Paseo (cortometraje)

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Cuando lleguen los momentos finales, si tienen a bien concedernos un rato antes de ser ejecutados o de ser desenchufados, le dedicaremos el último pensamiento al amor verdadero. Solo a ese. Porque hay un único amor verdadero digan lo que digan. Amores hay varios si uno es medio guapo o medio guapa y lleva encima la baraka de ligar. Pero solo un amor -el que nos volvió del revés, el que nos hizo llorar en la madrugada, el que nos vació por dentro porque sacó todo lo mejor y todo lo peor- comparecerá en el último suspiro. Será muy triste y muy bonito a la vez, como en este cortometraje.

Hay personas que llegan al final sin saber cuál fue su amor verdadero, y tampoco parecen muy preocupadas en el asunto. Reconocerlo no es que sea necesario para seguir viviendo, pero sí dice mucho de nosotros mismos: nos define, y nos aclara, y nos deja la conciencia más tranquila. Saber que al menos una vez lo dimos todo, hasta la extenuación, hasta venderle el alma al diablo a cambio de un último minuto o de una última oportunidad. Que fuimos correspondidos en un tiempo finito pero feliz. Es bueno tener al menos ese consuelo, aunque luego todo el esfuerzo se vaya por el retrete, como cuando cagas con dificultad. 

Del futuro no respondo. La vida es caprichosa. No hay guion más imprevisible que el que cuenta nuestras vidas a este lado del televisor. Pero si los fascistas vinieran a fusilarme mañana -cosa que tampoco descarto, visto como van las encuestas electorales- yo, al menos, antes del apagón, mientras me trasladan en el jeep y me alinean en la tapia, sabré qué responderles a los ángeles que vengan a buscarme. Mejor dicho: a los demonios. Me los imagino como unos diablillos barrigones y borrachines que me pinchan en el culo con tenedores infantiles.