Morir para contar

🌟🌟🌟🌟


Geoffrey Miller -que es un psicólogo evolutivo al que yo sigo con mucha devoción- diría que meterse en estos fregados con una cámara al hombro a merced de las balas perdidas o de los tarados con un machete, es, lejos de parecer una locura, o una conducta inexplicable, una estrategia de selección sexual no muy distinta a la del campeón mundial de los 100 metros, o a la del último triunfador en el festival de Benidorm. Un salir a escena como cualquier otro. Otra manera -quizá paroxística, llevada hasta la frontera entre la vida y la muerte- de decir: aquí estoy yo, para que se vea que soy un hombre peculiar, o una mujer amazónica.

Los entrevistados, sin embargo, que han sobrevivido a varios conflictos armados de pura chiripa – unos porque la bala les pasó a escasos cinco centímetros y otros porque el coche no pisó la mina que sí pisó el de detrás- confiesan motivos muy variopintos para explicar lo que a cualquier espectador acomodado en el sofá, a muchos kilómetros de distancia de cualquier bombardero o balacera, le cuesta mucho comprender: ¿Qué pintan ahí? ¿Por qué arriesgan sus vidas? ¿Por qué hacen sufrir tanto a sus seres queridos: a sus esposas, a sus hijos, a sus maridos, que les esperan con los nervios destrozados en el mundo civilizado?

En el documental hay muchos que no aciertan a explicarse. Confiesan una especie de pulsión, de afán aventurero, que les sale de lo más profundo del genoma. Comparecer en mitad de una guerra para contarla es un impulso contra el que no pueden resistirse... Otros explican que así entienden mejor el mundo y que necesitan esa inmersión salvaje para constatar que aquí, en el pacífico occidente, somos unos quejicas privilegiados. 

Nadie llega a decir: es un trabajo como cualquier otro y además está muy bien pagado. Porque mentiría como un bellaco: ni es un trabajo normal, ni ofrecerse como diana se puede pagar con todo el oro del mundo.Está claro que es otra cosa; nada que ver con lo crematístico o con los premios internacionales de periodismo, que en el fondo, a la mayoría, se la soplan. Es algo más profundo, más salvaje... Digno de admiración, pero también con un punto de misterio inquietante.





Leer más...

Todo a la vez en todas partes

🌟🌟


Según la teoría de los multiversos, todo está a la vez en todas partes. Quiere decir que hay un universo en el que yo no escribo estos ejercicios cada mañana. Otro en el que esta película infumable jamás fue ideada ni producida. Otro en el que fue ideada y producida pero yo jamás llegué a verla. En ese universo -uno de los más tristes que vagan por el espacio- a mí no me gusta el cine y prefiero ver la Fórmula 1 y “La isla de los famosos”. Es casi tan triste como esos universos en los que yo ni siquiera existo.

Existe un universo en el que Carlo Ancelotti da oportunidades a los canteranos del Madrid para que descansen los titulares. Otro en el que Santiago Abascal se descubre finalmente como un reptiliano y se tiene que retirar de la política. Otro -más idílico aún- en el que yo me mudo a la isla de Faro después de haber ganado el premio Nobel de Literatura. Otro, un poco más miserable, en el que me he dado a la bebida y cada mañana hago cola en el comedor social para tomar mi sopa de sobre y mi pollo sin sustancia.

Hay un universo justiciero en el que Xavi Hernández es entrenador del Vitigudino C. F. y comprende que el fútbol es mucho más amplio que su Verdad Revelada. Hay, incluso, un universo en el que yo tengo una mesa de snooker propia, cojonuda, de 12 pies, en una casa coqueta del campo.

Existe un universo maravilloso en el que los perretes no se mueren a los catorce años, sino a los setenta, o a los ochenta, como nosotros, y así nos acompañan toda la vida. En ese universo solo lloramos una vez por su despedida. Por el contrario, existe otro universo tristón en el que los perretes no evolucionaron y no nos alegran cada mañana con sus lametones.

Existe un universo en el que es mi hijo quien abre restaurantes y se casa con Cristina Pedroche, y Daviz Muñoz quien le contempla a él desde un sofá de Moratalaz, aburrido y contando las monedas.

En un universo yo soy tan guapo como George Clooney; en otro, más feo que Picio. En uno de ellos -devastador- T. no existe. En otro, algo menos triste, T. existe pero no está conmigo. Quiero decir este universo en el que vivo podría ser mucho mejor, pero también mucho peor. 






Leer más...

