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Un documental sobre la vida en un asilo tiene poco recorrido
comercial. Muchos espectadores como yo, indolentes y embrutecidos, huimos del
melodrama como de la peste bubónica, y jamás nos asomaríamos a semejante propuesta porque hora y media de abandonos y
soledades, de premuertes y demencias, es mucho tiempo, y además hay demasiadas
tentaciones en la programación: el billar y las pelis, el fútbol y las seducciones...
Yo, la verdad sea dicha, no es que esté hecho de piedra, pero
he decidido preocuparme sólo por el sufrimiento inmediato, y no por los sufrimientos
presentes o futuros. A mí, ahora, lo que me conmueven son las historias sobre
cuarentones divorciados, y sobre veinteañeros en desempleo. Mi yo y mi legado. Mi
lucha diaria y mi comedero de cabeza. También, porque aún tengo madre, me preocupan
las señoras mayores que no están para ir a un asilo, pero que viven solas y se
comen mucho la cabeza. Y sobre todo, por encima de cualquier otro drama, me
preocupan los delanteros del Real Madrid que parecen la monda lironda cuando
los fichamos y luego se regatean a sí mismos, se enredan, se lesionan todo el rato
y fallan goles cantados ante porteros vencidos. Esos son mis cuatro pesares
actuales, las cuatro nubes de mi tormenta. Todo lo demás -el asilo que acecha
en las navidades futuras, por ejemplo- me interesa más bien poco.
Es por eso que para enredarme, y para enredar a otros
incautos como yo, Maite Alberdi ha decidido camuflar su documental de película,
y de película de agentes secretos además, aunque estemos en las antípodas
geográficas y glamurosas de 007. Aquí se trata de resolver el inquietante
misterio de un collar que desapareció, de un yogur que no se puso, de una pastilla
que se le pasó a la enfermera... Peccata minuta. En los primeros veinte minutos
te dejas llevar, y hasta te ríes con alguna patochada de este superagente de la
TIA chilena, tan merluzo como uno mismo en el manejo de las tecnologías. Pero
el chiste dura eso: veinte minutos. El resto es el documental que siempre
quisieron endilgarnos y no sabían cómo.
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