda esspañola" para reclamarle un último trabajito con el taladro. El diablo se parece mucho a Ben Kingsley, que en otra película hizo de santo laico de los hindúes. Pero cualquier parecido con aquella bonhomía, con aquella mansedumbre, va a ser mera coincidencia.




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Días extraños

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Mientras Lenny Nero se pone más guapo todavía para salir en Nochevieja, en el telediario de Los Ángeles, esa misma tarde del 31 de diciembre de 1999, se anuncian las predicciones de los astrólogos para el próximo siglo: el coronel Gadaffi recibirá el premio Nobel de la Paz, Turquía indemnizará a Armenia por el genocidio secular y en el 2025 habría una segunda mujer presidenta en la Casa Blanca. 

Y sí, todo esto podría haber sido, pero no fue. Cosas más raras hemos visto. En la nómina del premio Nobel hay gente tan oscura y tan asesina como el coronel Gadaffi, pero éste, al final, fue lapidado y ajusticiado por una turba de libios cabreados. Lo de Turquía era una predicción arriesgada de narices -un 97/1 en las casas de apuestas- y lo de la mujer presidenta de Estados Unidos pues ya ves: no serán dos mujeres, sino dos Donald Trump, los que hayan gobernado el hemisferio occidental cuando llegue el año 2025.

La otra cosa que se anunciaba en “Días extraños” como muy futurible era el tema candente de la realidad virtual. (En la película, como está rodada en 1995, no se decía ni mu sobre la posible implosión de los ordenadores cuando sus relojes internos alcanzaran el año 2000. Esa noche, para empezar, ni siquiera comenzó el siglo XXI, por mucho que nos ametrallara la publicidad). Pero han pasado casi treinta años y esto de la realidad virtual sigue caminando con los pañales puestos. Da, como mucho, para seguir produciendo episodios de "Black Mirror" como churros.

Yo también fui de los que soñé una vez con encasquetarme los cables, darle al play del reproductor y sentir -no ver, sentir- lo mismo que experimenta un paracaidista cuando cae, un futbolista cuando marca, un fucker cuando acaricia el cuerpo pluscuamperfecto. Cumplir aquel sueño de Woody Allen de reencarnarse en las yemas de los dedos de Warren Beaty...  Pero de toda aquella tecnología que vendía Lenny Nero en las discotecas sólo nos ha quedado el metauniverso llamado Meta de Mark Zuckerberg, que todavía no sabemos ni lo que es, ni para qué sirve.




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Testament

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Entiendo, y me asusta, el nihilismo desesperante de Jean-Michel, el testamentario de “Testament”. Me faltan veinte años para igualarle la edad pero voy transitando su mismo camino. La culpa es de la estación de los amores, que viene y va, como cantaba Franco Battiato, pero cada vez tarda más en volver, y también de los achaques, que arañan la puerta, y del calendario, que ya es un otoño perenne de hojas que se caen.

Pero sobre todo es culpa de la izquierda, que ya no existe, y que nos cuesta aceptar que se esfumó. Y da lo mismo que vivas en el Quebec que en el Noroeste de la Península. Aquel alemán que arrancó la primera piedra del muro de Berlín derrumbó todo el edificio. Y no solo eso: lo trituró, lo barrió, lo convirtió en la Zona Cero del capitalismo victorioso. Carthago delenda est. Una torre universal de latas de conservas se vino abajo por quitar una sola de su base. Está claro que había algo que estaba mal diseñado desde el principio. Una grieta en el sistema como aquel agurejico fatal de la Estrella de la Muerte.

En 1989, cuando yo tenía 17 años y Jean-Michel 39, descubrimos dos cosas que nos pusieron las congojas de corbata: que más allá del Muro los sueños eran pesadillas y que más acá del Muro nos iban a dar bien por el culo. La primera línea de defensa, que eran los obreros armados con hoces y martillos, fueron barridos por el hipo huracano de Pepe Pótamo y quedamos inermes ante los amos. Cautivo y desarmado el sueño de una sociedad ya no comunista, sino simplemente escandinava, con reparto de riqueza y un Estado protector, los izquierdistas menos convencidos se pasaron al enemigo y los otros, seducidos por la publicidad, se convirtieron en “progres”. ¿Qué es un progre?: pues básicamente alguien que quiere follar con las progres. ¿Y qué es, entonces, una progre? Pues pasen y vean “Testament”. Ahí lo explican bastante bien. Desde luego, nada que ver con la izquierda combativa de nuestros mayores.