Cuento de verano

🌟🌟🌟🌟


Léna, que es la chica rubia de la película, se pasa la vida espantando a los moscones. Ella asegura que es un fastidio ser tan guapa y tan maja. Ella querría viajar, expandirse, encontrarse a sí misma frente al sol, pero cuando no le proponen una fiesta en Dinard le invitan a una quedada en Saint-Malo o a una excursión por Saint-Lunaire. Así que al final se queda sin vida propia y no puede disfrutar a su antojo del verano. Un auténtico sinvivir. 

Ella se lo cuenta a Gaspard como un drama de la hostia, y hasta se pone a llorar a orillas del mar buscando su comprensión, pero es obvio que está encantada de ser la mujer deseada por todos y no alcanzada por nadie. La Gunilla von Bismarck imprescindible en cualquier sarao que se precie entre  la Normandía y la Bretaña.

Gaspard, por su parte, que vive enamorado de ella, está un poco hasta los cojones de sus rollos. Él sospecha que Léna le quiere, pero no mucho. El verano se agota y apenas se han visto un par de días intercalados. Es probable, incluso, por lo que se adivina en los diálogos, que todavía no se hayan acostado. Así que aprovechando una de sus ausencias, Gaspard le tira los tejos a Solène, que es otra chica muy acostumbrada a que turistas y nativos se pirren por sus huesos. El problema es que Solène es una chica decente que necesita un noviazgo como Dios manda para ceder al deseo de los hombres. Mal negocio cuando se trata de turistas como Gaspard, que van a pijo sacado, con el tiempo justo antes de volver a sus hogar.

Atrapado entre la indiferencia amorosa de Léna y la indiferencia sexual de Solène, Gaspard encontrará refugio en Margot, la camarera del restaurante, que es -ella sí- una chica más maja que las pesetas, o que los francos. El problema es que Margot ya tiene novio, y que espera virtuosamente su regreso de un viaje a la Polinesia. Así que solo puede ofrecerle su consuelo y su sexto sentido para destapar a las tontainas. La historia de Gaspard, en resumen, es la historia del cazador que apuntó a tres conejos a la vez y se quedó sin ninguno. Un drama inusual en el mundillo de la gente guapa, a la que Rohmer diseccionaba como nadie, tan fascinado por ellos como sus espectadores. 



Leer más...

Almas en pena de Inisherin

🌟🌟🌟🌟

Cuando se pueda, y cuando haya pelas, habrá que visitar Irlanda. Yo ya lo tenía más o menos claro, pero ahora lo tengo más claro todavía. No me quiero perder esos paisajes. Irlanda debe de ser el Paraíso Terrenal, que lo reubicaron más al Norte. Y que le den por el culo al a Mediterráneo. A ese cocedero de langostas. 

Ya vivía enamorado de Irlanda -o de la idea de Irlanda- desde que vi “El hombre tranquilo”. Tenía una cita pendiente en Innisfree para hacer el recorrido de los cinéfilos. No sé lo que allí será verdad o será mentira, porque de los turistas se ríen en cualquier lado, pero me va a dar un poco igual. Será como en el cine, que te engañan, pero todo te parece maravilloso. Ahora, después de ver “Almas en pena de Inisherin”, tengo otra cita pendiente con estos acantilados que no sé muy bien si pertenecen a Inishmore o a la isa de Achill. IMDB no aclara muy bien este asunto. Pero no será difícil encontrarlos. Como todo queda en las islas del oeste, allá donde rompe el océano Atlántico con sus bramidos, será cuestión de desempolvar otra vez el inglés del bachillerato. Lo malo va a ser si me responden con este acentorro que se gastan en la película, a medio camino del gaélico.

Luego llegas allí y nada es como lo pintan. Eso es verdad. Con eso ya contamos. Habrá manadas de turistas, y de moteros, y de gente dando por el culo en general. Y no podremos quejarnos porque nosotros seremos parte del rebaño. Habrá, eso seguro, españoles dando voces en los acantilados, y en los recodos del camino. No faltan en ningún lado por mucha crisis que tengamos. Pero no estoy dispuesto a que me jodan la experiencia. Yo quiero ver el verde, y el mar, y el cielo encapotado. Hay quien dice que Irlanda es como Asturias. Que lo mismo te da Llanes que estos parajes y además te ahorras unas pelas. Pero es la cosa cinéfila, leñe, el homenaje, el irte lejos para presumir un poco de viajado. La cosa pequeñoburguesa.

La peli en sí no tiene ni pies ni cabeza, pero me entretiene de un modo peculiar. Farrell y Gleeson sostienen un argumento insostenible. Supongo que esa amistad rota es una metáfora de las dos Irlandas enfrentadas. Mucha simbología me parece.





Leer más...

