No hay que ser muy listo
para deducir que este reino sin nombre -el que estos cortesanos de traje y
corbata esquilman para irse de yates con las esposas y de putas con los
compadres- es el reino de Valencia que los camps y los zapalanas saquearon hasta dejar sólo las telarañas y dos gorritas amarillas de cuando
recibieron al Papa emocionados. Y dos tornillos que se cayeron de los Fórmula 1
cuando quemaban goma por el circuito de la ciudad.
Para que el homenaje a la
tierra valenciana no quede tan evidente, Rodrigo Sorogoyen rodó algunos
exteriores en Madrid para hacer más universal el concepto de corrupción. Más
transautonómico, digamos. Y luego, ya para esparcir la mierda en plan urbi et
urbi, le puso a la jefa de los golfos apandadores -“La Ceballos”- un acento andaluz
que disimulara su inquietante parecido con doña Rita, aquella chumadora que
ponía orden y disciplina en estos latrocinios que asolaron los telediarios.
De este modo, el público de derechas también sale reconfortado de ver “El reino”,
y puede contarle a las amistades que “los andaluces también robaban”, los EREs
y tal, que lo han dicho en la película, y que la corrupción es una cosa de
todos los partidos políticos, de todos, y que ya está bien de señalar siempre a
los mismos.
No se salva ni Dios, en “El reino”. Poque no hay dios que pueda perdonar a todos estos atracadores: ni a los contumaces ni a los arrepentidos. Así se titulaba, justamente, otra película de Rodrigo Sorogoyen. Yo, en eso, estoy con el personaje de Bárbara Lennie imitando a Ana Pastor: ¡y una mierda!, los actos de contrición. Que le corten la cabeza igual al hijoputa este. Y que devuelva lo robado. Lo triste es que tampoco hay dios que pueda perdonar a los periodistas “incisivos” como ella. Cómo se puede ser tan lista, tan valiente, tan “independiente”, y no saber que el dueño que te paga está puesto ahí, precisamente, para proteger a los más altos saqueadores del reino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario