Los amos del aire

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No es solo que sean valientes, compasivos, americanos de pura cepa... Es que además son muy guapos, los jodidos. Ellos, a diferencia de los malos, no bombardean sin mirar, no fusilan al tuntún, no violan a las aldeanas. Los aviadores del 100ª Grupo son los ángeles de la guerra. Solo con eso, y con jugarse la vida a los mandos del aparato, ya serían los reyes del folleteo en la base militar. Pero es que además tienen planta, maneras, sex appeal... Caminan como cowboys y sonríen como estrellas de Hollywood. Esa mezcla de olores entre el Varon Dandy y el residuo de queroseno tiene que ser irresistible. Son los Don Draper del aire. Los putos amos del aire. 

Digo los actores, claro, porque al final del último capítulo, cuando comparan la foto del actor con la persona real que luchó en la guerra, te das cuenta de que aquellos pilotos pertenecieron a otra generación menos afortunada. En lo fenotípico, digo. La Gran Depresión los crio medio raquíticos o cabezones, sin yogures desnatados ni cereales enriquecidos. Algunos son guapetes, sí, pero con un deje de mustiedad. Podrían pasar el casting para una película que hablara de nuestra propia posguerra. Salen fotos de cuando se casaron con sus mujeres -casi todas conquistadas en Europa en plena fiebre del combate- y ves que ellas tampoco son muy guapas, chicas del montón aunque con un brillo inteligente en la mirada. Fue una generación muy doliente y resabiada.

Quiero decir que en “Los amos del aire” se han pasado cantidubi con el casting y eso inhibe mucho las emociones. Empatizas, pero no simpatizas (¿o es al revés?). Te chirrían las neuronas espejo. Se te van los ojos en los combates aéreos y en la resolución final de los destinos en suspenso. Apple TV se ha gastado una pasta gansa en un producto que no sé cuántas personas verán en realidad. Creo que en España tienen cuatro abonados y medio y yo no soy uno de ellos. Pero entre medias, digo, todo te da un poco igual: conversaciones inanes y machirulas entre fuckers con uniforme. El mundo ajeno e inalcanzable de las hombrías verdaderas. 




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Desconocidos

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En los Maristas tuvimos un compañero de clase que también perdió a sus padres con 12 años, y en un accidente de automóvil. como el protagonista de “Desconocidos”. Sucedió en la famosa curva de la N-630 donde luego se mató un médico muy afamado de León. Y no fueron los únicos: la curva tenía un apodo muy tétrico que ahora mismo no recuerdo. Siempre había flores frescas en la cuneta a modo de homenaje. No sé si en Inglaterra también tienen esa costumbre que te pone los huevos de corbata cuando pasas en bicicleta. 

El nombre de mi compañero tampoco lo recuerdo. Es mentira que con la edad recuerdes con más claridad los tiempos escolares. El chaval era bajito, rubio, atildado, con una voz apenas arrugada por las hormonas. Es como si el trauma le hubiera aplazado el desarrollo. Se fue a la universidad como si nunca hubiera pasado por el bachillerato. No jugaba a ningún deporte, no participaba en conversaciones obscenas, no se metía con los curas cuando conseguíamos una distancia de seguridad. Pero tampoco parecía un prosélito de los cristianos, un futuro marista que ya hubieran captado los ojeadores, siempre a la caza de voluntades débiles y de culitos apretados. Nuestro compañero, simplemente, era rarito, amable, muy poco comunicativo. 

Me he pasado todo la película tratando de rescatar su nombre... Me viene Luis, pero no era Luis. Hacía, no sé, treinta y tantos años que no me detenía en su recuerdo. Pero es como si “Desconocidos” narrara un poco su vida de después. Porque, además, estábamos convencidos de que X era gay, o algo gay, “con tendencias”, como decíamos entonces. Eran otros tiempos, sí, pero no tan hirientes como se dice por ahí. Es verdad que usábamos un lenguaje inadecuado, pero por dentro nos daba todo igual. Leyendo “El Jueves” y viendo películas aprendimos, sin que nadie nos enseñara, que allá cada cual con su verga y con sus predilecciones de frotamiento. Es verdad que usábamos mucho la palabra “maricón”, en plan rastrero y ofensivo, pero sólo si el tipo nos caía muy mal. Y éste no era el caso.



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Robot Dreams

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“Robot Dreams” cuenta la historia de amor entre un animal antromorfo y un robot de compañía que venden en Ikea. Es una pena que la película esté dirigida al “público familiar” porque aquí había mandanga de la buena. De haber sido más explícita nos hubiera obligado a añadir dos letras a la retahíla LGTBIQ...: la P de los perretes y la R de los robots enamorados.

Es obvio, aunque no se muestre, que los robots de la película son muñecos sexuales y que los perretes que los compran están hartos de hacerse pajas en la madrugada. “Robot Dreams” es la versión Walt Disney de “Tamaño natural”... Y lo entendemos, claro, porque una propuesta sin edulcorantes hubiera fracasado en taquilla y no habría optado al premio Oscar de Hollyvood. (Por cierto: los medios de comunicación dan tanto la matraca cuando una película española opta al galardón que uno, sin quererlo, le coge manía sin haberla visto, seguro de que sus rivales son mucho mejores y de que aquí hacemos patriotismo incluso con la mierda de nuestros culos. Tienen que pasar varios meses antes de que se te deshiele el resquemor y descubrir que, a veces, tras las soflamas y las banderas al viento, había una buena película de verdad).

Hace años que Ana Botella ya sólo ve las películas que pasan por 13 TV y los bodrios lacrimógenos que rueda el converso de José Luis. Pero si viera “Robot Dreams” en compañía de sus nietos -o de sus bisnietos, ya no sé, porque estas familias consagradas a Cristo siguen procreando como si vivieran en madrigueras- doña Ana sería tan imbécil del culo que no se coscaría de la aberración sexual que aquí vemos todos menos ella. 

Cuando se aprobó el matrimonio homosexual, doña Café con Leche llegó a vaticinar que algún día los socialcomunistas nos “obligarían” a yacer sexualmente con nuestras mascotas. Ya no peras con peras, sino manzanas con tornillos. Parecía muy imaginativa, Mrs. Ánsar, aparte de muy facha, pero no le da la cabeza para imaginar que en Nueva York, antes de que los enemigos de Jesús derribaran las Torres Gemelas, nuestras mascotas pudieran desfogarse con unos robots muy complacientes que vinieron del futuro. 




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O corno

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“Curas, guardias, chorizos y otras gentes de mal vivir”: en aquella portada del Makinavaja salían un obispo orondo y un picoleto con cara de mostrenco, y Maki y Popeye en representación de los chorizos. ¿Hemos avanzado algo en estos últimos treinta años? Pues sí, la verdad, un poco. Los curas van desapareciendo poco a poco del escosistema, los picoletos saludan y dicen buenos días cuando te interceptan en la carretera y los chorizos ya no te navajean en las esquinas sino que te atracan a través de las comisiones bancarias y de las subidas de los precios. 

Pero en 1971, en los tiempos de “O corno”, los curas mandaban mucho en España. De hecho, eran los amos del país. Incluso los tecnócratas que se ocupan de lo económico pertenecían al Opus Dei y a sectas parecidas. Franco no era más que un muñeco sanguinario – el “Chucky del Ferrol”- al que un arzobispo manejaba con la mano metida por su culo. España, en 1971, era una teocracía iraní con ayatolás bien afeitados que llevaban un pin de Jesucristo en la solapa. Nada que envidiar. 

La gente, acogotada por el catecismo, andaba bien jodida en lo sexual. Es decir: mal jodida. Se follaba poco, y mal, y a escondidas, y con consecuencias devastadoras para las mujeres en caso de embarazo no deseado. En caso de tal, las hijas de los hijos de puta volaban a Londres y de paso compraban unos cuantos discos que por aquí no se encontraban. Pero las hijas de los pobres se veían abocadas a la percha o a la “medicina tradicional” de las curanderas. España era como Rumanía en la película aquella... Tampoco nada que envidiar. Un medievo con suecas en Benidorm.

En esto del aborto, la verdad, tampoco hemos avanzado gran cosa. Ahora es legal, pero según donde vivas es impracticable en muchos kilómetros a la redonda. Y no siempre gratuito si te van cerrando las puertas en las narices. Es una puta vergüenza. Los médicos carcas aún siguen mandando lo suyo. De hecho, han heredado la moral de los ayatolás. Los fachas, como la vida, siempre se abren camino.

¿Y la película?: pues un rollo. La enésima producción española ensalzada por la crítica porque “hay que hacer industria”. Yo lo entiendo, pero es un engaño al espectador. "O corno" es, como mucho, una curiosidad. Menos mal que ahora, gracias a internet, también opinamos los hijos de la portera. Y de la partera.