The thick of it. Temporada 3

🌟🌟🌟🌟🌟

De la lista de todos los hombres que nunca seré pero me gustaría haber sido, hay uno cuya pérdida me jode especialmente. Es el personaje de Peter Capaldi en “The thick of it”: Malcolm Tucker, el perro guardián del Primer Ministro británico. 

Y eso que el pobre tiene que acabar desquiciado cuando termina la jornada laboral. Lo suyo es un continuo ladrar, dar órdenes, deshacer entuertos... Un puro sinvivir. Cada vez que un ministro inepto o un funcionario estúpido -y “The thick of it”, como en la vida real, está lleno de ellos- comete un error y hace tambalear los cimientos del gobierno, Malcolm comparece en su despacho cagando hostias para corregir el desaguisado. Lo de “cagando hostias” no lo digo yo, sino el mismo Malcolm, que es así de peculiar y malhablado.

Pero yo no le envidio por su eficacia, ni por su delgadez cincuentona. Ni siquiera por el uso espléndido que hace del lenguaje más soez y ofensivo. Yo envidio a Malcolm Tucker porque siempre tiene en ls labios la respuesta exacta, el argumento preciso. Su inteligencia es brillante y abrumadora. Recuerdo que una vez, en una de esas conversaciones frívolas en las que eliges un superpoder por encima de los demás, yo elegí precisamente ése: la facultad de soltar en cada momento la frase exacta, el argumento irrebatible, el chiste definitivo. No para quedar como un campeón -que también- sino para no sufrir ese malestar que tanto incomodaba a George Costanza en “Seinfeld”: pasarte todo el día dando vueltas a la réplica para encontrarla siete u ocho horas después, ya en mitad de la nada improductiva.

Por lo demás, “The thick of it” sigue siendo esa serie indispensable que al parecer solo hemos visto dos fulanos en 500 kilómetros a la redonda: el buen samaritano que la ha vertido -incompleta- a la red y yo mismo, que recojo sus despojos con mi caña de pescar. Me gustaría pensar que este fulano y yo somos dos personas tan especiales que solo a nosotros se nos ha concedido el privilegio de encontrar esta perla y disfrutarla. Se trata de una serie perdida por las plataformas, inencontrable en DVD, desconocida en cualquier tertulia de los bares... Pero supongo que esta fantasía solo es un engreimiento de cultureta. Habrá más seguidores por ahí, me imagino. Así que si alguien la ha visto, y comparece por aquí, me encantaría diseccionarla un poquitín y no sentirme tan solo ante la pantalla.





Leer más...

Voy a pasármelo bien

 🌟🌟🌟

En el recuerdo yo tenía a los Hombres G por unos pijos insufribles, ¿En qué se parece un Volkswagen Golf a un preservativo?: en que los dos llevan el pijo dentro. Era un chiste de la época... 

En la película, sin embargo, nos recuerdan que David Summers quería asesinar al niño pijo que le había robado a su novia. Aquel mamón del “Ford Fiesta blanco y un jersey amarillo”. Así que no sé. Puede que yo esté equivocado. Han pasado tantos años desde aquella movida... Casi tantos como media vida. 

En los títulos de crédito aparecen los Hombres G cantando “Voy a pasármelo bien” -rodeados de la chavalería que actúa en la película- y se nota mucho que David Summers está usando la guitarra, amen de para tocar las notas necesarias, para ocultar una barriga impropia de quien fue el ídolo de las nenas y la envidia de los mancebos.

Debe de ser eso, ahora que lo pienso: que yo les tenía mucha envidia por lo mucho que follaban, siendo como eran unos músicos más bien básicos, y unas megaestrellas más bien del tipo tolai. Que los de Radio Futura se pusieran de follar hasta las botas pues mira, se lo ganaban con su talento. Un guitarreo de Enrique Sierra y una letra de Santiago Auserón se merecían cualquier jolgorio que las muchachas les propusieran. O los muchachos, da igual. Pero los Hombres G...

La casualidad ha querido que esta mañana yo descubriera por azar a los Smushing Pumpkies en un programa de la radio (sí, lo sé, es lamentable). Ellos son, en la traducción, los “machacadores de calabazas”, esas que yo cultivaba en mi jardín mientras los Hombres G no daban abasto.

(Por cierto: ver a esa chavalada de la pelicula coreando algunos versos de “Voy a pasármelo bien” puede herir la sensibilidad de las maestras de Primaria y etapas aledañas. Yo aviso por si acaso)

“Porque voy a convertirme en hombre-lobo,

me he jurado a mí mismo que no dormiré solo.

Porque hoy, de hoy no pasas,

y voy a pasármelo bien.

