Blonde

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“Blonde” es una película muy aburrida. Y que conste que venía advertido. Pero me podía la curiosidad. La figura de Marilyn -vamos a ser sinceros- sigue siendo puro morbo y puro fuego. 

Ayer me quedé dormido a la hora de la siesta, cuando ya llevábamos media hora de experimento fílmico. Y por la noche, en el segundo asalto a la trinchera, volví a quedarme dormido con Eddie pegadito a mi costado. No hay caso. He firmado el armisticio y he dejado esta guerra a medio terminar. Ya está uno hasta las narices -con perdón- de experimentos fílmicos. Y además son malos tiempos para dejarse las horas con lo que no llena, con lo que no entusiasma. Hay mucho que ver. Ya hay tantas plataformas televisivas como plataformas petrolíferas.

Los del Cahiers du Cinéma dicen de películas como “Blonde” que son “otras formas de narrar”, “visiones del artista”, “innovaciones de la mirada subjetiva...". Cine que rompe los esquemas y todo eso. Bah... Patrañas. Memeces. Dicen eso para quedar muy intelectuales, muy cercanos al misterio. Se creen sacerdotes más próximos a la Verdad que usted y que yo. Pero son unos fariseos, unos sepulcros blanqueados. Por dentro seguro que también reniegan, que también se hacen cruces. Pero no lo pueden remediar: cuando ven una película rara, como rodada por Godard, con cambios de formato porque sí y cambios de color por mis cojones, descubren una oportunidad de oro para salirse por la tangente y declarar que ellos han visto a Dios en la penumbra del cine o del salón. Ni puto caso.

Solo la belleza de Ana de Armas sostiene los planos y mantiene un poco el interés. Su belleza y su veracidad, por supuesto, para que no se me enfade mucho Irene Montero. El problema no es que Ana de Armas no de el pego de Marilyn, que lo da. Se deja la piel y las lágrimas en el empeño de ser convincente. Y lo consigue. El problema es que esto es un muermo psicoanalítico; un capricho de “auteur”. Otra decepción del otoño decepcionante.