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Creatura

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¿Una película valiente? ¿Por qué? ¿Porque sale una mujer masturbándose en riguroso directo? No sé... estamos en el año 2024. Si nos atenemos a ese criterio, el Pornhub está lleno de gente valiente que filma sus autosatisfacciones. Un comando de kamikazes, vamos. "Creatura" no es la primera película "respetable" que muestra a una mujer con un dedo bajo las bragas. Menuda tontería de meritocracia.

¿Una película atrevida? ¿Por qué? ¿Porque sale una pareja hablando de sus cosas sexuales, que si ponte tú encima o no me toques de esa manera? Insisto: estamos en el año 2024. Lo raro es lo contrario. Ya no tiene ningún mérito cinematográfico ni humanístico. La educación sexual en los institutos -quien la tuvo- no sirvió para nada porque todo el mundo iba a descojonarse, a reírse del ponente, pero la educación sexual de la vida sí nos ha enseñado a dialogar y a capear los egoísmos. Una pareja sentada al borde de la cama -y no ejercitándose sobre ella- también forma parte de nuestra educación sentimental.

Entonces, ¿por qué tanta alabanza, tanto adjetivo, tanto aplauso casi unánime de la crítica? “Creatura” es aburrida como una paja sin deseo. Chas-chás y a otra cosa, mariposa. La otra película de Elena Martín, “Júlia ist”, era bastante mejor. Arrojaba más luz sobre el universo femenino. Tenía más enjundia sin resultar tan psicoanalítica. 

“Creatura” no explica nada. El misterio de la sexualidad intermitente y caprichosa de Mila nunca se desvela. O a lo mejor se trataba de eso, de no desevlar. También entiendo que rodar una película sobre el deseo masculino es una suprema tontería. Nuestro deseo es lineal, constante, previsible. Es una ecuación de primer grado. Nos apetece siempre y a todas horas, como un “Seven eleven” abierto 24 horas. Entre y sírvase. El deseo femenino, en cambio, es un mandala, un fractal, un barroquismo de volverse uno tarumba. Y “Creatura”, en eso, nos deja como estábamos. Es más: lo deja todo más oscuro todavía. Un tocamiento subrepticio.





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Larry David. Temporada 4

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Larry David me cae de puta madre aunque sea millonario. El día que los soviets de California tomen el Palacio de Invierno y los palacetes de verano, yo intercederé por él ante mis camaradas. Porque Larry se ha currado su vidorra de verdad. Se la merece. Él no es un empresario al uso, un cerdo capitalista con sombrero de copa y habano Montecristo. No es un hijo de puta que ha amasado su fortuna explotando a los trabajadores. No se merece picar piedra en el desierto de Mojave. 

Larry es un tipo legal, ingenioso, mi superhéroe del humor. El espejo cachondo en el que me veo reflejado. A Larry se le ocurrió una idea genial, la compartió con Jerry Seinfeld y juntos crearon la mejor telecomedia de todos los tiempos. Ése es todo su pecado. Todos los dólares que le lluevan encima son pocos. Cuando a los demás ricachones los expoliemos, a él le dejaremos tranquilo en su chalet viendo los deportes por la tele.

Porque, además, si yo fuera millonario, sería como él. “If I were a rich man...” En cierto modo él es un quintacolumnista del proletariado. Un millonario sin alma de ricachón. Él va que chuta con una camiseta y un pantalón prêt-à-porter. Sólo se viste de etiqueta cuando su esposa se lo pide o cuando tiene que venderle un nuevo proyecto a la HBO o a la NBC. Yo eso lo entiendo. La vida te demanda cosas, te exige sacrificios para follar o para agradar a tus superiores. Yo también tengo ropa medio sofisticada en el armario para las grandes ocasiones... Es verdad que mis amantes me obligaron a comprarla, pero la tengo.

Larry prefiere un hot dog en el estadido de béisbol a un plato sofisticado en el restaurante más pijotero. Ya digo que es un poco como yo, que también prefiero un buen kebab a una “experiencia” en el "Diverxo" de los cojones. Y si yo estuviera forrado como él también jugaría al golf los domingos por la mañana. No se lo echo en cara. Me flipa ese deporte. Es la mezcla ideal entre el paseo campestre y el ejercicio de precisión, y de templanza. Me pasaría horas en los campos, aprendiendo, disfrutando, jugando a ser el clasista asqueroso que no soy. Espiando desde dentro a esa gentuza.




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¿Qué me pasa, doctor?

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Mientras los coches se perseguían sin tregua por las calles de San Francisco me puse a recordar las películas ambientadas en la ciudad y me salían unas cuantas: “Vértigo”, “Bullitt”, “Mi nombre es Harvey Milk”, “El origen del planeta de los simios”... Y “Las calles de San Francisco”, claro, que no era una película, pero sí una serie de mi infancia.

Si sumara todas las horas de mi vida que he pasado en San Francisco -sin contar los partidos de los Golden State Warriors jugando como locales- casi me sale un día entero haciendo turismo por sus cuestas empinadas y sus calles que de pronto desembocan en el mar.

En la puta locura de esta película también me acordé mucho de Carlos Pumares, pobrecito, cuando un día abroncó a un oyente por decir que Barbra Streisand, además de cantar como los ángeles, le parecía muy guapa. 

- Cantar, canta como Dios -le dijo Pumares-. ¿Pero guapa? ¡Pero si es bizca! ¡Y tiene una nariz kilométrica! ¿Guapa, la Streisand...? Hombre, por Dios... ¿Usted se ha fijado bien? Pero eso sí: despertarse a su lado mientras te canta al oído yo lo firmo. Eso sí. ¿Pero guapa...?

Y me acordé de esto porque en “¿Qué me pasa, doctor?” Barbra Streisand está realmente guapa: bizca, sí, y narizona, porque eso viene de natura, pero guapa. Un fifty/fifty entre Pumares y su oyente. También es verdad que Barbra tenía entonces treinta años y eso ayuda mucho a la guapura. Pero está luminosa, simpática, brillante... No le hace falta cantar para que tiemble el pajarillo en nuestros corazones.

De todos modos, yo había venido aquí para hacerle un homenaje a Ryan O’Neal -que salió este año contra su voluntad en el In Memoriam de los Oscar- y me encontré, casi sin quererlo, con una comedia que aguanta cojonudamente el paso del tiempo. Otros clásicos se te caen de los párpados o te resbalan por las meninges, pero éste no. La fórmula chico busca chica -en este caso es al revés- seguirá funcionando hasta el fin de los tiempos evolutivos. 


Diálogo para el recuerdo: 

Barbra: Amor significa no tener que decir nunca lo siento.

Ryan (precisamente Ryan): Eso es lo más tonto que he oído nunca.





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Agente contrainteligente

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Caca, culo, pedo, pis... y semen. Así es el humor de Sacha Baron Cohen. Leche, cacao, avellanas y azúcar: nocilla. Una escatología muy completa y nutritiva. Y si luego mezclas los ingredientes con una sátira política que también es para mearse de la risa, o para cagarse por la pata abajo -incluso para correrse del gusto con un golpe de barriga- ya tienes una película tan divertida como “Agente contrainteligente”: la versión loca de Borat haciéndose pasar por 007.

Sacha Baron Cohen podría enviarnos el mismo mensaje social haciendo películas al estilo de su compatriota Ken Loach, cojonudas pero tristes, circunspectas y trágicas. Pero él prefiere camuflar la medicina en un excipiente más jovial y guarrindongo. Y en vez de por la boca, metérnosla por el culo, a manera de supositorio. Quiero decir que Sacha es un cerdo cavernícola solo en apariencia, porque por debajo hay un tipo muy serio que conoce los males del mundo y propone maneras inservibles pero muy divertidas de acabar con los hijos de puta.

Yo, al menos, que crecí en la barriada, en los bajos fondos de León, me mondo con sus muy marranas ocurrencias. Sucede, además, que el bueno de Sacha tiene una manera muy retorcida de estirar los chistes que él sabe más ofensivos para las beatas y las maestras de escuela. Y eso es oro puro... No solo les mete el dedo en el ojo y el pene en las meninges, sino que además los retuerce con una saña malévola. Es mi puto ídolo. Un genio. Un provocador maravilloso. 

Las maestras de mi colegio -las maestras del ancho mundo en general- se desmayarían viendo los gags más pervertidos de “Agente contrainteligente”. Vomitarían la cena, o quedarían traumatizadas, o lanzarían una campaña de quejas en internet. Me imagino sus reacciones en el sofá y mi carcajada se multiplica por dos o por cien. Gracias, de verdad, amigo Sacha.





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