Voy a cogerme un pedo de los que hacen afición,

me iré arrastrando a casa con la sonrisa puesta.”




Leer más...

Californication. Temporada 4

 🌟🌟🌟🌟


Yo no sabía que Californication, antes de ser una serie de la tele, fue una canción de los Red Hot Chili Peppers. Me lo dijo el otro día T., que tiene una cultura musical abrumadora. 

Mientras ella me cita varias canciones de este grupo de descamisados, yo apenas consigo situarlos en la línea del tiempo. Esto es porque en la juventud, mientras yo me dejaba la miopía en los libros y los dineros en el  Canal +, ella escuchaba los discos molones, y acudía a los conciertos, e incluso tocaba la batería en un grupo cañero de su tierra. Ella vivía la vida de ahí fuera mientras yo vivía la vida de aquí dentro, hasta que un día nos conocimos en el dintel de la puerta, ella buscando una vida más doméstica y yo buscando una vida más salvaje.

Un día, en el coche, T. me preguntó por mi músico preferido, y yo, ajustándome el puente de las gafotas, no mentiroso, pero sí un poco pedante, porque le podría haber respondido cualquier cosa menos camerística, le respondí que Schubert. Y ya digo que era verdad, porque con el tío Franz y sus colegas del clasicismo yo me he pasado media vida leyendo los libros y paseando por los montes. Ella sonrió incrédula, frunció los labios como imitando el gesto finolis de un lord, y luego, calcando mi voz de cardenal pontificio, repitió varias veces. “¡Me mola Schubert, me mola Schubert...!” Ahora, cuando me pregunta por estas cosas, siempre le respondo que Santiago Auserón para salir del paso y no quedar como un gilipollas.

De todos modos, la Californication de los Red No Sé Qué tiene una letra muy críptica que no sé cómo relacionar con las andanzas de Hank Moody por la otra Californication. Es lo que tienen las canciones compuestas entre un tirito de coca, un porro de maría y un chute de heroína: que te sale un mejunje mental que lo mismo quiere decir una cosa que la contraria. Digamos que ambas Californias hablan de pornografías blandas, sueños defectuosos y paraísos perdidos. También hablan -y quizá vayan por ahí los tiros- de amores verdaderos, que son tan raros como los unicornios, aunque a veces la naturaleza, tan generosa, ponga un cuerno postizo en los caballos.




Leer más...

Top Gun: Maverick

🌟🌟🌟


No pasan los años por Pete Mitchel, el Maverick. Ahí sigue flipando con sus Rayban, con su chupa, con su pelo inmaculado. Con sus andares de chulopiscinas. Es verdad que en el plano corto se le adivina alguna arruga, alguna tirantez en la piel, pero Maverick va demasiado rápido por la vida para que te fijes en esas cosas. Sigue siendo el más intrépido con la moto y el más escurridizo con el caza de combate. Y el que más liga, de lejos, en la cantina militar. Cuando era un niñato se tiraba a todas las niñatas de California, pero ahora, con la edad, ha ampliado su espectro a las divorciadas de buen ver. Hasta Jennifer Connelly, que ya es decir, se pirra por sus huesos de australopiteco. Lo digo sin ofender: ya en la primera película, cuando combatía al comunismo internacional, Maverick era un retaco como nuestros antepasados de la sabana; así que ahora, para su suerte, no se le nota tanto el encorvamiento de la edad. 

Desde 1986 han pasado varios Mavericks por mi vida y ninguno ha dejado gran huella que se diga. Había un tolai en nuestro instituto al que apodábamos “Maverick” porque se parecía mucho a Tom Cruise Tenía la misma sonrisa ahostiable y la misma prepotencia innata. Ya no recuerdo su nombre verdadero, que sería Javier, o Manolo, como todo hijo de vecino. Cada día aparecía por las inmediaciones con una novia diferente y le envidiábamos a dolor, casi sanguinariamente. Luego vino el Maverick de Mel Gibson, que era el truhan de las cartas, y Maverick Viñales, que hacía room-room con la moto, y los Dallas Mavericks, que entonces tenían a Dirk Nowitzki y ahora tienen a "Locura" Doncic. Ellos son los únicos Mavericks que me han conmovido en el sofá...

“Top Gun: Maverick” no me ha conmovido ni la punta del pijo. Ni siquiera cuando sale Val Kilmer arrancándose las palabras. La película es otra oda a estos sicarios de los neocons. El espectáculo aéreo es la hostia, no digo que no, pero jamás pierdo de vista el trasfondo del asunto. Estos aviadores molones llevan varias décadas bombardeando dictaduras espeluznantes, pero también democracias que molestan, sueños de emancipación y proyectos de bienestar. 


Leer más...