Cuenta la leyenda que Ione Belarra, en un descanso de su infatigable batalla contra los machistas, los micromachistas y los artículos determinados, se metió una vez con el dueño de Mercadona y colorín colorado este cuento se ha acabado. 



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Larry David. Temporada 7

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Yo también respeto la madera. Do you respect the wood? Desde que vi ese episodio de “Larry David” ya no poso las tazas o los vasos sin mirar. Soy un posador muy responsable. En mi casa da igual porque tengo una mesa de aglomerado peleón, pero en las ajenas, cuando me invitan, o en casa de mi madre, que tiene unos muebles de nogal valiosísimos, ya siempre coloco un posavasos improvisado: un libro, un cenicero, un trozo de papel. Larry David me ha influido. A veces para bien y muchas veces para mal. Se ha introducido en mi vida como el líder de una secta descojonante. Su ejemplo, su opinión, su torpeza social, me vienen una y otra vez a la cabeza. La serie vive en mí y yo vivo dentro de la serie.

Y no sólo por los cercos en la madera. Ayer, por ejemplo, en La Pedanía, me crucé con una persona con la que no me apetecía parar a charlar. Hace tiempo ya tal, pero ahora ya no. Hemos perdido el vínculo y en realidad no nos caíamos demasiado bien. Recordé -como hago siempre- que Larry David llama a estas situaciones incómodas un “parar y charlar”, y que hagas lo que hagas, detenerte o proseguir, la has cagado sin remedio. O fuerzas la conversación o quedas como un maleducado. Un lost-lost de manual. Larry nos enseñó que hay que dejarse guiar por el instinto y que salga el sol por Antequera, o por Hollywood. Que hay situaciones sociales irresolubles, trampas circulares de la civilización. 

Y más cosas: yo, como Larry, también pienso que llevar gafas de sol en interiores es una costumbre de gilipollas. Y que mirar fijamente al océano no produce ninguna revelación sustancial sobre la vida. También creo que hay hombres injustamente acusados de tener el pene pequeño cuando en realidad la culpa es de sus mujeres, que tienen la vagina demasiado grande. A veces pasa y conviene denunciarlo. Yo también prefiero que me roben cosas a que me roben tiempo, y también he conocido a mujeres yo-yó que he eliminado de la lista de la compra.

Si mi mujer acabara de llegar de un largo viaje pero sólo faltaran cuatro minutos para que terminara el partido del Madrid, yo también tendría serias dudas de a quién dirigir primero mi atención. Y así nos va, claro, a Larry y a mí.





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La mesita del comedor

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Quizá para sublimar el mal rollo y la desazón de la mirada, viendo la película recordé aquel libro de mesas para centro que Kramer presentaba en “Seinfeld” para descojono general de los espectadores. Porque el libro de Kramer, si desplegabas las solapas, se convertía él mismo en una mesa de centro ideal para posar el té con las pastas o el cafelito, o el cenicero de porcelana si la dueña de la casa transigía con los fumadores. Fue un momento mítico de la serie que venía muy al pelo para la ocasión. O quizá no, pero da igual.

Hoy mismo, 12 horas después de haber visto la película, un niño estaba dando po`l culo en una terraza de Ciudad Capital justo a mi lado Era un chaval como de ocho años, con gafas de sol en un día nublado, que le daba porrazos a la mesa mientras su padre -con una pinta de votante de Ciudadanos que tiraba para atrás- se reía de unas paridas que escupía su teléfono móvil último modelo. Algún meme del Perro, supongo... Yo trataba de mantener la concentración en mi lectura pero me resultaba imposible. El chaval no parecía exactamente un lerdo, pero estaba claro que de mayor también iba a ser un votante de derechas: ande yo caliente y jódase la gente. 

Pensé, de pronto, clavándole la mirada por si surgían en mi interior unos poderes de caballero Jedi que le ataran la lengua o le suspendieran la conciencia, que las mesas de centro infanticidas podrían utilizarse para impulsar una gran labor eugenésica patrocinada al mismo tiempo por la Unión Europea y la UNICEF. 

De hecho, en la película, todos los niños que asoman la jeta se dedican básicamente a dar por el culo. No a dar por el culo como haría un cura impune con ellos, sino a la segunda acepción del pecado nefando: molestar, llamar la atención, joder la marrana, llevar la contraria, La pobre criaturita decapitada aún tenía el beneficio de la duda, pero las demás...





