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Los amos del aire

🌟🌟🌟

No es solo que sean valientes, compasivos, americanos de pura cepa... Es que además son muy guapos, los jodidos. Ellos, a diferencia de los malos, no bombardean sin mirar, no fusilan al tuntún, no violan a las aldeanas. Los aviadores del 100ª Grupo son los ángeles de la guerra. Solo con eso, y con jugarse la vida a los mandos del aparato, ya serían los reyes del folleteo en la base militar. Pero es que además tienen planta, maneras, sex appeal... Caminan como cowboys y sonríen como estrellas de Hollywood. Esa mezcla de olores entre el Varon Dandy y el residuo de queroseno tiene que ser irresistible. Son los Don Draper del aire. Los putos amos del aire. 

Digo los actores, claro, porque al final del último capítulo, cuando comparan la foto del actor con la persona real que luchó en la guerra, te das cuenta de que aquellos pilotos pertenecieron a otra generación menos afortunada. En lo fenotípico, digo. La Gran Depresión los crio medio raquíticos o cabezones, sin yogures desnatados ni cereales enriquecidos. Algunos son guapetes, sí, pero con un deje de mustiedad. Podrían pasar el casting para una película que hablara de nuestra propia posguerra. Salen fotos de cuando se casaron con sus mujeres -casi todas conquistadas en Europa en plena fiebre del combate- y ves que ellas tampoco son muy guapas, chicas del montón aunque con un brillo inteligente en la mirada. Fue una generación muy doliente y resabiada.

Quiero decir que en “Los amos del aire” se han pasado cantidubi con el casting y eso inhibe mucho las emociones. Empatizas, pero no simpatizas (¿o es al revés?). Te chirrían las neuronas espejo. Se te van los ojos en los combates aéreos y en la resolución final de los destinos en suspenso. Apple TV se ha gastado una pasta gansa en un producto que no sé cuántas personas verán en realidad. Creo que en España tienen cuatro abonados y medio y yo no soy uno de ellos. Pero entre medias, digo, todo te da un poco igual: conversaciones inanes y machirulas entre fuckers con uniforme. El mundo ajeno e inalcanzable de las hombrías verdaderas. 




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Elvis

🌟🌟🌟🌟


T. y yo nos pusimos a ver “Elvis” sin que en realidad nos interesara demasiado la figura de Elvis Presley. T. porque siempre fue una roquera que prefiere a tipos inquietantes que hacen ruido de cojones, y yo porque nací lejos de Tennessee y el duende del rockabilly pasó de largo por mi cuna de bebé. Pero al final, enfrentados a la decisión binaria, nos pudo la cinefilia y la curiosidad, que son dos fuerzas muy poderosas que terminan por atornillar nuestros culos a los sofás.

En la primera hora de película, nuestros culos se quedaron así, más bien estáticos, acomodados a los valles y montañas del relleno removido. Baz Luhrmann asesina todos sus planos cuando apenas tienen cinco segundos de vida, e incluso menos, y el ritmo le sale frenético y muy marca de la casa. Pero Elvis, en esos compases iniciales, todavía no es el Elvis desatado que se pone ciego a pastillas y lo da todo sobre el escenario. Todavía no es Homer Simpson al volante del su camión, tomando pastillas para no dormirse y píldoras para coger un rato el sueñecito. En esta primera parte de la película, la estrella de la función es su representante, el “Coronel” Tom Parker, al que han puesto nariz de buitre pero cara de Tom Hanks para jugar un poco al despiste. Y el resultado es inquietante...

T. y yo asistíamos a la función interesados pero no seducidos. Si cambiábamos de postura era porque nos crujían las cervicales, o porque no encontrábamos acomodo para las piernas. Nada que dependiera de lo que íbamos viendo sobre la pantalla. Pero cuando Elvis ya se viste de Elvis sobre el escenario de Las Vegas, los cuatro pies empezaron a moverse, y las dos piernas a buscar soluciones musicales, y al pronto nuestras pelvis  ya se descubrieron entregadas a la causa, independizadas de nuestro previo desinterés. Porque la música se nos pegaba, y el ritmo se imponía, y Elvis -atrapado en su jaula de oro- empezaba a conmovernos. La película pasa de puntillas sobre sus muchos pecados capitales y eso también ayuda a empatizar con el personaje.




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