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La tierra prometida

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Por alguna razón psicológica que desconozco -una incapacidad mía, desde luego, un módulo faltante, una vitamina no presente en mis neuronas- el maniqueísmo, en el cine, siempre me parece forzado y tontorrón. Me saca de la película y la convierte en un folletín de sobremesa. Sólo me creo a los malos muy malos en los cómics, o en la ciencia ficción, o en las pelis para niños. Me parece más verosímil el emperador Palpatine -con toda su maldad reconcentrada y desdentada- que el señorito (de) Schinkel que en “La tierra prometida” se dedica a escaldar siervos, violar criadas y asesinar a los trabajadores que le llevan la contraria.

La vida real está llena de hijos de puta que no tienen nada que envidiar al señorito (de) Schinkel, el dueño de los brezales improductivos de Jutlandia. Una cámara oculta que me enseñara el momento justo en el que Isabel Natividad exclamó “¡A tomar por el culo los viejos!” no me escandalizaría en absoluto. No me llevaría las manos a la cabeza para gritar “¡Cómo es posible!” o gilipolleces humanistas por el estilo. El mundo está lleno de sociópatas y de psicópatas y es mejor aceptarlo como es. Los hay que viven incluso por aquí, en La Pedanía, en la base de la pirámide social, perpetrando sus pequeñas atrocidades del día a día; otros, allá en las alturas donde todos los demás parecemos hormigas pisoteables, dirigen ejércitos o parlamentos y son capaces de tomar decisiones que pueden matar a miles de personas: suprimir un impuesto necesario, recortar un gasto social, transgredir una frontera.

El magistrado (de) Schinkel supongo que está inspirado en algún personajillo real de aquella época: algún aristocráta hijo de puta -¿hay alguno que no lo sea, con excepción del Marqués de Del Bosque?- que en la Dinamarca del siglo XVIII hacía lo que daba la gana con sus siervos. Nada que objetar. Lo leo en un libro y lo subrayo; lo veo en un documental y me lo creo; lo contemplo en “La tierra prometida” -arruinando una función que empezaba cojonudamente con un Mads Mikkelsen imperial- y me desentiendo hasta el bostezo. 





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Dos chicas a la fuga

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Ahora mismo, la comidilla entre la cinefilia más gafapasta es que el hermano listo de los Coen era finalmente Joel, y no Ethan, porque Ethan es el perpetrador de esta comedia sin gracia ni sustancia. “Dos chicas a la fuga” es una road movie al estilo Cohen que podría haber sido, qué sé yo, una de los hermanos Calatrava, o de los hermanos Cadaval, buscándole un dildo a Omaíta. Incluso las películas de los hermanos Farrelly, tan averiadas e imperfectas, tenían más chicha y argumentos para provocar.

También es verdad, como decía Chiquito de la Calzada, que una mala tarde la tiene cualquiera, y yo estoy por subrayar estas palabras juiciosas del maestro malacitano. Prefiero pensar que lo de Ethan Coen, en comandita con su señora, coescritora del guion y cómplice de sus soplapolleces, ha sido una tontuna pasajera y un divertimento casi familiar, de domingo por la tarde mientras llovía tras la ventana. Me niego a creer que Ethan Coen sea un mentecato permanente, el hermano tonto que siempre apareció junto al hermano listo en los títulos de crédito para que nadie pudiera distinguirlos. De hecho, en nuestra monarquía, tuvimos -y seguimos teniendo- una infanta de España que por mucho que apareciera junto a su hermana en los actos oficiales no tenía disimulo posible. Hay veces que ir con el listo -como cuando vas con el guapo- no sirve de disimulo, sino de trágico contraste.

“Dos chicas a la fuga” sería una suprema estupidez y no una estupidez a secas si sus protagonistas no fueran dos lesbianas guerrilleras y una de ellas no llevara la belleza prestada por los genes de Margaret Qualley. Toda la gracia del asunto reside en que son dos mujeres echadas p’alante que llevan su condición sexual sin ningún tipo de complejos, adentrándose en el territorio enemigo de los estados republicanos. Corre el año 2024 y no acabo de entender dónde está la provocación o la reivindicación. Los convencidos de la tolerancia ya comparecemos convencidos ante la pantalla, y los que no, los fachas recalcitrantes, ya no tienen cura posible. 




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